lunes, 8 de abril de 2024

Resistencia bonoba *

 Pasan tantas cosas -o no, mejor sería decir qué pienso muchas cosas mientras suceden no tantas- el caso es que no caben en estas entradas y así andan mis cuadernos, tan caóticos y repletos como siempre, aunque la intención inicial cada vez que estreno uno sea diferenciar. Diferenciar ¿qué? Buena pregunta. Queridos descendientes sabréis disculparme (que presunción la mía, pero de algo tienen que vivir mis ínfulas de letras). Y ahí vamos.

Escucho a Rafael Argullol: conócete a ti mismo, lucha contra ti mismo, ignórate a ti mismo. Y sabiendo que transito más del lado de la lucha y el del ignorarme a estas alturas de mi vida, a ratos cada uno, decido que no parece que vaya tan desencaminada como a veces pienso. Sólo un empujón ajeno para apreciarnos un poco más. Poniendo en duda tus aptitudes cada dos por tres no llegaremos a ningún lado, querida mía.

Al final pude con Las muertas de Jorge Ibargüengoitia y menos mal – perdóname, Cátedra, por mi desconfianza y deslealtad después de tantos placeres y saberes. Se trataría más de presbicia y desfallecimiento al leer, créeme, que desdén-. El capítulo en el que Arcángel Balandro detalla el funcionamiento de un prostíbulo es sencillamente fantástico, me descalzo y genuflexión. Y descubro la palabra destantear como sinónimo de desorientado. Yo, sin ir más lejos, me paso la vida destanteada. Y sueno mucho más interesante. Recomendable el libro sin fisuras, ni la menor duda. La realidad y una concatenación de despropósitos dan como resultado una crónica negra no exenta de humor y real como la vida misma cuando esta, toda danzona, se pone a chingar.

Ahora estoy con Rodrigo Fresán y El estilo de los elementos. Me cuesta unas páginas, tampoco tantas, pero vivimos en la era del engánchame sin esfuerzo y a la primera no sea que no me quede, y parecen más. Me temo que se lo he puesto un poco complicado, estoy en el hospital esperando para entrar a formar parte de un estudio neurológico iniciado por algunos doctores del Doce de Octubre, con la idea de detectar si el SAT y algunos procesos cognitivos desarreglados se relacionan. Si os contara cómo funciona la investigación en este país os daría la risa. O no. La mayor parte del estudio está financiado por el mismo neurólogo que invierte así un premio concedido hace unos meses. El resto también habla de una realidad danzona, la de un colectivo desgraciado y abandonado y su relación  con un país de pandereta y sin muchos escrúpulos. Pero no todo estará perdido, cada cierto tiempo salta algún idealista que nos presta atención y llevándose las manos a la cabeza nos hace sentir menos solos. Así que mi mente divaga acerca de cómo será el estudio y lo que es más importante, de qué servirá a estas alturas. Pero poco a poco, y a pesar de estas distracciones sin mucha finalidad,  mi lectura va adaptándose al pliegue del autor y la historia de ese niño desatendido por unos padres tan intelectuales como incapaces, va ocupando mi cabeza hasta hacerme olvidar todo. Siempre la lectura al rescate del absurdo, de lo que debería tenerme sin cuidado. Y quedarse a vivir un ratito en algún que otro párrafo,  encontrar un hallazgo feliz en lo contado. Loados sean los dioses de la palabra.

Hay unas salas de cine en Majadahonda que forman parte de un proceso asociativo, un antiguo Renoir que iba a cerrar y unos bizarros, con dinero, eso sí, pero bizarros, se propusieron mantenerlo. Me hice socia durante la pandemia, de aquellos días recuerdo con especial cariño y respiro estas salas, y desde entonces lo he mantenido. Una vez al mes proyectan una película clásica y resulta un lujo ver mis historias preferidas en pantalla grande. Con el posterior coloquio no me siento tan seducida, no deja de resultar curioso las diferencias de planteamiento a la hora de analizar los argumentos. Las personas que dan por hecho una comodidad vital que ni por asomo tienen otros de sus semejantes analizarán de diferente manera la realidad. Cada cual me parece habitar pequeñas casillas de un mundo que pareciera más grande de lo que en realidad es. Pero vaya, me quedo con el lujo de ver cómo Bette Davis o Jack Lemmon me devuelven la mirada en tamaño a la altura de su valía.

Y hablando de embrujo, la segunda parte de Dune, cine de aventuras en estado puro. Leí la saga de Frank Herbert en mi adolescencia, era un libro de culto para mis hermanos mayores y no quedaba otra, tenía que serlo para mí. Aún me llega la fuerza de su lectura, al menos de los tres primeros libros, luego derrapó el LSD, me da a mí, en la cabeza del autor. Y la primera película me gustó, pero esta segunda me transportó a aquella lectura de nuevo, las imágenes de mi cabeza, qué sensación extraña la de estar viendo lo imaginado al leer y ya hace tantos años. Un fervor adolescente se adueñó de mí, no puedo describirlo de otra forma, pero bienvenido sea, me divertí como hacía tiempo. En suspenso mi yo adulto.

