jueves, 12 de abril de 2012

Demasiado no.




Su nombre se escribe Lourdes pero para nosotros siempre es Lurdes. Se sienta en las últimas filas y no recuerdo su voz. Nunca suspende pero es la Retrasada. Otras veces es la Invisible a pesar de su altura. Todos la ignoramos porque si le hablas se le pone la cara muy colorada, como si le fuera a brotar sangre. Parece una grulla callada al final del aula.

La infancia le roba algo más que una o.

El Niño que nunca juega al futbol lleva gafas y mira por debajo de ellas, sin hablar mucho. En el recreo come despacio su bocadillo, para que le dure más. A veces juega a los cromos con el Niño de la lesión en el corazón, el que no puede correr, o con el escayolado de turno. Y todos sabemos que lee sin parar, ¡será raro!

Nunca aparecen balones a bordo del Nautilus.



En ocasiones, la Grulla y el Niño que nunca juega al fútbol se encuentran en el kiosco. Siempre hacen como si nunca antes se hubieran visto mientras ojean tebeos.


La madre de Niño tonto baja todas las tardes al parque. Habla sin parar con el resto de madres. Nunca pierde de vista a su hijo. Sonríe con comprensión cada vez que otra madre señala a su hijo (no sabe que es el suyo). Y con la misma sonrisa pasa la mano por la cabeza del Niño tonto si llora, cuando nadie quiere jugar con él.


Sonríe como quien abofetea.


11 comentarios:

TORO SALVAJE dijo...

Me voy muertomatao...
Que pena, que pena y que pena tan grande me ha dado.
Ahora le pegaría al resto de niños y madres.

Jo.

Besos.

Marga dijo...

Torito, pues no pretendía darte pena. Son cuentos crueles, sin alcanzar lo cruel que puede llegar a ser la vida del diferente, eso sí.

Besotes desiguales!

El peletero dijo...

La crueldad con el diferente marca el espíritu de la banda y de la tribu que se hace más notoria en la niñez, en una extraña y malsana búsqueda de identidad y en la sumisión, disolución y subsumisión de responsabilidades en el grupo.

Pero se puede mirar, a través de sus ventanas, mamparas y claraboyas “ojo de pez”, todo un universo de maravillas que no podrán ver esos que juegan con balones.

Saludos de tritón.

Carmela dijo...

Más terrible que sentirse fuera del mundo cuando está en el mundo externo, es sentirse fuera de su propio nucleo.
Besos, Marga.

Licantropunk dijo...

¿Pero me conociste de niño? ¡Vaya sorpresa! Pues sí, mira, así fue. Entonces Grulla se hizo mayor y... unas piernas de infarto, claro.
Saludos.

Marga dijo...

Peletero, sí, así es. Sin olvidar que el diferente también provoca temor. Y cuando la gente se hace mayor también provoca pereza: la de tener que superar el desconocimiento hacia el otro, siendo el otro extraño a lo común. De ahi el cuento del niño tonto...
Hay en mi vida un "niño tonto" -al que adoro sin medida como diría el bolero- que da cien mil vueltas a todos los listos. Claro, que hay que pararse en sus vueltas y contemplarlas. Pero una vez que lo haces la "inteligencia" deja de resultar tan seductora como a uno le enseñaron a pensar.
Recuerda la bola de Cristal? "hay que aprender a desaprender"... permítame un consejo: no pierda nunca de vista a los pocos seres humanos que le obligaran a desaprender. Es una experiencia enriquecedora como pocas (por lo que tiene de poco común, imagino).

Qué triste la vida sin ojos de pez!

Saludos con la manita desde ellos.

Carmela, ajá, debe ser una extrañeza, y dolor, doble. Qué capacidad tenemos de causar, y causarnos, dolor... en fin.
Besote!

Licantropunk,... una vez hice recuento de aquellos hombres que más me habían seducido a lo largo de mi vida y descubrí que la mayor parte habían sido niños que no habían jugado al fútbol de pequeños... jajaja, no me extraña pues que usted también lo fuera. De hecho vivo con un rarito de esos, jeje. Sois tan monos... jajaja.

Y perdí de vista a Grulla pero casi seguro lo de las piernas. Prefiero pensar eso a pesar de mi poca inclinación a los finales felices... Al menos por esta vez! se lo debo, ajá.
Saludos van

Magnolio dijo...

Te leo despacito en un tren que corre que se mata (toco madera), de regreso de unas vacaciones tan raras que tu página es lo primero - bueno, lo segundo - que leo (te debo una, ya)y bueno, no sé, tal vez la ventaja de los niños de tu relato sea una larga, larga infancia. O puede que lo piense porque a otros nos quitaron demasiadas letras demasiado rápido. Nunca se sabe ¿no crees?

Besos, muchos, en los raíles.

silvia zappia dijo...

la grulla y el niño no son tontos, se salen fuera del rebaño...me parece que la tonta es la madre del niño...

me encantó el cuento!

besos miles*

Marga dijo...

Magnolio, ajá, nunca se sabe. O mejor, cada cual sabe... no crees?

Más madera! que gritaban... y besos a mansalva.

Rayuela, no creas, el niño a lo que le dicen. Y la madre a lo que le hacen. O es posible que mi cuento terminara por estar enmarañado...
Besos van!

xnem dijo...

Chapeau! (chapó entre nosotros!) Un placer siempre pasar por aquí.

Antígona dijo...

Con frecuencia nos olvidamos de que toda infancia atraviesa momentos de auténtica lucha desesperada por no acabar en el afuera al que parece por principio relegada la grulla y no tan por principio el niño que no juega al fútbol. O al menos así lo recuerdo en mi caso y creía observarlo en los demás: la necesidad de ser admitido por el grupo es tan poderosa, tan doloroso quedarse al margen y no tener con quien jugar, que sólo muy lentamente vamos aprendiendo que nada tiene de malo ser un poco grulla a los ojos de los demás o ser demasiado torpe para pegarle patadas a un balón.

Y en cuanto a los niños tontos, todo es relativo –mira tú que Einstein fue también un niño tonto- y yo también les he tenido siempre especial predilección. Lo triste es que haya niños tontos a los que caló demasiado el adjetivo, o la vida poco amable no les ofreció la oportunidad de desmontarlo, convertidos después, bajo el peso del estigma, en adultos alicaídos. Hay que tener fuerza y suerte para no convertirse en aquello que nos dicen que somos.

Besos muy tontos!