Pues si, lo confieso, me está costando coger el ritmo. Buscar un hueco para
escribir o una rendija para mirar y luego contároslo. Ni siquiera ese
contároslo tiene mayor sentido, sé que descastada y ocupada no visito a nadie y
por tanto pocos podrán visitarme. Siempre me gustó la reciprocidad de los
blogs, me parecía más natural que la de otras redes sociales si de naturalidad
pudiéramos hablar al tratar de ellas que no estoy muy segura, de esas redes
sociales tan presentes en todos y todo que terminaron por hastiarme hasta el
extremo de abandonarlas convirtiéndome en el bicho bola (o cochinilla de
humedad pero suena tan mal...) que siempre quise ser. Misantropías al poder.
Pero desmelenada la escritura y sus ganas poco puedo hacer salvo escribir
cuando buenamente puedo o me dejan, haciéndolo desde la soledad, virtual o no.
Una lesión de muñeca, la derecha para colmo, impide hacer muchas cosas, casi
todas las habituales y prácticas de una vida diaria. Me relamo ante la
perspectiva de un tiempo propio, realmente propio: pasear, leer, ver. Y así
llevo dos semanas, nunca una mano fue tan bien cuidada -no me dejan ni mover una
hoja- ni una mente tan lujuriosamente alimentada. Decido acompañarme bien para
esta tarea y elijo El Diario de un artista en 1956 de Gil de Biedma y algunos
de sus poemas y prosas en la edición cuidada y escogida de Galaxia Gutenberg, o
con la trilogía de Berlín de Jason Lutes que enlazo en versión comic al
terminar La fractura: vida y cultura en Occidente 1918-1935 del historiador
alemán Philipp Blom del que recuerdo el trajín arriba-trajín abajo de este
verano, sin perder hilo de conclusiones y hechos de un tiempo que cada vez me
recuerda más a nuestro momento (salvemos, por favor, una enorme distancia pero
imposible no encontrar analogías ante la estupidez colectiva en la que tanto
nos gusta sumergirnos de allá para cuando). Y a ratos descanso la postura
cuando J me coge de la mano, la izquierda, arrastrándome a algún cine donde
hemos disfrutado de los últimos descubrimientos del cine español -aunque uno de
ellos fuera dirigida por un director iraní al que ya estábamos rendidos desde
su obra El Pasado, pero basta que la producción o sus protagonistas sirvan para
borrarle su nacionalidad. Todos lo saben que os recomiendo -si hubiera a quién,
claro- por lo sentadita que me mantuvo sin despegar la espalda ni el
pensamiento de la película. O esa otra protagonizada y dirigida por
treintañeros, Las distancias, pero que tan exacto supo poner delante el espejo
de las amistades y sus meandros a esta cincuentona y su cuarentón acompañante. La amargura que a veces instala el tiempo jugando a las lejanías del amor o de
la necesidad en las relaciones de amistad. Y no hay edad para ello una vez que
nos hacemos adultos. O eso me parece.
Demasiado sobre la muerte
sobre las sombras.
Escribe sobre la vida,
sobre un día normal,
sobre el deseo de orden.
Zagajewski Adams, de su poema Carta de un lector.
6 comentarios:
Has resucitado!!!
:)
Me alegra volver a leerte.
Siempre tan profunda (no es broma eh)... ahora me he vuelto menos travieso aunque contigo no sé si lo lograré... yo creo que te cogería de la muñeca derecha... jajjaja
Anda, cuídate mucho, escribe cuando tengas ganas y ya está, lo de la reciprocidad contigo no cuenta.
Besos.
Lagartija,una delicia contemplarte de nuevo sobre tu roca!!!Un abrazo!***
A mí no me importa que no vengas a mi casa, lo que si me importa es verte bien y verte por aquí :))
Besotes muchos
¡Anda! Digo... ¡Mira!
Saludos
Jo lo sé, vosotros aqui y pareciera que yo no. Pero palabrita que sí. Me encantan los reencuentros aunque sean apresurados... ya os dije?
Besos apretujaos por estar!
Ejem....
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