sábado, 31 de julio de 2021

Algo que quería contarte

Llevo un verano gozoso de lectura. Tras una racha de cansancio y dificultad para concentrarme puedo apreciarlo más, abrir un libro y abstraerme parece casi un milagro y sin embargo es lo que está sucediendo. También he vuelto a escribir, emborronar sería mas preciso, e imagino que lo uno actúa como motor para lo otro, aunque nunca sepa en qué orden se llaman. La contrapartida es que los seres humanos me sobran, no todos, claro, pero sí la mayoría. Bienvenida misantropía. Es otro de los resortes que entra en el conjunto. Un misterio para mí mi propio cerebro y sus intenciones. Ya, y para cada cual el suyo.

Y me muevo entre pulsiones, el realismo anglosajón y la expresión ordenada o, de nuevo llamándome, la literatura latinoamericana -¿sería éste el término adecuado? da algo de miedo, con tanta precisión política, lanzar, sin más, el término-,  el desbordamiento de sentidos y lenguaje en las historias contadas. Educación sentimental, los veranos juveniles del deleite lector llegaban de su mano y cada cierto tiempo ataca como una adicción, el placer al que regresar. Sergio Pitol, el escritor mexicano, es quien me lleva de la mano estos días, una vez terminado el volumen de cuentos de Alice Munro. Algo me dice que durante este verano va a ser así: un no saber a qué carta quedarme entre realismo y prodigio. Dará igual, tan válido uno como el otro para mis ojos lectores y ávidos.

En Alice Munro la categoría de cotidiano llega a una maestría difícil de superar. Y no puedo evitar sentir que esa voz que cuenta podría ser la mía, pero sin que eso signifique la identificación con sus personajes, yo al menos casi nunca siento que lo haga, sus mujeres están tan lejos de mi existencia como pueda estarlo su país, Canadá. Y no, no se trata de eso, es sentir que puedo llegar a entender la intimidad y privacidad de los pensamientos de sus mujeres sin mayor esfuerzo El discurrir de las ideas que expresan se vuelve natural y comprensible. Eso que llaman universal, como si fuera tan sencillo.

Y así, con este párrafo, termina el volumen de cuentos. Lo he subrayado y anotado con bolígrafo azul y exclamaciones. Sí, soy de esas personas que no siente que los libros sean algo intocable, me gusta retozarlos y compartir con ellos, en ellos, mis hallazgos.

Y ya me callo. Mejor que hable La Munro. Cómo no, qué idiotez sería otra consideracion.

El problema, el único problema, es mi madre. Y por supuesto es en ella en quien pongo la mirada; es para llegar a ella que he emprendido este viaje. ¿Con qué fin? Para delimitarla, para describirla, para iluminar, para celebrarla, para deshacerme de ella; y no funcionó porque estaba demasiado cerca, como siempre hacía. Conserva toda su rotundidad, su peso abrumador, y aún asi es borrosa, sus contornos se desvanecen y se diluyen. Por eso sigue adherida a mí y se niega a desprenderse, y yo podría continuar, incansablemente, empleando todas las habilidades que poseo, usando todos los trucos que conozco, y nada cambiaría.






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