* Estos días ha muerto Fran de Wall. En casa somos mucho de este señor, sus libros ocupan parte de nuestras estanterías, un primatólogo que consiguió que tuviera más apego por el ser humano del que podría parecerme en un principio que merecía. Fran de Wall habló de la parte animal que hay en nosotros, pero también señalaba el sentido acrítico que nos lleva a proyectar en los animales sentimientos y experiencias que solo son humanas. En fin, uno de esos señores que nunca debería desaparecer porque su pensamiento resulta imprescindible para entender la naturaleza humana y el lugar que nos corresponde en el mundo animal al que también pertenecemos. La compasión para él era un hecho y no un sentimiento y la causa de nuestra supervivencia como especie en nuestros inicios como homínidos. En estos tiempos que corren, más de una vez me obligo a recordarlo por no dejar de lado toda confianza hacia mis congéneres. Que la tierra y la lluvia sean leves sobre su cuerpo, señor de Wall.

Si estos días levantáis la mirada forzando el cuello, veréis un montón de pájaros volando con rapidez y belleza acrobática. Son los vencejos. Nunca se posan, duermen suspendidos en el aire y huyen de las borrascas. Su resistencia es titánica. Si los localizáis, ahí tenéis la primavera. A pocos metros y en pleno vuelo.

Una vasta similitud vincula todas las cosas, dice Walt Whitman. Y asiento mientras lo leo. También mientras escribo esto.


 Cortesía del Señor de todos mis pájaros, los de mi cabeza también. Gracias, Jorge.

lunes, 26 de febrero de 2024

Esto no es un dominio, ni por asomo

En los últimos meses he vuelto a ver a algunos de mis primos, los tanatorios son lugares de sentimientos encontrados: el desamparo de la muerte y la alegría de volver a vernos después de años, todo en un pequeño espacio de vida. El equilibrio por tomar aliento. Acaba por ser inevitable hablar del pasado, ellos más mayores -mi hermano pequeño y yo fuimos los últimos de una madre que a su vez también lo fue en su familia- y nos cuentan de un pasado del que Santi y yo apenas tenemos memoria. Y todos recuerdan a mis padres con cariño y admiración, los definen de la misma manera, divertidos y generosos, con predisposición a dejar su casa cuando celebraban guateques juveniles, algo que no sucedía en las suyas, a escucharlos y animarlos. Y el mismo comentario: estaban muy enamorados el uno del otro, a veces parecían un par de chiquillos. No sé de qué hablan, murieron antes de que me interesara descubrir quienes eran y la imagen que guardo de ellos es tan diferente. Desagradecida, me muerdo los nudillos por no haber llegado a sentir curiosidad y conocerlos. A ellos, no a mis padres. Y en una de esas newsletter que ahora llegan a mi correo por obra y gracia del diario al que estoy suscrita, leo: así te quisieron, así te enseñaron a querer, así quieres. No estoy totalmente convencida, dónde las experiencias, la vida, la responsabilidad de tus decisiones, equivocaciones o aciertos, señora mía. Pero pensándolo mejor, es posible que algo de eso haya en mi mundo sentimental. Y decido creer en mis padres como los artífices de mis relaciones y sentimientos, ¿por qué no? revertir un poco la deuda y agradecer sus dones.

Lo siento, pido perdón antes de. Sumergida, no encuentro otra forma de leer este libro -a unos centímetros bajo la superficie y con escafandra que aísle del mundanal ruido- he comenzado con la Antología de la mejor poesía en lengua inglesa, El ruiseñor y la alondra. Regalo navideño de I, qué bien  me conoces, truhan. A partir de ahora y durante unos meses, me pondré intensita, lírica y salpicaré mis textos de versos o estrofas, sin venir a cuento. Hablaré desde esa orilla que es el entusiasmo íntimo pero latoso para el ajeno. En fin, disculpadme. O leedme en diagonal que dada la brevedad de mis textos será igual que no leerme. Y bien, no hay problema. Leo que William Drummond, S XVI, a la muerte de su padre, con veinticinco años, se retiró a sus dominios donde se dedicó al estudio y su poesía. Y blasfemo en alto, muy alto. Mi reino por un dominio.

Descubro estos días una nueva poeta norteamericana, Jane Kenyon. Solo uno de sus libros traducido en castellano, en la editorial Pretextos, cómo no. Una edición sobria, bella debida a esa particularidad marca de la casa, y bilingüe. Como niña con zapatos nuevos, de charol por lo brillante, leo sus poemas.

En el libro de Atwood, Ojo de gato: la vanidad está empezando a convertirse en un estorbo; comprendo por qué, a la larga las mujeres acaban prescindiendo de ella. Pero yo aún no estoy preparada para eso. Ni yo, de ahí estos textos. Siempre mi mejor versión.

El lápiz de dos puntas, una roja y otra azul, utilizado en las editoriales en un mundo analógico -qué lejano y estrafalario parece ya todo aquello- el extremo rojo remarcando los errores y el azul para corregirlos. Me gustaría ir por la vida lápiz en ristre, dibujando mi existencia. Para, casi con seguridad, acabar por confundir los colores al aplicarlos.

