viernes, 18 de agosto de 2023

Desbarres: me alimento raro cuando no estás

Leo, releo, en uno de mis blogs de cabecera de hace tiempo -como a otros muchos, se lo llevó el viento- una de sus entradas: Hay un analfabetismo del alma que ningún diploma cura. Mucho peor, le comentaría de tener ocasión: recalcitrante el alma y peor que el diploma son las consecuencias de no cuidarla con el paso de los años. Qué maltrato el nuestro.

También releo a Schopenhauer en El arte de sobrevivir por lo apropiado de su título con estos días, "Si observamos la vida en sus detalles más nimios, qué absurdo todo". Y sí, qué absurdos mis detalles. Debe ser tu ausencia. Cuido a un par de gatos acalorados y pendientes de cada uno de mis movimientos - por si de nuevo un abandono, el cuidado de extraños les ofende y odian nuestras vacaciones, tras ellas te observan con un recelo mayor que de costumbre-, riego el poto e intento hacer sobrevivir, me temo que sin mucho éxito, a una moneda mustia y de hojas desganadas. Los pocos amigos que quedamos en Madrid estos días nos cuidamos, pero con cierto desapego debido al calor sofocante. Y en el trabajo, lo más disparatado de este mes de agosto con ayudantes a los que les cuesta adaptarse a la realidad y yo ni, por asomo voy a ejercer de progenitor, bonita, ni siquiera entraré.

Veo un documental sobre Janis Joplin, Janis: Little Girl Blue. Janis, fue mi verano durante muchos veranos, mis veranos más rotos, la mía fue una adolescencia tortuosa (no lo hubiera sido de no haber sido envenenada, no se trata de buscar con el radar de responsables las penalidades que a cada vida puedan corresponder, en ocasiones sucede que los responsables existieron y en este caso fue un hecho incontestable). Aquellos veranos la escuchaba y cantaba yo también a voz en grito su lamento. Pensaba que el suyo era de tristeza y el mío de puro miedo. Con el tiempo entendería que se trataba del mismo grito, pero aún pasarían años. Bailar y cantar, gritar y respirar. Gracias Janis, pequeña Janis, por la cara b del alivio.

Me enfado con Manuel Vilas. Me gustó tanto Ordesa como (aborrezco) me disgusta el libro de Los besos. O no he sabido leerlo, a veces sucede. En cada página alentando la huida de ella, aléjate de ese señor latoso que busca la perfección en ti y en vuestro amor. Y me consuela pensar que ella acabará huyendo y no porque el imperativo materno, ¡ja!, gane, que no te enteras, autor. Me quedo con la idea de que su personaje femenino se la juega y él sin ser consciente. Pirandello despistado y torpe.

Leo Las dos amigas de Toni Morrison, editado por Lumen. En realidad un relato, ni siquiera entraría en la categoría de novela corta, y es más extenso el epílogo escrito por Zadie Smith que la propia narración. Los de Lumen se han inventado un libro, vale, pulpo aceptado. A pesar de su corta extensión, y como casi siempre tratándose de  la Morrison, aplaudo al terminar. Y reconozco que el epílogo sitúa el contexto de la novela y me deja perpleja porque descubro un matiz que ni había contemplado: la identidad racial. No cuento más, corred a leerlo, es corto, muy corto, y por favor, no os saltéis el epílogo. Y sorprenderos como yo.

Comienzo Las muertas de Jorge Ibargüengoitia -nada, no hay forma, me trabo siempre con su apellido. No sé si lo terminaré, también me trabo con la edición de Cátedra. Culpar a una editorial de nuestra incapacidad de atención está muy feo.

La belleza. Y cómo negarse a ella. Miras a tu alrededor y yo la contemplo con tu mirada, cada día antes de levantarme y enfrentarme a una nueva jornada. Otro huso horario y tu relato al desperezarme, mientras imagino las palabras y las imágenes viajando a través de un océano, como peces ciegos arrastrados por un fondo marino. Y cada mañana, tras escucharte, me viene a la cabeza el documental de El leopardo de las nieves. Contemplar otras especies nos ayuda a disfrutar de lo que nos ofrecen y a amar el mundo. Te empuja a tener fe en la poesía, comenta el escritor que acompaña al fotógrafo en una secuencia. Si necesitara o deseara una mística, que no creo, pero si la deseara de verdad, la habría encontrado. En los últimos tiempos, cada vez me cuesta más apreciar a nuestra especie. No es sólo la podredumbre que nos caracteriza, es la inocencia y la indefensión que les caracteriza a ellos. Y esos colores, dios, esos colores imposibles.

Malcomes, decía mi madre, cuando me miraba picotear sin centrarme en la comida.

 


                                 Colombia y sus alturas. Cortesía de Jorge.

1 comentario:

Maman Bohème dijo...

Te encontré en el blog de "Molinos" y me pegué a tus letras. He leído un montón de entradas y me encanta tu manera de escribir sobre lo cotidiano. Ojalá yo escribiera así de bien. Pero bueno, escribir está bien si nos hace bien, ¿Verdad?
Valga la redundancia!
Te mando un abrazo 🤗❤️