domingo, 4 de junio de 2023

De ferias, fechas y bienaventuradas sus páginas

La Feria es nuestra feria, habrá quien ansíe subir a carruseles de color, bengalas y algodón de azúcar, vestiditos de domingo y zapatos brillantes, si es que eso aún se estila -me da que sí, se estila casi todo lo rancio sin sentido, de nuevo, quién lo diría- y música que trepana los oídos y el cerebro, no digo yo que no, pero la nuestra es esta, es nuestra fiesta un martes día 30, San Fernando, mochila a la espalda de mi sherpa, señor de anchas espaldas para cargar con libros y mis despropósitos que son tantos y variados, con la prudencia del que calla y sabe escuchar, hasta el extremo de diferenciar el canto de un vencejo pálido y uno común, quién diría de la diferencia de sus hablas, y ahí vamos, caminito de El Retiro. Leo, y leo mucho, que la Feria es un encuentro de firmas de autores y me sorprendo -a mí siempre me sorprende lo que el resto da por sabido- y mira que son años, pero nunca, nunca he buscado la firma de un autor. No es esnobismo - o quizás sí-, pero por encima de todo es pudor, querer huir y por favor, que no me encuentre con la mirada del autor zoo solitario, pluma entre dedos y afán de lectores, la única vez que me atreví, que enfrenté su mirada, fue con un escritor que no mencionaré, por el mismo respeto que me empujó a adquirir su libro, todo parkinson en su firma, superado por el tiempo y las modas, con un libro que de puro innecesario olvidé en mi viejo coche antes de venderlo y que el sol decoloró como al autor. Pero fue bueno, de verdad lo fue, y merecía la superación de mi incomodidad. También leo que el último día firmará Ana Obregón, su testimonio, esa es la idea, ¿la necesidad? Un testimonio que solo puede reflejar el patetismo de un tiempo, ya perdido el más mínimo sentido común. Qué fue del saber estar, dirían mis mayores. Qué necesario se me hace ahora ese saber, mira que me lo repitieron y yo ni caso. Y descubrir que no, que no hay quien sepa estar, ya no en el mundo, sino en la propia vida. Así vamos.

Y me encuentro con una caseta de editoriales de Andorra y allí está el editor que escucho en uno de mis podcasts preferidos, El Café de Mendel, y eso a pesar de pelearme con ellos cada dos por tres -no, eso, nene, ni por asomo, qué dices-, pero me divierten, la mesura de uno y la gruñidad del otro. Y me hace ilusión conocer a uno de ellos y comprobar que sus ojos tienen el mismo blanco inocente y entusiasta que adivino al escucharlo y hablo con él de sus ediciones y le agradezco su dedicación estética y el detalle. He comenzado a leer Los chicos de Toni Sala (Trotalibros editorial) autor catalán, y me seduce, me está gustando mucho a pesar de ser una literatura a la que pocas veces me asomo, catalana o no, la de este país y actual, excepciones contadas, escaldada ya de la calidad infame y esa escritura que pareciera en planillas, monocorde y sin equipaje. Si el libro sigue desarrollándose así no será la primera vez que lea a este autor.

Y me paro en una caseta al ver las ediciones de Max Aub y compro un libro de sus relatos, animada por un vendedor de pendientes, pelo cano y amor a la literatura -edición cuidada y con mimo al autor, benditos idealistas con gusto-. Max Aub pertenece a esos autores olvidados –¿despreciados? -  insolente por escribir a destiempo y en un deslugar, no basta con tener oficio y talento, la escritura debe caber como un guante en su tiempo y no fue su caso. Más bien lo contrario, qué incómodo resultaste, Aub. Y otro libro, breve y delicioso, del autor para regalar a I que camino de Chicago esta vez y este año, vuelve a traicionar nuestra amistad. No te mereces un regalo, pero soy de corazón amable y limpio. Baste con decir que me ayudas a situar en el mapa capitales extranjeras, de ahí mi agradecimiento. Mapa de mundos, otra vez.

Y desde el martes, hojeándolo a ratos, El arte de sobrevivir de Schopenhauer, el pensador y escritor gruñón, misógino, mezquino y suspicaz que parece tener más defectos que virtudes - y quién no, bonita mía, y no escribes así-. Con él descubro que la inclinación a la necesidad constante de apego hacia aquellos a quienes quiero o aprecio y la misantropía que cada cierto tiempo me atrapa forman parte de mí y mis días. Y uno de mis rasgos más locos. Leer sus pensamientos sobre la edad, los años que transcurren, es reconfortante. Reconcilia con tu vanidad y te recuerda que adiós a ese pensamiento mágico de que lo mejor está por llegar. Ya no, ¿Y qué? Y recuerda la libertad, la necesaria, la que nos otorgamos a nosotros mismos, y que sólo los años pueden concederte. Si no lo haces del todo mal.

Y así lo intento, de verdad que lo hago. Al menos pongo el empeño.

Ah, y me compro un libro tostón sobre César Vallejo, de esos que a menudo te cuelan por la seducción de un título, Ser poeta hasta el punto de dejar de serlo. Pero algunas páginas podré salvar. No parece que muchas. Maldita sea, Pre-textos.

Y comics  y ensayos naturalistas que adquiere Jorge, de esos autores locos que me fascinan por marcianos -estos sí que sí- que leeré , pero cuándo, mejor que me los cuente él o leyendo en voz alta párrafos. Y la novela Heredarás la tierra de  Jane Smiley, recomendación de alguien que no recuerdo y qué más dará, viva el riesgo.

Me espera un tiempo atareado, ensimismada, intentando enfocar la mirada présbita. No sé. Esta es la ocupación que ansío. La única que debería respetar, practicar, por hacerme sentir en mi piel.

 


 

 ¡Eh- gritó Will- la gente corre como si ya hubiera llegado la tormenta!

-          ¡Llego- gritó Jim-, la tormenta somos nosotros!

Ray Bradbury

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