Todo iba funcionando en mi nuevo trabajo. Todo y luego no. No puedo evitar reírme al leer que en breve se publicará un libro que se titula Nuevo Elogio del imbécil de Pino Aprile. Por lo visto, hubo uno anterior que fue sólo El elogio, pero partía de la misma premisa. Se ve que el tema da para mucho o que el número de imbéciles y sus razones no ha dejado de crecer desde el anterior. En ellos, el autor considera que el aumento de la necedad (de verdad hay aumento o siempre fue así, la percepción de cada presente de aquel que le tocó vivirlo) no es un defecto evolutivo, sino una ventaja adaptativa en el que “los sistemas jerárquicos premian la mediocridad y castigan el talento”. No voy a comprarlo, ni leerlo, bastante tengo con sufrirlo, sólo diré que oh, de nuevo. A pesar de que esta vez no me ataca directamente a mí y puedo esquivar el rencor del incapaz, resulta que vuelve a suceder. Y pienso, otra vez, que hay una forma de estar en el mundo que no es la válida. Y hay muchas otras que sí y se trataría de respetarlas y cuidarlas. El cuidado, esa es siempre la respuesta (acción de cuidar, que implica atención y esmero en algo o alguien, según la RAE). Respuesta que parece ser esquiva y poco evidente para tantos.
Llevo todo este 2025, en cada salida, sin acertar con la
ropa. En esta última escapada, ya aprendida la lección, los asientos traseros del
coche parecen un mercadillo de sudaderas, chalecos y pañuelos. Capas, me dice
Jorge, único con categoría de aventurero de la familia, la clave son las capas.
De todas formas, ni este hecho de previsibilidad, evitaría que pierda todos los
paraguas. También los ajenos. De nada
sirven las capas si no existe el refugio contra la lluvia, le digo. La
apabullante realidad cercando mis buenas intenciones: infravalorar mis
despistes.
En las Tablas de Daimiel, y poco a poco en estos últimos años, descubro de nuevo que existe un placer en el hecho de diferenciar especies, designarlas por su nombre. Identificar vuelo, pluma, color y cantos. Y enamorarse, asombrarse -y no es acaso el amor una buena dosis de asombro y admiración- a cada paso de un comportamiento singular y único. Y el tiempo, al contemplar todo esto, detenido y sin mayor sentido que ese bucle: contemplar. Comienzo a atisbar las razones de su pasión. Volver los ojos y aprender de una especie que no es la nuestra y lo que ello significa de humildad y un saber estar en el mundo. Qué lugar nos correspondería si la soberbia no nos ocupara a cada paso. Descubrir esto es redescubrirle a él. Y ese asombro y admiración que va con el sendero.
La biografía de Carmen Martín Gaite de José Teruel, Premio
Comillas 2025. El último de mis
disfrutes y lo es tanto. Llega de un pasado, la autora, donde aprendí a leer y
amar la lectura, educación sentimental lo llaman, y debe ser. No sé qué
encuentros anteriores y presentes actúan como resorte, pero ahí están,
encogiéndome el corazón a menudo y esponjándolo otras veces, al pasar las
páginas. Pero me interroga y creo descubrir cuánto hay de resguardo en estas
letras que escribo en mi blog, cuánto de trinchera íntima aprendidas de ella, CMG,
dándose la paradoja de estar expuestas a ojos ajenos. Cada vez menos ajenos, y
lo digo sin pesar, nunca fue este espacio más que un juego personal, uno de
tantos en mi vida. “Es forzoso imaginar a un interlocutor, no puede uno
salvarse de otra manera”, dice CMG, y lo mismo es así. Sé que el peor año de mi
vida estuvo marcado por el silencio, la incapacidad de expresar el miedo, ni
hablado ni escrito, el trasiego de un pensamiento cercado. Y después de aquello
la escritura se convertiría en un contraataque vital, tomar posiciones de mí
frente a la vida. Un mundo en mi mundo. La salvación de la que ella habla. Y en
ese imaginarse a un interlocutor, las páginas de esta biografía me llevan a
otro de sus mundos, uno de los Cuadernos del Círculo de Lectores, Cuadernos
y Cartas de Martín Gaite, en edición de José Teruel – ¡albricias! el mismo
autor, me digo al encontrarlo en uno de los estantes-. La portada de ese libro
es de mis preferidas. En él luce una CMG ya setentona, con un sombrero
extravagante y una expresión entre pícara y tierna. Divertida. O También triste
y desafiante. Podría ser, quién puede llegar a adivinar el ánimo de un instante.
Pertenece a esas imágenes de mis mujeres preferidas, como las de Wislawa
Szymborska o Alice Munro. También Ana María Matute. Examinando, como de reojo,
desde una altura que voy percibiendo. No se trataría de más alta, pero sí más
lejana, con distancia. Esta edición es
de esos libros mágicos para mí. Puedo abrirlo al azar cada cierto tiempo y leer
unos párrafos o detenerme en él, de nuevo, unos días. Dependiendo de mi ánimo e
intereses en ese momento, pero siempre reportándome una lectura deliciosa y
atenta. El regalo de un pensamiento y un diálogo entre ella, la autora, y yo,
su lectora. No existe un acierto mayor
Y esto me lleva a pensar en Círculo de Lectores, algún día
alguien debería hablar largo y tendido de esta editorial, club de lectura en
sus inicios en los años 60 del siglo pasado. Su labor y el cuidado (sí, de
nuevo, el esmero al hacer o crear algo) de sus ediciones y traducciones y
todo ello con el objetivo de promover la lectura a un público amplio en un país
donde el número de analfabetos, funcionales o no, era tan significativo. Y
cuando me enteré de que en la desaparición de una editorial ¡se queman todos sus
fondos! me estremecí de espanto. Algo tan frágil como la palabra no debería
estar expuesto al fuego. Me produce vértigo la pérdida.
El cielo es esférico en La Mancha, todo es cielo sin
necesidad siquiera de levantar la vista. Una llanura infinita convierte en
horizonte cualquier mirada. Si unas nubes, cargadas de lluvia, lo ocupan, la
sensación es de amplitud al mismo tiempo que parece que el peso de su volumen
caerá sobre ti. Respirar y cerrar los ojos con deleite.
Vivimos como podemos y escribimos de la misma forma. Y hay
quien lee, desea leer, desde ese afán. Llámalo bálsamo, posición, grieta,
paciencia, un no saber o un no entender. Y que no haya más juicio que esa
ligazón que nos une a la vida. Respirar y cerrar los ojos. El gozo.
Imagen_ Noe Sendas