Escuché que este confinamiento había dividido a la gente en
dos grupos: los que eran capaces de leer y los que no. Hasta hace unos días yo
pertenecía al segundo grupo pero ahora he pasado a ser de los primeros. ¡Por
fin puedo leer! y es un placer añadido a la falta de angustia con la que
afronto los días. O cómo se redefine el trascurso del tiempo según sea la
realidad a la que enfrentarse.
Ahora, por primera vez desde que comenzó para todos, estoy
disfrutando del confinamiento y he descubierto en el tiempo otra medida, un
ritmo diferente y confortable, los días ligeros podría definirlo, en
contraposición – todo se mide en comparación a un contrario- a los días de la delirante casa
vacía, como he venido en llamar las semanas en las que J estuvo grave. Una
forma de intentar nombrar lo descabellado de un periodo en el que una mente
errática - la mía- vagaba sin ton ni son en un espacio solitario -nuestra casa-
donde esquivar el terror. Un cauce desbordado de pensamientos sin cordura, un intervalo
en suspenso definido por la llamada diaria de un hospital. Si intento recordar,
y lo hago a veces, me viene a la mente una espera brumosa en la que resultaría imposible
establecer límites de horas o rutinas. Los días en un duermevela febril.
Pude leer, como mucho y sin excesiva concentración, las historietas
de Asterix. Nada más era posible. Luego, a medida que las noticias iban siendo
tranquilizadoras, pude intentarlo con algún que otro libro de poemas pero de
forma muy descabalada, un verso por aquí o allá, sin apenas prestar atención,
pero insistía por no perder el poder y el hábito de la palabra escrita.
Curiosamente mi oído se mantenía alerta y era capaz de escuchar sin perder el
hilo y de esa forma me hice adicta al archivo de las conferencias de la Juan
March. Bendita M que me envió el enlace. Desde estudios de literatura en
castellano en autonomías bilingües hasta los mitos dionisiacos pasando por la
voz de Martín Gaite elogiando la obra de Delibes o Aldecoa, conseguía mantener
la calma escuchando hablar a expertos sobre temas de lo más variopinto. Esto, y
en los peores momentos, echar mano de los imaginados recursos de resistencia
mental de un alpinista al escalar un 8.000 o un submarinista herido esperando
el tiempo de descompresión para poder subir a la superficie y respirar de
nuevo sin ayuda. A veces la adicción a los documentales sirve de algo.
Y estos días, la biografía de los Goytisolo de Dalmau, y la relectura -de
nuevo su placer- de los cuentos de Cristina Fernández Cubas, de La Ginzburg, de los poemas de
Ángel González en la revista Litoral o Cernuda… letras que reconozco, que
reconfortaron en su momento, que consiguen volver a hacerlo ahora. Similar a esa
chaqueta que da calor y no pasa de moda sentando bien al cuerpo y al espíritu por
extrañas razones que nadie en su sano juicio analizaría.
Y mi juicio sin seguir en su sano juicio, advierto.
Perdernos al albur,
desalojarnos,
desahuciarnos de casa por un fuego
que limpie de impurezas nuestra casa.
Carlos Marzal. Ánima mía.
9 comentarios:
Me alegro mucho de que hayas alcanzado esa paz y tranquilidad para volver a leer. Lo debiste pasar fatal, Marga. Espero que los dos sigáis bien.
Un beso muy grande.
Hace mucho tiempo que no pasaba por aquí. Me alegra saber que lo peor ha pasado y estás ya en los días ligeros de lecturas y voces. También para mí las conferencias de la March son un inmenso tesoro y una continua compañía. Un fuerte abrazo
Carmela, la verdad es que sí, estuve muy loca... tengo una amiga que dice que este tiempo pasado ha sido sobre todo cruel. Es cruel no ver a tus enfermos, cruel no poder abrazar, cruel no poder compartir y que te consuelen... para ellos y para los que estábamos fuera. Creo que eramos seres a flor de piel y no estamos acostumbrados a ello. Y mira que he pasado por situaciones duras pero ésta ademas de dura era desconcertante, como ser un crío perdido y en exceso vulnerable. En fin, iremos viendo qué contamos y el relato que surge de todo esto, aún es pronto. Yo escribo por no olvidarlo (y porque tengo tiempo, sigo de baja pero se me acaba ya y con ello el placer de contarme, ays).
Seguimos bien. Besos de ida y espero que tú y los tuyos también. Un besote!
Colombine! jo, qué placer leerte y saber de ti! qué ilusión me hace. Sí, esas conferencias son, además de un gozo, un testimonio delicioso. Un tesoro, como bien dices. Yo las tenía olvidadas pero creo que recordaré la balsa que han supuesto en algunos momentos. Un abrazo sin distancia ni tiempo ;)
Te noto bien.
Me alegro mucho.
Con el confinamiento he aprendido a derrochar las horas.
Es tremendo.
Bueno, ahora ya trabajo pero aún así no sé qué hago con el tiempo...
Besos.
Toro, sí, lo de derrochar las horas yo también. Y oye, no es un placer? el tiempo se mide de muchas formas y esa es una placentera aunque esté mal vista por los hacendosos que todo lo hacen, jeje.
Un beso enorme
Hola, Marga. Muy cierto que así se dividen. Muy buena entrada.
Abrazos mexicanos.
Conocí esa huida del terror hace tiempo.La diferencia a mí favor aunque el mal me mostró los dientes y al final se llevó su presa, es que yo podia salir en estampida,correr desbocada hasta que sujetaba el miedo.
No quiero ni pensar lo que debe ser estar confinada y sin poder ver,tocar.hacer algo
Veo que lo más grave ha pasado afortunadamente.
Que el sol y la compañía entibien tu piel***
Sara, encantada de conocerte! gracias. Apapacho! (me encanta esta palabra vuestra)
Dalia, jo qué delicia! otro reencuentro... qué feliz me hacéis. Lo sé, sé que la conoces, lo recuerdo, preciosa, ays.
Y sí, ya pasó lo peor, como dice el dicho.
Un enorme abrazo espachurrao.
Abrazo, abrazo, abrazo***
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