Continua este tiempo singular que nos ha tocado vivir. Y en
él me parece observar que todos andamos apegados a cada acto que realizamos sin
por ello dejar de sentir cierto desapego hacía los días que van pasando. De
contradicciones vitales andamos sobrados y en este momento una no sabe muy bien
dónde colocar los sentires y por ahí van, campando y correteando a tontas y
locas, esquivando miedos o euforias.
Llevamos unos días armando un camarote en nuestro salón. Lo
situamos junto al ventanal y en su entrada colocamos un par de librerías de
obra que vestimos con libros grandes, tamaño XXL, los más vistosos y coloridos
en una, y la colección de poesía en la otra. Entre ellas, dos pequeños peces azules
que parecen nadar suspendidos en la pared y una boya de vidrio verde y marinera
que colgamos del techo. Aprovisionamientos de unos viajes que parecen ya tan
lejanos no por el tiempo transcurrido sino por la ligereza con la que los
planificamos y se llevaron a cabo. La inmediatez y el capricho no resultan tan
sencillos en estos días. Diríase que nunca existieron tal es la adaptación que
nuestra mente adopta ante los cambios por alucinatorios que pudieran parecer en
un principio.
Y así, poco a poco, nos vamos amoldando. Y ahora podríamos
llegar a entender a esos niños maltratados que no tienen ningún problema en ser
agradecidos y amar a sus maltratadores: es como nos sentimos ante un mundo
que nos ha puesto del revés y ha decidido triturarnos en una vuelta de tuerca
más.
Pero yo hablaba de nuestro camarote. Un espacio pequeño como
todo en esta casa. O casi todo, salvo J. Un lugar nuevo desde el que poder
mirar, permanecer, guardar. Nuestro Nautilius y un capitán Nemo que cultiva su
misantropía, deseoso de evitar peligros. Un espacio sobre un mundo quieto o ya
nos gustaría pensar. Rodeados de las pertenencias que más valoramos y que más
bellas nos parecen. Con la confianza ciega que ponen los niños en los
sortilegios y la intención de calmar terrores. Y cuyo significado y alcance
sólo ellos entienden.
Apaciguando el miedo.
Campo del Moro, 24 de junio de 2020. Los bancos volteados para que no se siente nadie. Otra imagen.
2 comentarios:
Lo peor... nos han encarcelado la mente.
Y eso no tiene arreglo.
Creo que ya estábamos encarcelados y se nos permitía planificar viajes con ligereza (revolotear en jaulas más grandes)
Ahora son más visibles los barrotes, tal vez esto sea bueno, localizar al monstruo te da la posibilidad de elegir como aniquilarlo.
Besos,lagartija***
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