domingo, 7 de febrero de 2021

Cartas al otro lado del Atlántico

 Pienso que lo que nos sucede puede igualar sentires y vivencias a distancias y océanos de por medio.

También creo que puede servir de muestra este intercambio de cartas. Rafael vive en Mexico, Jalisco, yo en España, Madrid. El resto de conclusiones os lo dejo a vuestro parecer.  

Acordamos escribir una carta simultánea y las otras dos lo que surgiera. Leedlas como tal.

Gracias, Rafael, por tu generosidad al dejarme tus cartas y pensamientos.

  

Guadalajara, Jalisco. Enero 28, 2021.

  Estimada Marga,

 

Me gustaría contarte, previo a hablar de mi experiencia personal con la pandemia, de algunos acontecimientos sucedidos unos meses antes de que se desatara esta crisis mundial de salud.

     Los últimos meses del 2019 fueron de inusitada intensidad para mi y mi familia. Todo comenzó, curiosamente, el día de mi cumpleaños, octubre 27. Estela, mi esposa, fue operada de emergencia por una hemorragia intracraneal. Afortunadamente, su recuperación fue tan buena, diría prodigiosa, que con la aprobación del médico pudimos realizar veinte días después un viaje que teníamos programado desde un año antes a Sudamérica: Perú, Chile y Brasil. Puedes imaginar que lo disfrutamos al máximo, celebramos mis sesenta de edad y nuestros treinta de casados, fue nuestra reluna de remiel.

Al regreso, malas noticias. Mi madre se puso mala. A los noventa y cuatro, su salud de hierro se doblegó y falleció el 27 de diciembre. Una montaña rusa emocional en el lapso de dos meses.

 Así que llegué al 2020, ¿como podría decir?, un poco atontado y anestesiado. En las noticias hablaban de una epidemia por un virus en una ciudad de la lejana China, yo pensaba que pobrecitos chinos y daba vuelta a la página. Aún cuando los expertos hablaban de todo lo que podía caernos encima, he de reconocer que mi actitud era bastante escéptica. Cuando las primeras medidas de distanciamiento y confinamiento se “impusieron” en México y aún durante las primeras semanas que siguieron, la pandemia me parecía algo aún extraño y relativamente lejano: no conocía a nadie enfermo y nadie de mi círculo de parientes y amigos sabía de ningún caso.

 Cuando veía en la tele que vosotros en España estabais obligados a permanecer en casa tenía sentimientos encontrados. Por un lado, admiraba la manera, en apariencia efectiva y rigurosa, que la población en general acataba la orden de confinamiento, escenario absolutamente inimaginable en México y, por el otro, me preguntaba qué seguía, cuándo y de qué manera podríais salir de esa situación. 

Por acá, en un primer momento creí podría organizarse cierta estructura y delinearse una guía, una manera de enfrentar las etapas de la pandemia. Desgraciadamente, me fui dando cuenta que el escenario era totalmente distinto. Hay muy pocos lineamientos y más allá de las medidas profilácticas que todos conocemos: tratar de quedarte en casa, las mascarillas, los geles antibacteriales y las tomas de temperatura, no existe nada más y eso cuando tales medidas se aplican. Actualmente, la pandemia se ha extendido como fuego en la pradera. Si en un principio no conocía a nadie infectado, ahora casi todos los días me entero de algún pariente o conocido enfermo y en algunos casos, tristemente, de gente que fallece de cualquier edad o condición social.

 En casa somos seis, Estela mi esposa y nuestros cuatro hijos, cuatrillizos, tres chicos y una chica en edad universitaria. No fue sencillo cuando cerraron la Universidad y nos quedamos encerrados. Imagínate, cuatro universitarios guardados. Por supuesto, su confinamiento ha sido, ¿cómo llamarlo?, parcial, contradictorio, sui generis. Dejar de ver amigos, puede ser, casi; pero dejar de ver novias y novio, bueno, eso ya es demasiado. Así que, cada uno a su modo, ha desarrollado su manera de enfrentar la situación y de cuidarse y, hasta ahora, toco madera, ninguno hemos enfermado ni ha habido enfermos en la familia más cercana.

