sábado, 11 de enero de 2025

Salir ilesa y ganando

Hace un tiempo, no mucho, que sin conectar el navegador llego a mi nuevo trabajo. Quién lo diría, aunque en realidad siempre ha sido así, cada salto al vacío que di, o que pareciera -los del primer mundo siempre haciendo un mundo de sus mundos- resultó un acierto o un cambio a la medida del momento. Sin arrepentirme. Todo es un intento de y se me olvida creérmelo.

Comenzamos el año ya por la tarde y en casa -tras la celebración familiar, otra vez, aunque haga apenas unas horas, siempre pocas, muy pocas para Jorge, de Nuevo Año en homenaje y costumbre de la señora Ángela que cumplía años este día, 1 de enero, décadas muerta, pero que más dará si ni el corazón ni el cerebro parecen darse por enterados- dimes y diretes, cangrejos y humus, niños, carreras y risas- escuchando los grandes éxitos de los Bee Gees en Radio3 y tarareando cada uno desde su espacio, la porción de terreno propio que permite la convivencia de un amor sin desgaste, las canciones que bailan. Termino, también, el libro de Lydia Davis, Esa gente que no conocemos de editorial Eterna Cadencia Editora, que solo por el nombre dan ganas de tomar vinos con ellos, los editores, y lo termino con más de una sonrisa de asombro y acierto, boom, ese extraño tándem que me provoca una felicidad inmediata, casi febril, y otro baile, este el de la lectura afilada y exacta a mi emoción de casar el pensamiento. Ese rayo de luz que atraviesa la ventana, pongamos por caso, y acierta exactamente en la oreja de uno de los gatos en el momento justo en el que lo miro.

También vemos películas de los años 50. Quisiera vestir como Doris Day en sus comedias, esos abrigos, sus gorros, todo color y confort. Cada día al levantarme de este año. Me lo propongo y no será, pero podría ser en otra vida que no fuera esta, la mía.

Y al final, todo es casi siempre un malentendido. Lo subrayo en verde en el libro que regalo a I, el final de “De la vida mía”, un collage vital de Miquel Barceló publicado por Galaxia Gutenberg. Su vida y obra, ¿no serán acaso lo mismo? Un malentendido, la vida, a veces cruel, a veces indulgente. Ajustado, casi siempre, porque es su naturaleza. Libro elegido del año, dice I, ya desde Chicago. El frío extremo, abrígate, le advierto. Y lo tengo pendiente, otro libro, que leer y en montón.

Vivir con un señor que cuenta las sílabas de los poemas apoyando los dedos sobre su corazón y martilleando llevando la cuenta en voz alta: dedo, sílaba, latido. Y que muera por la belleza de los endecasílabos, mientras peleamos por la necesidad del verso libre, sí o no. Y cuando contemplo ese gesto en él, todo es caricia en este mundo caótico.

¿Qué más pedir este nuevo año?

Seguir intentándolo. Siempre. Ya lo dije. Pero bien. Sin soberbia, sin creerse del todo nada.

“Claramente, en ciertas situaciones resulta más difícil de aceptar que una se siente insignificante o poco importante. Es más difícil aceptar que una se siente insignificante en comparación con los integrantes de la propia familia que en comparación con el universo y la eternidad.

No es fácil sentirse insignificante y, al mismo tiempo, sentirse poderosa y bien. Hay que recorrer un largo camino y volver al punto de partida. Durante los primeros años de la vida a veces uno se siente insignificante y mal. Después uno aprende a sentirse más importante y bien. Y después uno aprende a sentirse más insignificante de nuevo, pero bien.”

Lydia Davis.


 


 

 

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