Creo que es la tercera vez que leo la Plaza del Diamante. Es un tópico, lo sé, decir que cada lectura me ha parecido distinta a la anterior, que pareciera otro libro, como si el texto hubiera mutado sin más en estos años transcurridos. Y a estas alturas estoy convencida que de encontrarme con cualquiera de mis yo lectoras anteriores de Rodoreda sentiría, casi con seguridad, una incomprensión recíproca y no poco resentimiento de ver quien fui, en mi caso, y en qué me he convertido, en el de ellas. En contra de ese grupo de personas que percibe su yo como una identidad inmutable y la misma que permanece a lo largo de los años, confundiendo, según creo, lo que es el relato interior y continuo del pensamiento con la esencia o alma, de la que yo, obviamente, desconfío y creo que carezco. Desalmada. Así que no, no creo que reconociera a aquellas lectoras y mejor para todas nosotras, este hecho nos permite disfrutar una y otra vez de maravillosos textos como el de Rodoreda. Dentro de mí caben multitudes, dijo alguien. Y todas las mías leen, añado yo.
Y me paro a pensar que hacía mucho tiempo que no releía
cuando lo curioso es que durante muchos años mi principal lectura fue esa: la
relectura. No sé si por una necesidad infantil de conocer el relato de
antemano, seguridad en tiempos inciertos, o por la falta de poder adquisitivo,
aunque existían las bibliotecas y de hecho también releía los libros tomados en
ellas. Lo que sí sé es que dejé de hacerlo, tal vez empujada por la necesidad
de que en mi vida queden pendientes los menos libros posibles, el paso del
tiempo y sus trastadas, o sólo tuvo que ver la sobreabundancia y el consumo
feroz al que nos arrastran las mesas de novedades, ese afán por leer y leer,
sin mucho sentido. Pero, también, es posible, que mi tino para elegir lecturas
haya mejorado mucho con los años y la gratificación de la novedad sea mayor. O,
ahora que lo pienso, que el poder de la novedad, aspiración e inane novedad de
nuestros tiempos, sea el causante. Seguro que una mezcla de todas las razones
sea la razón.
Y Rodoreda con su Plaza, el lirismo y belleza, sin dejar de
lado la amargura con la que narrar la miseria a la que se ve arrastrada La
Colometa, bastarían para llenar por sí misma el sentido gozoso del acto de
la lectura.
...y pensé que tenía que estrujar la tristeza, hacerla
pequeña enseguida para que no me vuelva, para que no esté ni un minuto más
corriéndome por las venas y dándome vueltas. Hacer con ella una pelota, una
bolita, un perdigón. Tragármela."
Y también releo estos versos, La poesía vive de insomnio
perpetuo, de René Char, de uno de sus libros traducido por Riechmann, dos
de mis poetas abandonados y ahora retomados en función de no sé qué articulaciones
mentales.
La poesía es un género que requiere y propicia la relectura,
no creo posible el gusto por la poesía sin el hábito de volver una y otra vez a
un poema. Así, los poetas son autores que entran y salen de tu vida
continuamente, con los que la afinidad se desgasta para volver a surgir años
después.
Y ahí estamos, todos, ellos con sus letras y yo, aquí, con un hábito abandonado que retomar.
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