 Qué sigue? Supondría que las vacunas son la respuesta. Por aquí se han aplicado muy pocas y no se vislumbra un plan coherente para lograr una cobertura efectiva y rápida. Mientras tanto, mucha gente sufre en un país como el mío, con tantas carencias. Me preocupo mucho y mi estado de ánimo oscila, sube y baja, en ocasiones logra mantenerse en mesetas altas o bajas y en otras se revuelca.

 Un abrazo,

 Rafael

 

En Madrid a 29 de enero de 2021 de este tiempo atribulado.

 

Querido Rafael:

    Te confieso que he disfrutado mucho del género epistolar en aquellos tiempos lejanos en los que todo parecía menos frenético y la espera era una virtud y no una tara del sistema de entrega. Sea como fuere, hace mucho que no escribo una carta y espero sepas perdonar mi método si resultara algo oxidado.

    Te contaré pues, o al menos haré el intento, lo que ha supuesto el COVID para mí y mi vida - ¿la COVID?, me lio con el artículo. El cualquier caso el virus es tan maldito que no tendré la deferencia hacia él de investigar qué género le corresponde-. Y eso que ahora mismo no parece el mejor momento para valorar nada con respecto al virus, al menos aquí, en mi país, donde estamos en una tercera oleada de contagios de características muy similares a la primera y es descorazonador el sentimiento que nos va invadiendo a todos poco a poco. Desesperanza, cansancio, tristeza y un ánimo desolado se me ocurren como adjetivos para intentar definirte la situación. Imagino que innecesaria la descripción, en tu país será parecida y tus sentimientos muy similares a los míos. La especie humana se encuentra hermanada como nunca lo estuvo, o eso creo, en el miedo y el desaliento. ¿No te parece así?

    En el último año muchas cosas me han sucedido a pesar de que todo pareciera paralizado en virtud de la cautela, como si hubiéramos pretendido detener al tiempo en un pequeño fotograma. Para mí todo comenzó el 9 de marzo, ese mismo día ya no pude ir a trabajar aquejada de un cansancio y una apatía extraña, yo, que siempre ando como rabo de lagartija, apresurada y pasando de una actividad a otra sin descanso. Unos días después fue mi pareja el que comenzó con fiebre y día a día sus síntomas empeoraron mientras los míos iban remitiendo. Jorge, el nombre de mi pareja, ingresó en el hospital el décimo día de la enfermedad y ahí comenzó una auténtica pesadilla de miedo -terror sería más adecuado decirte, seré sincera- y desesperación para mí. Mientras a él le faltaba el oxígeno y luchaba por respirar, yo luchaba por mantenerme a flote, por no volverme loca en las horas que transcurrían entre las llamadas, una al día, que me hacía el equipo médico. En esos inicios de la pandemia no había información, el sistema sanitario parecía tan colapsado y perdido con la avalancha de casos como con el desconocimiento de qué hacer o cómo enfrentarse médicamente a lo que sucedía y ser consciente de ello no me ayudaba en absoluto. Recuerdo aquellos primeros días en los que la ausencia de Jorge se sumaba al confinamiento absoluto decretado por el gobierno -y sólo ahora que te lo cuento a ti, Rafael, lo estoy rememorando con algo de exactitud porque durante estos meses he preferido no enfrentarme a esos recuerdos- como una bruma sin forma ni hechos concretos que se sucedieran, un sinsentido de horas y un caos de emociones donde la confusión y el miedo predominaban. Y era al miedo al que tenía que apartar una y otra vez con cualquier estrategia a mi alcance. Y esas estrategias a veces eran bien locas, te lo aseguro: dirigirme a mis gatos como si sintieran el vacío de la casa tanto como yo, conversar en voz alta con las fotos o con una madre que lleva 20 años muerta, pensarme con escafandra, submarinista respirando a bocanadas y tirando de la red de apoyo- bendita familia y amigos- a cualquier hora y con cualquier medio tecnológico. Estuve del revés y con la cordura dando vueltas alrededor sin saber muy bien de qué lado ponerse para tomar el mando de una vez

    En fin, tras un mes en el hospital, Jorge fue dado de alta y dieron comienzo otras tareas, otras ocupaciones, pero mucho más gratas como puedas imaginar. El miedo seguía ahí- y aún lo hace, claro- pero apaciguado. Y poco a poco Jorge fue recuperando sus fuerzas y las mías seguían a las suyas. El COVID deja tras de sí un espíritu exhausto y hay que tener paciencia para recomponerlo. Se necesita tiempo.

