viernes, 30 de agosto de 2019

Cuadernillos de verano



31 de agosto y oficialmente acabará el verano. Qué empeño ponemos siempre en delimitar etapas, qué forma de calmar la idea de su inutilidad o el impulso de volver habitable la continuidad del tiempo. El tiempo y nuestra fragilidad. Y no sé si ese empeño reconforta pero lo intenta y habría que estarle agradecido. Aunque todo quede en intento.

Comienza con un regreso, el de J, y los síntomas de un virus que terminará por ser anónimo y casual pero que hasta el final mantendrá la incógnita que despiertan -la desconfianza en este primer mundo nuestro- los viajeros a zonas endémicas.  No sé qué proporción de rechazo al que aventura o a esa misma zona endémica. Con seguridad sólo prevención sanitaria pero a veces da miedo no saber qué parte de prejuicio mueve el mundo. O a nosotros mismos.

Y luego un par de días de retraso pero de igual forma saldremos corriendo, aliviados, rumbo al verano que sólo alcanza su significado si estamos juntos, montados en un coche y perdiéndonos por falta de orientación y despiste. Del amarillo sequía pasamos al cabo de unas horas -tan pocas que parecerá increíble- al verde apabullante que rodea ambos lados de la carretera y qué ganas dan de apartar la mirada y perderse en él aunque seas quien conduce.

 Y luego será el azul luminoso durante unos días en la playa, de un mar enrabietado a ratos y calmo otras, pero sin perder la fuerza que le determina. Y será el verde de los hayedos, profundo y con vértigo, y el gris de valles y sus mitos -tan infantiles e ingenuos en la concepción y formación de un relato que justifique el origen de una cultura que a ratos los rechazo y a ratos me enternece como las ocurrencias de mis bichos más pequeños- ¿Suena arrogante? Es posible, pero me cuesta tanto asumirlos como reales, tanto como la existencia de un dios o un karma o un chakra. Domesticando las ideas del miedo e indefensión de soy humano y no sé cómo gestionarlo. Y yo ni por asomo sé cómo, pero mejor la desnudez y su pánico que los relatos de ficción si no es por disfrutar. Sin más.

Y fue la existencia, cuándo no, y un aquí estamos, coleccionando, apoyados en los días y con botas y el amor, oh el amor, ese amor diario, de bolsillo y sin estrenos. Ya no toca. Tendidos al sol pero sin canciones de amor ni relatos de origen, por favor, sólo el tacto y la intimidad de cueva. Y como mucho tararear a voz en grito canciones italianas de los 50-60, último hallazgo para escuchar en el coche si la luz es el verano, Volareeeeeeeeeeeee.
  
Y ya en Madrid,  La virgen de Agosto de Jonás Trueba en versión matinal- algún día os contaré del disfrute de las sesiones matinales -  Y su "cada uno quiere ser cada uno. Y yo no voy a ser menos." Alargando la sensación de verano, su tempo y gozo.

Y una pregunta lanzada, "¿cómo se hace uno persona.?" Y me pregunto lo mismo aunque mi edad ni por asomo sea la de la protagonista. De nuevo el tiempo. Y terminar en el bucle.

Y así.



2 comentarios:

TORO SALVAJE dijo...

El otoño nos mira y se carcajea.
Pronto seremos suyos y nos vamos a enterar.

Besos melancólicos.

Marga dijo...

Eso, tú animándome... desde luego...

Besos apretaos