Descubro mi primera canastera y los patos malvasía en un observatorio de aves en la Mancha Húmeda, que cada día pareciera perder más la cualidad de su nombre: humedad. Resulta deprimente visitar lagunas y comprobar su deterioro por falta de agua. Vemos pasar dos flamencos en vuelo, como flechas de color, negro y rosa, atravesando el aire, y embobada como una niña señalo y sigo su trayectoria. No tardaremos mucho en dejar de verlos en aquellas zonas donde antes acostumbraban a parar. Y cómo hacer entender que la desaparición de la vida conllevará también la desaparición del sortilegio que provoca la belleza. La perfección pactando con la sorpresa aparecida sin esfuerzo, el relámpago en unos ojos.
Juan Carlos Merlich, filósofo, encuentros en el Museu con
Sergio Vila-San Juan en el Canal de la Fundación Juan March. Una delicia que
escuchamos tirados en la cama del hotel -mira de qué forma acomodar el
pensamiento, señor mío- asintiendo a muchas de sus reflexiones. Dos de los
títulos publicados del filósofo: La ética de la compasión y La lógica de la
crueldad. Sin haberlos leído y seguro que equivocándome en su interpretación -
pero qué más dará, no se van a enterar- pienso en las posibles consecuencias de
aplicar como modelo social una u otra. La lógica de la crueldad es mucho más
sencilla de poner en práctica, no requiere esfuerzo y permite que la conducta
del otro justifique, o excuse, la nuestra. Cuando la crueldad toca fondo, y no
sólo suele hacerlo sin tener un alto coste para los derechos, y la infelicidad
de la mayoría es extrema, se vuelve la mirada, o su intento, a la ética de la
compasión. Lástima, Marga, quizás viviste los coletazos de la ética – el
intento, repito, pero al menos se contemplaba- y la crueldad va ganando terreno
a pasos agigantados. Ahí están. Y dan miedo, aunque de momento el sentimiento
que me puede es el de perplejidad, ¿Cómo hemos llegado a esto?
Comienzo la lectura de Heredarás la tierra de Jane Shiley,
editada en Sexto Piso. Sus ediciones no suelen decepcionarme, tienen gusto y
oficio la mayor parte de las veces y las traducciones no chirrían. Le cuento a
J el inicio del libro, en un entorno rural la narradora denomina por nombre y
acres a sus personajes, y él sitúa lo que estoy leyendo hablándome de los inicios de praderas
arrebatadas a los indios y la dificultad de cultivar un suelo indomable a la tecnificación y la extracción de petróleo en la
actualidad y el desgaste de la tierra. Siempre hace lo mismo, con un relato
consigue que todo adquiera sentido. Señor de todos los conocimientos y las relaciones
entre ellos, qué envidia esa facilidad, yo, que cada dos por tres enredo todo, aturullada mi cabeza. Ya contaré más de un libro que promete. Un Rey Lear diferente, dicen, fatalismo y relaciones humanas y familiares, me digo, qué mejor para este tiempo.
El primer baño del año, unos días de escapada empujados por
la excusa de un calor que aún no ha llegado. Todo transcurre en calma y
acompañados por la sensación de inicio que otorga un verano recién estrenado.
Tiene la pureza de toda ensoñación y también su engaño, es posible, pero quién
no se dejaría seducir por ellos.
Que comience el verano.
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