    ¿Sucederá igual con el espíritu del mundo? ¿tú que piensas?

    Voy a enviarte esta carta y leer la tuya. Estoy impaciente por hacerlo y como te prometí no la he leído aún a pesar de mi curiosidad. Pero la paciencia es una buena virtud y la espera puede ser un deleite. Algo que perdimos cuando dejamos de escribir cartas. Lástima.

    Te envío unos versos como colofón y revulsivo a tanta tristeza y dolor. El último premio Cervantes, premio que compartimos gracias a una lengua común entre aquella y esta orilla.

Cruzando temporales

se aprende a planear.

Sobrevolar la vida

para avanzar usando

la violencia del viento.

Igual que las gaviotas.

Joan Margarit. Premio Cervantes 2020

Hasta nuestra próxima carta. Cuídate mucho y protégete de la fuerza del viento.

Afectuosamente, Marga.

 

Guadalajara, Jalisco. Enero 31, 2021

 Concuerdo contigo, estimada Marga:

     Qué bella y emotiva la llegada de una carta aderezaba por la espera, el anhelo y la nostalgia. Quienes somos descendientes de emigrantes presenciamos la alegría, las manos temblorosas de padres y abuelos al abrir el sobre y desdoblar las delgadas hojas del “papel para escribir” como diría mi abuela.

Aunque ahora virtual y transportada en segundos, la llegada de tu carta trajo el aroma de esos tiempos. Y es que no sólo hemos perdido la forma: la pluma, el papel, el sobre y los timbres o sellos como decís allá, sino también el contenido y la manera de expresarlo. Los mensajes ya no cuentan lo que se decía en las cartas, la expresión se ha desteñido, se ha hecho vana y superficial. 

La pandemia nos ha sacudido a todos, de una u otra manera, y concuerdo contigo que nos ha hermanado en el dolor. Te tocó de muy cerca, qué susto habrás pasado. Me alegra saber que fue sin consecuencias graves para Jorge. Como dice el poema que envías: Cruzando temporales, se aprende a planear. Así ocurre a veces, planeamos o nos estrellamos.

Un abrazo desde esta orilla

 Rafael

 

Madrid, 01 de febrero de 2021

 

Querido Rafael,

     Me encantó ese final de tu carta al hablar del ánimo que te embarga este tiempo y ese “en otras se revuelca” porque define exactamente el mío y el de casi todos los que conozco. Viene a confirmar lo que te decía, este maldito virus ha demostrado como nuestras vivencias son similares, se trate del país del que se trate, de la orilla del océano en el que nos situemos y de mayores o menores aciertos gubernamentales. Estamos hermanados como especie en una conciencia de fragilidad y vulnerabilidad general como creo que nunca antes había sucedido. Todo aderezado o gracias a la inmediatez de las comunicaciones en la actualidad: en apenas un lapso de tiempo puedo saber y entender cómo te sientes tú desde tu Jalisco mexicano y asentir cuando leo tus vivencias y pensar que pareciera en tu contar que no estás mucho más lejos que a una esquina de mi casa. No digo que haya sido necesario vivir esta pesadilla y seguir sumergidos en ella, digo que debería ser algo que merece la pena recordar y ser conscientes de ello cuando todo esto haya pasado. Probablemente no dure mucho esta conciencia mundial, tan habituados como estamos a olvidar y volver a la banalidad en apenas un pestañeo, al ombligo abrigado de cada cual, pero me gustaría dejar constancia del hecho en este intercambio de cartas y algún día, dentro de mucho tiempo, poder leerla y leerte, o que seas tú quien se la puedas leer a tus nietos, esos que llegarán sin ninguna duda de ese prodigio que debió ser el nacimiento de tus cuatrillizos, y ahora universitarios, ¡pobres míos! qué desbarajuste vital el suyo en una edad tan ideal para vivir y volar y no para refugiarse.

     Desde aquí, este Madrid casi sitiado estos días, brindo con un buen vino por ese momento en el que todos podamos volver a una existencia libre de esta amenaza, que podamos dejar de lado este desconcierto y vivir una reluna de remiel (me encantó tu expresión y me hizo sonreír) con la vida y los demás.

 

Un abrazo. Marga.

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