sábado, 21 de junio de 2025

Requiem

Hay veces que las piezas extrañas que conforman la vida parecieran encajar. Parecen, un espejismo, claro, no aseguro que lo hagan ni confiaría demasiado en ello. Allí, donde los demás ven señales yo suelo ver intenciones, pero este sería otro tema, querido mío. Hoy, el tema serás tú y cómo disfrutarías de este hecho. Tu vanidad, luminosa o dañina, dependiendo del momento, pavonearía una sonrisa seductora y una mirada a la altura. Encantador de serpientes.  Y hasta las serpientes, solo ellas, serían suficiente y un buen pago de los dioses, aún de los más recelosos, por volver a tener esa sonrisa canalla delante. Por una vez y por caminar hacia atrás con el tiempo y contigo

Este año se cumplen 50 años de la publicación de Mortal y Rosa, el libro de Francisco Umbral que, insaciable, lloraba y leía, sigo sin saber en qué medida, hace ahora 20 años, el mismo año en el que tu adiós se hizo perpetuo.  Umbral no te caía muy bien, pero así fueron las cosas aquel año, tú me abandonaste y yo decidí llorar y sentirme acosada por la pena, penita, pena, lacerante, y ya no volver a hacerte demasiado caso en tus gustos y opiniones. Mi ánima, alma y ánimo desconectados del sentido de vivir y, como los niños perdidos que acompañaban a Peter Pan, desvalidos y sin coordenadas. Estos 50 y 20 años parecieran cifras con algún significado, pero no lo tienen, y tampoco están cerradas, el tiempo seguirá pasando y en él, yo seguiré releyendo el libro y tú, seguirás sin llegar y aprobando que te aventaje en edad.

Nunca los abrazos sabrían a tanto como aquel año -hace 20, ya lo dijimos. Aunque luego volvería a pasar, pero otro tema, de nuevo, y otra muerte. - O el tacto como gesto imprescindible, sencillo de sentir. Y hambre de sencillez teníamos los tuyos aquellos días, algo que aligerara la carga del aturdimiento y el dolor-. Suficiente para tomar aire y seguir caminando.

Cuentan que Henry James, en la hora de su muerte, dijo: aquí está, al fin, esa distinguida cosa. Eso dicen y no podremos saber nunca si fue cierto o James moriría como todos los que he conocido: lamentos casi apagados y un silencio que siempre es recibido, al menos en un primer momento, con alivio y un suspiro contenido, como si las respiraciones ansiaran mantener aún su hilo de conexión. El último hilo reconocible y vital entre ellos, los que se van, y nosotros, justo antes del desasosiego y la conmoción.

No hay que perder de vista a los muertos, tienen vida propia, esto lo aprendí algo después. Y aquí estoy, para recordártelo y advertirte que lo sé. Y que no me basta, pero me conformo. De qué otra manera si no.



Navegante, una semana antes de morir. Y en esa belleza, juventud, paralizado, quedarás por siempre. Qué extraño pensamiento para la náufraga que soy.


sábado, 3 de mayo de 2025

Y los gatos cambian de pelo

Todo iba funcionando en mi nuevo trabajo. Todo y luego no. No puedo evitar reírme al leer que en breve se publicará un libro que se titula Nuevo Elogio del imbécil de Pino Aprile. Por lo visto, hubo uno anterior que fue sólo El elogio, pero partía de la misma premisa.  Se ve que el tema da para mucho o que el número de imbéciles y sus razones no ha dejado de crecer desde el anterior. En ellos, el autor considera que el aumento de la necedad (de verdad hay aumento o siempre fue así, la percepción de cada presente de aquel que le tocó vivirlo) no es un defecto evolutivo, sino una ventaja adaptativa en el que “los sistemas jerárquicos premian la mediocridad y castigan el talento”. No voy a comprarlo, ni leerlo, bastante tengo con sufrirlo, sólo diré que oh, de nuevo. A pesar de que esta vez no me ataca directamente a mí y puedo esquivar el rencor del incapaz, resulta que vuelve a suceder. Y pienso, otra vez, que hay una forma de estar en el mundo que no es la válida. Y hay muchas otras que sí y se trataría de respetarlas y cuidarlas. El cuidado, esa es siempre la respuesta (acción de cuidar, que implica atención y esmero en algo o alguien, según la RAE). Respuesta que parece ser esquiva y poco evidente para tantos.

