Escucho a Maika Makovski o Morgan, también la Tedeschi de hace años, no sé por qué necesito voces femeninas y roqueras mientras escribo mi libro -el estimable borrador, habíamos quedado, Marga- pero sé que mis dedos corren más libres, más firmes si las escucho y escribo con sus voces retumbando en mi cabeza. Y bien sabes que esta historia debe ser así, franca y sólida sin caer en complacencias inútiles, falsos lamentos ni esquinas de mercadillo de vivencias y dolor a dos duros la libra. Pero qué complicado el equilibrio y la fuerza, todo apoyo será poco para ese pulso, querer morder, no sólo contar. Y a quién le importará, me digo, por otro lado.
Ahí sigo, no obstante. Me obstinación y que le zurzan al mundo, necesite o no saberlo, quiera o no enterarse. Yo escribo y ya.
Y estos días leo a Antonio Soler y Sacramento, su libro. ¿Quién es este señor? ¿De dónde sale? ¿Por qué no le había oído nombrar antes? Tiene 65 años, lleva más de diez libros publicados y algunos premios. No es que me importen, los premios digo, apaños editoriales la mayor parte de las veces, pero no ha pasado por mi radar y por su forma de escribir debería y no es tanto lo que cuenta, que sí, pero es su forma de contar, le digo a Jorge. Una historia que a priori ni fu ni fa para mí -las tropelías de un cura rijoso en aquella Málaga, España al fin y al cabo, de los años 40-50- pero que a medida que pasan las páginas leo embebida por lo que tiene de moral esquiva y universal, la del cura que era la de un tiempo mísero y perdido. ¿Y la de ahora? ¿quién escribirá la de ahora? Desde luego no la misma pero también perdida y cada vez más abocada a la miseria. O será mi edad, yo qué sé, el no entender nada o entender demasiado y no querer verlo. O entenderlo y qué hacer.
Y el resto, alejados de otros humanos, escapemos de nuevo, la época más indicada para huir, verde y primavera, todo horizonte, pájaros que llegan de paso con su poco peso y kilómetros de vuelo, el canto, escuchar y no confundir, yo sí, yo confundo y ni capaz soy de diferenciar unos de los otros, pero escucho y te sonrío y asiento. Cuando la felicidad y el entusiasmo del otro bastan para convertir cualquier paseo en esa cosa pequeña que es el estar.
De cosas pequeñas y no de cansancio, ojalá, pero la semana que viene otra vez y no.
1 comentario:
Cosa pequeña pero enorme , ese estar.
Ya sabes el dicho, el que la sigue la consigue (o algo así), así que si esa música te sirve, pínchala una y otra vez :))
No conozco a ese autor, pero el tema...., prefiero no leerlo, me revela y revuelven las tripas ese tema tan antiguo, tan moderno y tan...ufff, me revuelven las tropelías que aún hoy, siguen.
Un beso grande, Marga co el canto de esos pajarillos.
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