"Lo que hace auténticas a las mujeres es la maternidad". Acabáramos, señor Gallardón. Este pensamiento borra de un plumazo todas mis reflexiones, y dudas, acerca del hecho de ser mujer. Que esta aseveración provenga de alguien a quien le cuelgan sus atributos sexuales y con querencia a colgar crucifijos, me confunde, no puedo evitarlo. El verbo colgar me coge un poco a trasmano. Entiendo, señor Gallardón, que esos hechos conllevan calzar ciertos trajes, trajes que nunca estuvieron en mi armario. Curioso que a estas alturas intenten desordenarnos las perchas. De nuevo.
Pero le advierto que no deja de ser un planteamiento peligroso, señor mío. Si se trata de elegir localizaciones corporales, pudiera yo situar mi autenticidad como mujer en cualquier otra parte que marque mi singularidad femenina y no en el útero. De hecho en mi caso particular, y si no me asistieran el sentido común y el conocimiento de ser mujer -yo sí, señor Gallardón, yo si lo soy y puedo hablar con conocimiento de causa- podría asegurar que mi autenticidad deviene de mi clítoris. Él me resulta mucho más útil. Sí, ya ve, se puede elegir, se puede optar por dejar la maternidad a quien disfrute de ella y seguir siendo mujer. O esa pensaba hasta ahora.
Aunque para ser sincera le confesaré que siempre me llevó un poco de cabeza eso de definir mi feminidad. Casi debería estarle agradecida por haber centrado mi condición de una forma tan simple. Ahora me explico muchas cosas, mi tendencia a hablar como un carretero, la lucha por tener autonomía e independencia económica, en general el tratar de defender el criterio y la madurez de mi pensamiento , con patadas de ser necesario, y hasta el rechazo a los tacones o mi gusto por beber directamente de un botellín de cerveza, apoyan su tesis y se suman al rechazo a la maternidad -la mía que no la suya o de quien guste practicarla- y por tanto mi sexo en tierra en nadie. El problema, señor mío, es que Marga anda en medio de toda esta historia y ella sabe que la condición de mujer no es quien mejor la sitúa, es mujer per se y el resto es una construcción de experiencias y de ideas que son quienes realmente otorgan definición a su existencia. Que a veces, y sólo según los tópicos al uso, podría inclinar la balanza hacia un quehacer masculino y otras un femenino, pero siempre, siempre, siendo ella misma incluso a pesar de ella misma.
Por todo esto, señor Gallardón, permítame advertirle que se le ha visto el plumero. Que su reforma de la Ley del aborto es una chapuza y que en ella prima una concepción religiosa de la existencia, la suya, y un paternalismo que me infla las narices. Que no necesitamos defensas ultraterrenas y sí políticas sociales que defiendan y faciliten el derecho a la maternidad. De quererlo, insisto. Y que guarde sus opiniones acerca del hecho de ser mujer para sus sobremesas caseras, no necesitamos más gurús que iluminen nuestro entendimiento. Por extraño que le resulte nos bastamos nosotras mismas para situarnos en nuestro sexo. Porque de aplicar su línea de pensamiento, la autenticidad de un hombre estaría en su capacidad de soltar imbecilidades acerca de las mujeres. Y hombre, tampoco es eso, que respeto a muchos de ellos.