Y sí, sigo [peleándome] escribiendo mis textos sobre el SAT, luchando contra la tentación de hacer carrera del dolor, que dijo Adrienne Rich. Ni idea de quién es ni por qué lo dijo, pero dio en el clavo. En mi clavo. 

Y cómo atenaza.

 

                                          Imagen de Noe Sandas
 

                  Nos sentamos con amigos en la mesa

                  redonda de cristal. La conversación es inteligente

                  todo el mundo está a su altura. Las abejas

                 se acercan a las mondas helicoidales de pera

                 en tu plato.

                 Desde mi regazo o desde tu mano

                 el sabor de nuestra privacidad matinal

                 viene flotando. Un sol de otoño

                 pasa a través del vino.

                                                                        Jane Kenyon


miércoles, 31 de enero de 2024

Querido eco

Aquí seguimos, con semanas intensas desde que el mes de enero se acomodó del todo,  y con empeño, en nuestros quehaceres, y llegaron las operaciones canceladas por catarros invernales, la de la vista de Jorge que vuelve a enfurruñarse porque lo único que busca es ver en condiciones y parece que no hay forma, qué ganas de volver a exposiciones, a las salas en versión original, a los pájaros en modo larga distancia sin ayuda de su otra vista, la de la cámara fotográfica, y sin pausa, a continuación, el ingreso de la cachorro más pequeña, Paulina, con una bacteria poco frecuente, pero puñetera e insidiosa que se ha alojado entre dos de sus vértebras cerca del coxis, lo suficiente para darnos un susto y convertir nuestros días en video va, video viene y tontunas varias por hacer más llevadero el encierro a los padres novatos, más asustados que el resto, aunque al final fuera menos preocupante de lo esperado y hoy llegara el alta, sonrientes los tres y signo de victoria sobre la maldita invasora, sin dolor hoy, y cómo me rompe imaginar ese dolor en su pequeño cuerpo, sin comprensión para entender qué está sucediendo, a casa la de ojos grandes y sonrisa beluga, precioso es este bebé, les dicen por la calle, aunque a veces se equivoquen de género porque no lleva pendientes y en ocasiones de azul, sin canesú, eso sí, estos padres jovenzuelos, raritos son, consecuentes y ojalá puedan seguir siéndolo, tan gris y adocenado se me antoja el mundo que les rodea, y una revisión médica anual, la mía, que no sale del todo bien, pero tampoco mal, arterias endurecidas tienen la culpa, es lo que tienen los venenos, muy mala leche y la costumbre de no desaparecer sin antídoto y que yo sepa nunca lo hubo, ¿verdad? le he dicho a más de un galeno que me ha mirado con desconfianza, qué fauna sanitaria me he encontrado a los largo de estos años, madremía, y me está quedando muy orgánico todo esto y no era mi intención, pero a veces los días son así, contumaces, encabezonados en que todo parezca girar en torno a lo mismo.

Y eso, los días, otra vez instalados en las prisas y esa sensación de asfixia, corre, conejo, corre, no llegues tarde, y leo que acumular tarea tras tarea, y ahora otra, nos impide percibir de manera ordenada lo que nos ocurre y ese frenesí alimenta la sensación de prisa que a su vez generó la prisa y. Ya, no conviene asustarse ni dejarse llevar por la torrentera si no fuera por ese bocado en el pecho  que me recuerda aquello que no hago y que es realmente, de verdad, de verdad de la buena, lo que haría de mi vida un lugar menos tribulado.

También leo unas cuantas referencias a Cicerón, cuatro o cinco veces en esta última semana y tal vez sea la circularidad de los medios que consulto, retroalimentándose a sí mismos, y a mí, y sin darme cuenta me viene a la cabeza también Cicerón, y a esa misma cabeza llega en el mismo momento el romano en voz y presencia de José María Pou, hace unos años, allá en el escenario sobre nosotros estaba y ya no puedo imaginarle con otros ojos que con aquellos y será por siempre él, Pou, con su voz y altura, el orador romano de mal final y escarnio para futuros moralistas, fracaso de político, Marco Tulio. El mismo Pou que estará en unas semanas sobre otro escenario en El padre, que vimos ya en película con Anthony Hopkins, aterrorizado y embrollado en su realidad, presa de una demencia senil, tengo curiosidad por ver cómo resuelven la puesta en escena del desorden mental que acababas haciendo tuyo y asustaba.

El primer libro que terminé este año: el de Margaret Atwood, Ojo de gato. No termina decepcionando como ya imaginé y adelanté. Más que recomendable.

La primera película: Fallen Leaves de Kaurismaki. Nunca me atrevería a recomendarle a nadie el cine de este finlandés. Yo le tengo especial cariño, otro de los directores sanita sanita culito de rana con los que Jorge intentaba curar mis duelos. Y funcionaba.

Y en casa, durante unos días, contagiados, nos comunicaremos con la aspereza de sus personajes y algún que otro alzamiento de ceja. Pocas palabras y ese extraño tacto del amor retraído. Y también funciona.