31 de agosto
y oficialmente acabará el verano. Qué empeño ponemos siempre en delimitar
etapas, qué forma de calmar la idea de su inutilidad o el impulso de volver
habitable la continuidad del tiempo. El tiempo y
nuestra fragilidad. Y no sé si ese empeño reconforta pero lo intenta y habría
que estarle agradecido. Aunque todo quede en intento.
Comienza con
un regreso, el de J, y los síntomas de un virus que terminará por ser anónimo y
casual pero que hasta el final mantendrá la incógnita que despiertan -la
desconfianza en este primer mundo nuestro- los viajeros a zonas endémicas. No sé qué proporción de rechazo al que aventura
o a esa misma zona endémica. Con seguridad sólo prevención sanitaria pero a
veces da miedo no saber qué parte de prejuicio mueve el mundo. O a nosotros mismos.
Y luego un par
de días de retraso pero de igual forma saldremos corriendo, aliviados, rumbo al
verano que sólo alcanza su significado si estamos juntos, montados en un coche
y perdiéndonos por falta de orientación y despiste. Del amarillo sequía pasamos
al cabo de unas horas -tan pocas que parecerá increíble- al verde apabullante que
rodea ambos lados de la carretera y qué ganas dan de apartar la mirada y
perderse en él aunque seas quien conduce.
Y luego será el azul luminoso durante unos
días en la playa, de un mar enrabietado a ratos y calmo otras, pero sin
perder la fuerza que le determina. Y será el verde de los hayedos, profundo y con
vértigo, y el gris de valles y sus mitos -tan infantiles e ingenuos en la
concepción y formación de un relato que justifique el origen de una cultura que a ratos los rechazo y a ratos me enternece
como las ocurrencias de mis bichos más pequeños- ¿Suena arrogante? Es posible,
pero me cuesta tanto asumirlos como reales, tanto como la existencia de un dios
o un karma o un chakra. Domesticando las ideas del miedo e indefensión de soy humano
y no sé cómo gestionarlo. Y yo ni por asomo sé cómo, pero mejor la desnudez y
su pánico que los relatos de ficción si no es por disfrutar. Sin más.
Y fue la
existencia, cuándo no, y un aquí estamos, coleccionando, apoyados en los días y
con botas y el amor, oh el amor, ese amor diario, de bolsillo y sin estrenos. Ya
no toca. Tendidos al sol pero sin canciones de amor ni relatos de origen, por favor, sólo el tacto y la intimidad de cueva. Y como mucho tararear a voz en grito canciones italianas de los 50-60, último hallazgo para escuchar en el coche si la luz es el verano, Volareeeeeeeeeeeee.
Y ya en Madrid, La virgen de Agosto de Jonás Trueba en versión
matinal- algún día os contaré del disfrute de las sesiones matinales - Y su "cada uno quiere ser cada uno. Y yo no voy
a ser menos." Alargando la sensación de verano, su tempo y gozo.
Y una
pregunta lanzada, "¿cómo se hace uno persona.?" Y me pregunto lo mismo aunque mi
edad ni por asomo sea la de la protagonista. De nuevo el tiempo. Y terminar en
el bucle.
Y así.
2 comentarios:
El otoño nos mira y se carcajea.
Pronto seremos suyos y nos vamos a enterar.
Besos melancólicos.
Eso, tú animándome... desde luego...
Besos apretaos
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