domingo, 10 de julio de 2022

Desbarres veraniegos I

 El mal es tu mirada en un espejo que nunca encuentra al otro.

Versos de Ángel Luis Luján

Vivimos en penumbra en las últimas semanas, exigencia de una pupila dilatada que se precia a sí misma, y entre eso y el calor hemos adquirido la costumbre de madrugar mucho y pasear por un barrio soñoliento en el que el sol tardará aún un tiempo en salir. Poco a poco el escenario de esas horas calladas se nos va volviendo familiar y terminamos por reconocer a otros seres con los que nos cruzamos cada día. Paseantes, corredores, perros y sus dueños, dueños y sus perros y cómo no, las aves, que el Señor de los pájaros comienza a identificar al recobrar la visión, salvo las molestias provocadas por la luz -ya mencionada, sí, lo sé-. Entre todos ellos hemos entablado contacto, visual, con una familia de urracas, especie con mala prensa entre nosotros, los humanos, debido, creo yo, a que se trata de una especie inteligente y que suele entrar en conflicto con nuestros intereses al competir descaradamente por ellos. Son la prueba de lo que yo llamo el fascistilla que todos llevamos dentro, que actúa no sólo entre nosotros sino entre especies, y que es la razón de que cuando esos individuos mal encarados y con tendencia a la imbecilidad marcial aparecen cíclicamente – antes habrá sido necesario un tiempo histórico de deliberado olvido social y de la importancia de lo colectivo-  no les resulte tan complicado instalarse en la sociedad de nuevo, de hecho acaban pareciendo hasta naturales. Es el mismo fascistilla que te hace creer en el éxito del mejor, ya sea en tu trabajo o en cualquier evento deportivo. En fin, ese, que ahí va con cada uno de nosotros y labor individual es contener y hacerle el vacío dentro del cerebro a la menor de cambio. Pero yo estaba hablando de las urracas, ya nuestras urracas, perdonadme la familiaridad, que viven en grupo colaborando entre sus miembros, gregarias, y en las que no es extraño encontrar que los polluelos vivan junto a sus padres durante años, ayudando a criar a las nuevas nidadas. Y estos días nos paramos un rato delante de la familia urraca, la nuestra como ya dije, y nos reímos con los esfuerzos por llamar la atención que hace un polluelo ya crecido y muy, pero muy pesado, tras sus padres – lo sabemos porque la cola del polluelo temoso es corta, aunque su tamaño sea igual al del resto- solicitando alimento o tal vez sólo por la fuerza de la costumbre y hazme caso. A esas horas los pájaros, sintiéndose menos amenazados, corretean a ras del suelo, ignorándonos, ensimismados en la tarea de construir un hogar. Y al llegar a casa respiro contagiada por esa misma falta de amenaza, aunque durará poco, una ducha y el tiempo que tarde en llegar a trabajar. Cuando la obviedad de los límites, lo zafio, se abra paso.

Una sorpresa: Cauterio de Lucía Litjmaer. Llego a él por afinidad al escucharla en Deforme Semanal, uno de los pocos podcast a los que soy fiel, y por un vamos a ver a este nenuca, qué hace y se trae entre manos. Desconfío de la literatura española actual (en castellano, desconozco la de otras lenguas, y así todo y así me va), ¿prejuicios? Sí, todos los del mundo, lo admito, pero también experiencia y un no poder con la pereza que me causan sus temas y falta de cuidado. Pero voy leyendo y me convence, avanzo páginas y cada vez más, los dos personajes que no van al bulto de la idea, construidos sobre las contradicciones que todos, en papel y en carne, compartimos. La estructura del relato acompaña, me parece, aunque eche mano de ese recurso tan explotado de intercalar dos historias y dejar con la miel, Sherezade, no calles, pero funciona, sigue funcionando cómo no, sin parecer forzado. No he llegado al final y espero que no se fastidie. De momento escrito sin ínfulas, sin fórmulas, cuento porque (pienso que) tengo algo que contarte y lo escribo con cuidado. 

El pacto sobre el que asentar este galimatías que nos traemos con el contar.

Continuará...

 


 

1 comentario:

Carmela dijo...

Pasear a primerísima hora de la mañana es algo que aprendí con la pandemia...largos paseos por la playa aun en penumbra y viendo amanecer el día en sus aguas. Unos paseos que me acercaba a mí misma y me llenaban de energía para afrontar lo que trajera el día. Ahora, por diversos motivos que no vienen al caso, los he abandonado y los echo de menos...estoy deseando poder recuperarlos.
A veces es necesario aislarse con una misma para encontrarnos, y eso es lo que realmente echo de menos.

Por aquí no hay urracas.... pero sí muchas gaviotas. Aunque ellas, las gaviotas, no me caen demasiado bien.

Me apunto tu sorpresa, que reconozco que no lo conocía de nada...

Un beso guapetona.