miércoles, 20 de julio de 2022

Desbarres veraniegos y dos

En verano siempre llegan otros veranos.  En verano murió mi padre, Raimun para mi madre, con gesto goloso decía su nombre antes de su muerte, en verano, un año después, aquel maldito 81, caí enferma, no, no caí, me enfermaron, no es ni parecido y apenas lo cuento, otro verano, muchos años después moriría Mundi, mi hermano, tres años después Susi, otro verano y otro de mis hermanos. Es comprensible que el verano y yo nos respetemos pero mantengamos las distancias, no conseguimos apreciarnos de forma completa. Ni confiar uno en el otro.

Uno de esos veranos, hace mucho -o no hace tanto en mi cabeza, para qué concretar el año, pues- viajamos a Ámsterdam. Recuerdo una entrada del que fue mi blog en aquel entonces, hablaba de sillas y Van Gogh, también del dolor del duelo y como este se iba disipando, aunque la intuición de que la ausencia siempre permanecería. Pero aún no lo sabía, no del todo, no sabía de los mecanismos de la pena y nuestro cerebro, qué dices, dónde cabe un nunca, ¿y un siempre? Ahí irán contigo, de tu mano y apenas podrás soltarlos. A ratos, de vez en cuando, hoy no toca, pero mañana igual. Pero aquí, sin esfumarse del todo, en modo alguno.

Y allá fuimos, Mayte, una de mis mejores amigas, Belén, mi sobrina, y Silvia, su novia de entonces. Ámsterdam nos acoge como solo puede hacerlo una ciudad desconocida después de atravesar un dolor que duraba más de un año, la luz, de nuevo, y las ganas, otra vez. Y todas reunidas empacamos.

El Rijksmuseum está cerrado por obras, vaya por dios, pero casi mejor, yo estoy demasiado loca aún y Rembrant me vuela la cabeza, lo bastante para hartar a cualquiera y mis compañeras no son de contemplar. Van Gogh, venga va, un rato, y allí, con las obras figurativas, sus primeras obras, antes de la explosión de amarillos y azules, ¿de la explosión de su cabeza?, quizás. Esas obras me seducen, más de las que vendrán después, tal vez por falta de familiaridad en una exposición continua.

Una tarde, en uno de nuestros recorridos, agotadores y dispersos, mis locas deciden comprar setas, ingerir setas. Da igual que, tan deportistas ellas, nunca hayan ni fumado un cigarrillo, estamos en Ámsterdam y ya que estamos… hace más de 15 años, igual que ahora, la inconsciencia en los jóvenes que van detrás de mí. Y la mía, al no negarles el riesgo, ahorrándoles advertencias, por favor, y admoniciones puritanas. Así que vamos al centro y compramos las más suaves. También litros de zumo de naranja, leemos que la vitamina C es lo mejor para bajar sus efectos en caso de necesidad. No será verdad, pero dejarán en mis inexpertas compañeras de viaje una acidez de estómago que durará días y comidas. Yo, con buen criterio como se verá más tarde, decido no tomarlas, el efecto de las setas no es para mí, y con todo preparado y siguiendo el consejo del muchacho que nos las vende en una tienda como quien despacha atún de almadraba, mejor ingerirlas en un lugar controlado, en este caso un pequeño apartamento Ikea, monísimo, blanco y céntrico al lado del parque. Tras una media hora de risas a la expectación y bah, esto no hace efecto, comienza el ajetreo mental. Silvia se queda atrapada en las palabras en japonés del prospecto que a modo de instrucciones de uso a lo Perec acompañaba las setas. A partir de ese momento estará convencida de que hablamos en otro idioma y entrará en un bucle de agobio y pesadilla. Mayte, a pesar de haberlas ingerido también, mantendrá a raya su efecto. Su sentido de la responsabilidad y la protección siempre estará por encima de ella misma, me lo demostrará con creces esa noche, por si me quedaba alguna duda, y se hará cargo de Silvia que se negará a abandonar la casa. Yo, sin embargo, me pasaré horas caminando en compañía de Belén, que sólo desea estar fuera y que, al contrario que Silvia, parece feliz con su estado, disfrutando de cada paso y sensación. Recuerdo que aquella noche pensé que aquellas dos no durarían mucho, tan diferentes en sus delirios y dichas artificiales. Y no me equivoqué, Casandra de todas las predicciones. Seguirá una noche de risas sin fin, a ratos, y tranquilizar mentes desbocadas, en otros.

Tan lejano parece todo y ahí al lado, sin embargo. El verano sin peso, otra vez.

Y no saber nada de los muertos pero sí de las lecturas: los Diarios de Chirbes siguen acompañándome, también en estos días de desconexión. Qué grata sorpresa, lee a Elizabeth Taylor, una autora que descubro no hace mucho y que me encanta. Me dejo llevar por los pensamientos erráticos de Chirbes, levantando la mirada de vez en cuando del libro. Y ver destellear el mar.

Y con Elena Poniatowska, la Nobel mexicana que ya me deslumbró hace años con Eleonora o Dos veces única. Ahora con El amante polaco. El transcurrir de la vida de la propia Poniatowska o los pasos de su antepasado Stanislaw, último rey polaco. Seguir con deleite las intrigas de las cortes europeas en la segunda mitad del S.XVIII, tiempos convulsos e inicio de otros que no lo serán menos.  La frontera. Y saber escribir en ellas o desde ellas. Qué envidia.

Los poemas de Olvido García Valdés, también. Confía en la gracia, dice. Y eso hago.

 

Imagen de Manuel Franquelo




 

 Fe de erratas: Poniatowska es Premio Cervantes, no Nobel. Igual me da, me quedo con el Cervantes. Cuestión de gustos (y lengua). Y limitación para leer en otra que no sea castellano. Que sí, que así me va. Yo y mis dogmas, frutos de restar y no sumar.



2 comentarios:

Carmela dijo...

Entiendo que el verano y tú, os tengáis respeto.

Seré tonta, mira que pensaba en un rico plato de setas, jajajaja, pero ya, ya ví que no era de eso de lo que iba ese recuerdo :))

Los poemas de Olvido García Valdés...... me traen gratos recuerdos.

Y sí, completamente de acuerdo en que la ausencia siempre permanece. Esta mañana casi me da un síncope al creer ver en una persona que se acercaba de frente a mi hermano...Siempre irán con nosotras.

Un beso, Marga, y ya sabes hagamos caso a eso de confiar en la gracia.

Marga dijo...

Te tengo abandonada, preciosa. Umm, boletus no, parecidos pero de la risa, jajajaja.

Jo, sí, cada vez que veo a un señor alto y delgaducho, corriendo por cualquier lado... me da un salto el corazón, inútil pero salto, Susi era un loco maratoniano y no hay forma, ahí va el salto. Pero sí, van, ¿verdad?

Me paso por tu cueva.

Besote!