viernes, 16 de agosto de 2024

Donde pongo el ojo

Otro verano en el que alguno de los míos -y de nuevo más de uno para colmo de males- de repente sienten y descubren- ays de nosotros, una y otra vez descubriendo las mismas verdades que ya supimos hace tanto- que nada de lo que estaban viviendo era lo que necesitaban, deseaban, les hacía bien. Y esos veranos se convierten,  otra vez, por arte de birlibirloque para ti, en idas y venidas de audios, llamadas telefónicas y citas, ansiedades varias y repentinas. Cuando lo único que habías planeado en estos días de soledad eran lecturas. Acompañada de Adriano y más tarde, ingenua de ti, de Hans Castorp y su montaña mágica. Jorge retorna a su estado asilvestrado por esas selvas de dios -en el que más feliz es, admítelo, resentida- y tú te relames de soledad y letras por compensar su elección. Pero no, este año no te dejarán del todo. Y te encuentras, otra vez, en la encrucijada de no poder ofrecer respuestas. Silencios y algún que otro interrogante. Como oráculo siempre fuiste una filfa, les adviertes, y más en estos tiempos nuestros -o suyos- de recetas mágicas, de coach engañabobos, mapas del tesoro. Atajos para llegar a ningún lado, deprisa, deprisa que me come la impaciencia. Tiempos torpes: si exige esfuerzo es sospechoso de maltrato. Si exige duda, de falta de método. Y tú, confiando sólo en uno y otra. De nuevo, a ver cómo te las apañas sin ser la redicha listilla de turno -cuánto resentimiento provocará y las consecuencias que tendrá en tu futuro de ancianita dependiente, aún no eres capaz de valorarlo -.  Difícil oficio este de escéptica, de la que sigue sin entender el orden de las cosas. Porque sabes, tienes la convicción, de que no existe tal orden. Ni ha existido ni existirá. Pero a ver cómo se lo cuento. A ellos, tan necesitados de él, implorantes de certezas.

Iñaki viaja con sus chicos a Japón, un mes después que nosotros. Al recibir su correo de vuelta se renueva la vigencia de nuestra amistad, la conexión. Entre nosotros innecesario el examen, pero resulta grato cuando sucede. Contesto a su correo -no me parece educado reflejar sus impresiones aquí, pero sí mi contestación - “Y sé que me entenderás si te cuento que cada mañana echo de menos un templo sintoísta donde agradecer la vida y la belleza, sin ningún pensamiento que lo revista, más allá del gesto sencillo. Como un trazo de un pincel, eso es.  Aquí no sería igual, lo sé, la vida no es tan cortés ni delicada, pero lo echo de menos. Y ese es uno de esos recuerdos que me esponjan por dentro desde mi regreso.” Así mi viaje a Japón, ofrenda y cortesía. Parecen dos términos, pero son mucho más que eso. Y querer regresar y volver a sentirme enroscada en aquel país. Y no sé cuál será la razón, pero Japón me ha sacudido por dentro como hacía tiempo que nada lo hacía. A veces es sólo coincidencia, me digo, pero quién sabe si no se tratará de la naturaleza de las cosas que amamos y nos empujan.

He visto de nuevo El cielo protector de Bertolucci, aquella película que me fascinó en un verano de mi juventud. Me pregunto por qué lo haría, imagino que más por una cuestión estética, la belleza de los protagonistas, del desierto y la relación a tres bandas. La épica del viajero. Pasaría por alto, tuve que hacerlo, seguro, el dolor y la desolación de Debra ante la enfermedad de su marido, la soledad que enloquece. El personaje alter ego de Paul Bowles, el escritor, con sus extrañas apariciones como narrador y augur de todos los futuros que acechan a la juventud de los personajes, la arrogancia de los seres intactos y escogidos.  “Como no sabemos cuándo vamos a morir llegamos a creer que la vida es un pozo inagotable, sin embargo, todo sucede un número cierto de veces. Y no demasiadas”. Imprescindible lección, pero tan poco probable que fuera preocupante para mí en aquel entonces.  Y dejé pasar por alto su amargura, estoy convencida. Pero disfrutarla de nuevo, aunque sean otros los ojos y las escenas donde se detienen.

Cuando Jorge se va llega un no tiempo, similar al descrito en las lecturas de ciencia ficción de mi adolescencia. O eso me gusta imaginar. Es un tiempo suspendido y, sin embargo, desde el mismo momento en el que nos despedimos, pasa a ser mi tiempo, único, íntimo, irrepetible y libre. Con la sensación de habitar la densidad de unos días muy diferentes. Podría convertirme en una salvaje si no fuera por mi escrupuloso buen hacer, el cumplimiento de los tiempos y obligaciones que me arrastra. Sin esa pulsión que ordena mis días me cuesta poco imaginarme entregada al frenesí de ver películas, escuchar música, leer y leer, escribir a ratos, abandonada a la suerte de las letras, sin asear, rodeada de gatos desesperados – solo dos, pero a estas alturas serían demandantes como diez- y rodeada de cuadernos, hojas a medio escribir, diferentes bolígrafos. Y levantar la cabeza, sorprendida de repente con la llegada de Jorge, alucinada y loca. Debatiéndose mi ánimo entre la contrariedad por verlo allí, su aspecto de aventurero ya desventurado, su expresión de cansancio tras horas de vuelo, barba y cabello de lobesome, sexy, interrumpiendo mi estrenada nueva realidad de hace sólo unas semanas, y la alegría de ese mismo regreso, de ese mismo señor con ese mismo aspecto necesitado de cuidados y gazpachos sin vinagre. Y una buena ducha. En fin, el amor es una complicada ecuación y sigo sin saber manejarla. O no del todo y a todas horas.

Descubro a The Lemon Twigs y me quedo embobada con los sonidos del último disco de los Hnos. Gutiérrez y la belleza salvaje de sus rasgos. Los de ellos, morenos y perfiles recortados. También lo prosaico y carnal, no todo va a ser sublime, por favor, los dioses nos protejan de ciertos esnobismos.

Y sí, te añoro, landrú. Por eso escribo. Como sólo se puede añorar a aquel de palabra siempre ajustada, expresión al plexo, aquel que poco antes de partir nos definió como anarquistas melancólicos, por definir una ideología que ni sabemos cuál es, ni maldito nos importa. En realidad, pájaros raros y descolocados, perdedores de todo y sin mucho rumbo, para qué engañarnos. Pero rio internamente ante la cara de pasmo y extrañeza cuando orgullosamente lo digo en voz alta y paso por alto, también, la estupidez diaria que nos va cercando. Dador de revanchas.

Pasar la mirada sobre las cosas y que nunca sea la misma. Un verano más y aquí seguimos, mi mirada y yo. Y este modo de contarla.

 


 

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