Llevo todo este 2025, en cada salida, sin acertar con la ropa. En esta última escapada, ya aprendida la lección, los asientos traseros del coche parecen un mercadillo de sudaderas, chalecos y pañuelos. Capas, me dice Jorge, único con categoría de aventurero de la familia, la clave son las capas. De todas formas, ni este hecho de previsibilidad, evitaría que pierda todos los paraguas. También los ajenos.  De nada sirven las capas si no existe el refugio contra la lluvia, le digo. La apabullante realidad cercando mis buenas intenciones: infravalorar mis despistes.

En las Tablas de Daimiel, y poco a poco en estos últimos años, descubro de nuevo que existe un placer en el hecho de diferenciar especies, designarlas por su nombre. Identificar vuelo, pluma, color y cantos.  Y enamorarse, asombrarse -y no es acaso el amor una buena dosis de asombro y admiración- a cada paso de un comportamiento singular y único. Y el tiempo, al contemplar todo esto, detenido y sin mayor sentido que ese bucle: contemplar. Comienzo a atisbar las razones de su pasión. Volver los ojos y aprender de una especie que no es la nuestra y lo que ello significa de humildad y un saber estar en el mundo. Qué lugar nos correspondería si la soberbia no nos ocupara a cada paso. Descubrir esto es redescubrirle a él.  Y ese asombro y admiración que va con el sendero.

La biografía de Carmen Martín Gaite de José Teruel, Premio Comillas 2025.  El último de mis disfrutes y lo es tanto. Llega de un pasado, la autora, donde aprendí a leer y amar la lectura, educación sentimental lo llaman, y debe ser. No sé qué encuentros anteriores y presentes actúan como resorte, pero ahí están, encogiéndome el corazón a menudo y esponjándolo otras veces, al pasar las páginas. Pero me interroga y creo descubrir cuánto hay de resguardo en estas letras que escribo en mi blog, cuánto de trinchera íntima aprendidas de ella, CMG, dándose la paradoja de estar expuestas a ojos ajenos. Cada vez menos ajenos, y lo digo sin pesar, nunca fue este espacio más que un juego personal, uno de tantos en mi vida. “Es forzoso imaginar a un interlocutor, no puede uno salvarse de otra manera”, dice CMG, y lo mismo es así. Sé que el peor año de mi vida estuvo marcado por el silencio, la incapacidad de expresar el miedo, ni hablado ni escrito, el trasiego de un pensamiento cercado. Y después de aquello la escritura se convertiría en un contraataque vital, tomar posiciones de mí frente a la vida. Un mundo en mi mundo. La salvación de la que ella habla. Y en ese imaginarse a un interlocutor, las páginas de esta biografía me llevan a otro de sus mundos, uno de los Cuadernos del Círculo de Lectores, Cuadernos y Cartas de Martín Gaite, en edición de José Teruel – ¡albricias! el mismo autor, me digo al encontrarlo en uno de los estantes-. La portada de ese libro es de mis preferidas. En él luce una CMG ya setentona, con un sombrero extravagante y una expresión entre pícara y tierna. Divertida. O También triste y desafiante. Podría ser, quién puede llegar a adivinar el ánimo de un instante. Pertenece a esas imágenes de mis mujeres preferidas, como las de Wislawa Szymborska o Alice Munro. También Ana María Matute. Examinando, como de reojo, desde una altura que voy percibiendo. No se trataría de más alta, pero sí más lejana, con distancia.  Esta edición es de esos libros mágicos para mí. Puedo abrirlo al azar cada cierto tiempo y leer unos párrafos o detenerme en él, de nuevo, unos días. Dependiendo de mi ánimo e intereses en ese momento, pero siempre reportándome una lectura deliciosa y atenta. El regalo de un pensamiento y un diálogo entre ella, la autora, y yo, su lectora. No existe un acierto mayor

Y esto me lleva a pensar en Círculo de Lectores, algún día alguien debería hablar largo y tendido de esta editorial, club de lectura en sus inicios en los años 60 del siglo pasado. Su labor y el cuidado (sí, de nuevo, el esmero al hacer o crear algo) de sus ediciones y traducciones y todo ello con el objetivo de promover la lectura a un público amplio en un país donde el número de analfabetos, funcionales o no, era tan significativo. Y cuando me enteré de que en la desaparición de una editorial ¡se queman todos sus fondos! me estremecí de espanto. Algo tan frágil como la palabra no debería estar expuesto al fuego. Me produce vértigo la pérdida.

