sábado, 8 de abril de 2023

De estos días

Me cuesta un tiempo acostumbrarme a las carreteras, vengo domesticada por autopistas, tres carriles, salidas y entradas desaceleradas, ni hablar de caminos sin asfaltar o velocidad media 70, adoctrinada por esa voz que me avisa del camino a seguir, dé media vuelta cuando pueda, el satélite es nuestro Señor y guía. Pero al cabo de unas horas tomaré el pulso a las distancias, la falta de arcén y las curvas o rectas porque es nuestra Señora- esta vez es Ella, mi panteón al conducir es unisex- la orografía. Al mismo tiempo voy notando que mi ser se acomoda al no tiempo y no lugar, mi pelo, más que el de Jorge, esa es otra historia – el suyo rizado y un poco largo, el mío, corto, muy, muy corto-, se encrespa, y la necesidad de vestirme para la ocasión - coquetería femenina, tan personal y poco adaptada a los cánones, pero que existe y me obliga, lo juro, aunque nunca lo pareciera- quedará desdibujada por un ahí me la den todas, un ser agreste que poco a poco se transforma y va dejándose llevar por una felicidad silvestre y sin mayor intención que la de permanecer unos días -no soy idiota, no me podría permitir más tiempo-pero que acaba por dominarlo todo.

Y a partir de ahí serán siestas infinitas de las que no puedes salir, ¿quién querría salir?, caminatas por una primavera que no termina de llegar, y es probable que no lo haga por la falta de precipitaciones, y olores que asaltan un olfato atrofiado, un mirlo atontado que picotea cada mañana el cristal confundiendo su reflejo con el de otro mirlo, errores de la territorialidad tan parecidos a los nuestros, me digo adormecida y molesta por su ruido, y cada tarde desenredar con los dedos su cabello como castigo al olvido del cepillo, motivo de divorcio me dice el tipo del pelo enredado -no le presto mayor atención, ocupada como estoy en trazar sus guedejas- libros y tareas que cargo para no hacer caso ni a unos ni a otras, ni pizca de remordimiento, vaya, un poco sí, pero al que espanto sin mucho esfuerzo, y aprender de un guía de Cabañeros, biólogo y cañero, el sentido de la trashumancia, de un pasado que pocas veces te contaron, de la inutilidad de las fincas cinegéticas y la barbaridad de su lugar y sentido en un siglo XXI, y acabo gritando ¡abajo el capital!, una vez más, y no, no es política, es supervivencia, y quién lo entendería si no fueran esos ciervos y los muflones y el Parque, el topo, quizás. O el conflictivo lobo, a su pesar.

Y esperar a Jorge que regrese cada mañana de su incursión, sentada aquí fuera, escuchando el trajín y el trino de pájaros en busca de territorio y nido, contemplando las montañas bajas y redondeadas. Y la luz adueñándose de la mañana. O de mí.

Esto es la calma.

La banda sonora: Khruangbin, raros entre los raros, me gustan tanto sus pintas anacrónicas y tan, tan cool, como su música.  Sigue siendo un misterio porqué tras un buen rato de escucha, el algoritmo me lanza una canción de Paloma San Basilio. Y tan pancho. El algoritmo es un cachondo y un despistado, me digo. Y canturreo un poco. A qué va a tener razón, el jodio. O casi.




No hay comentarios: