Leo la correspondencia entre Delibes y Umbral. Disfruto de la amistad y palabras de dos señores, las idas y venidas literarias y vitales, el compromiso de una comunicación escrita que se mantendrá a lo largo de décadas, nacida de la admiración mutua. Disfruto, mucho, con la seriedad y falta de sentimentalismo en sus cartas, en ocasiones simple intercambio periodístico o pecuniario, correspondencia entre adultos formados y vapuleados por la vida a medida que transcurre el tiempo. Uno de los efectos de la lectura de la correspondencia entre dos personas es que ofrece una visión de la amplitud de sus vidas a cámara rápida, como tener entre las manos uno de esos libros infantiles en los que al pasar las hojas con rapidez el dibujo adquiere movimiento instantáneo. Da algo de miedo. En fin, como decía, el tono de sus cartas está muy alejado del colegueo y ternurismo que parecer marcar el signo de nuestros tiempos en la comunicación a dos. Son dos señores y me encanta que así sea. Puede sonar trasnochado, seguro, pero me importa un comino. Me gusta esa distancia, me parece sana, me parece seria. E incluso podría ser necesaria, ¿por qué no?
Y yo, siempre alerta a los momentos que
marcan un antes y un después en la vida de cualquiera de nosotros: el mismo año
que Delibes pierde a su mujer y Umbral a su hijo, en una de las cartas que
envía Delibes a su amigo, hablando de ese momento triste y desolador que cada
uno está viviendo, “Dentro de 20 días regresaré por Valladolid a intentar de
nuevo encontrar postura”.
Esa búsqueda de postura, ese intento, qué acertada
expresión cuando estamos obligados a recomponernos o recomponer algo tras una
vivencia que nos rompe.
Qué elegancia y medida
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