El cielo es esférico en La Mancha, todo es cielo sin necesidad siquiera de levantar la vista. Una llanura infinita convierte en horizonte cualquier mirada. Si unas nubes, cargadas de lluvia, lo ocupan, la sensación es de amplitud al mismo tiempo que parece que el peso de su volumen caerá sobre ti. Respirar y cerrar los ojos con deleite.

Vivimos como podemos y escribimos de la misma forma. Y hay quien lee, desea leer, desde ese afán. Llámalo bálsamo, posición, grieta, paciencia, un no saber o un no entender. Y que no haya más juicio que esa ligazón que nos une a la vida. Respirar y cerrar los ojos. El gozo.



Imagen_ Noe Sendas



domingo, 30 de marzo de 2025

La primavera nos cuida

Dos días haciendo la fotosíntesis, tras cuatro semanas de lluvia, sale el sol y la luz, nítida, marca el contorno de cada volumen. La vida sólida y perfilada.

Todo apuntes y, en contraste, sin perfilar nada en el día a día.

Gato y Gata cambian el pelo. Todo son pelusas por la casa, una película del oeste si no fuera por mi toc, aspiradora en ristre. La primavera llega y con ella los cambios y ellos huyen ante lo que debe ser un estruendo en sus gatunas existencias. Cambios que se repiten año tras año, tris tras ni lo ves ni lo verás, aquel juego infantil que es de mis primeros recuerdos, de qué sima de la memoria inventada retornarán. Desde mi ventana en mi nuevo trabajo -todo son ventanas en él, ventanas donde aprender y ni una toxicidad que combatir, por fin, rapaza mía- veo el verdecer de un chopo y cada día espero una especie de pájaro nuevo. Aún no han llegado, pero lo harán, dice Jorge. Con esa esperanza comienzo cada nuevo día laboral. Y no es poco. He vuelto a respirar, mirar, tantear, actuar y no hacer daño. No compensar tus carencias vitales en el otro, no pisar por no alcanzar. Hay una forma de estar en el mundo que no es la válida, hay otras muchas que sí, sólo hay que cuidarlas. Y elegirlas. El cuidado, esa es siempre la respuesta. Pasar por el mundo dejando huella y cada vez más convencida de que debe ser lo contrario, no dejes huella, no pises ni aunque sea con delicadeza. Qué absurdo pensarte alguien.

O allá tú.

El cansancio mental, visual, físico, leer poco o nada. Pero echarlo de menos, eso es lo peor. Soy una lectora compulsiva que ha dejado de leer, o de leer tanto. Y la lectura se ha convertido en un hueco. ¿otro más? A veces da miedo. Otras ni siquiera lo pienso, puro cansancio.

Pero mientras leo -menos, ya lo dijimos- leo bien y perfecto, o eso creo. Habitada de Cristina Sánchez Andrade, desde aquella magia, y asombro, de Bueyes y rosas dormían, que pasó desapercibida para tantos -ays, los grupos editoriales de este país triste y más mercantil que lector- no pierdo comba de sus publicaciones. Irregulares sus libros, como los hechos de cada cual, a ver quién es el guapo que todo perfecto o siquiera el asomo- disfruto con sus minúsculas y desarraigo rural, “ahí va la loca, soñando”. Demonios de dentro y de fuera. Demonios y más demonios, qué sería una vida sin ellos.

En el capítulo de poesía sigo con Basho y no saber si las traducciones son las que son o correctas. Qué más dará, en algunos de sus poemas me paro un buen rato y respiro al pensar, esa es la sensación. Y no cuento sílabas. Los haikús son Jorge o viceversa. A veces un hilo encadena los versos a la vida y ni siquiera se da cuenta.

Y en el mundo todo es violencia. Y da miedo y desconcierto y se para en seco el corazón. Y la mente, un amasijo. No deseo hablar con el mundo. Mucho menos escucharlo.