jueves, 4 de julio de 2024

Melancolías varias

En estos meses que llevo sin escribir, mueren Hilary Mantel y Alice Munro. Dos de esos dedos que ofrendo una y otra vez a los dioses, sin obtener respuesta, por supuesto, para que me sea concedido el don de escribir como ellas. O parecido. Y ni por asomo. Los cuentos de la Munro llevan años acompañándome, una prosa densa y unos personajes cuyo diálogo interior saben tejer una trama en la que mi cerebro se asienta como si fuera el propio. A Munro, mejor leerla sentada en los alféizares de las ventanas y pies balanceándose, la brisa. De Mantel me enredaron sus intrigas morales de palacio y la profundidad política de sus personajes. No soy de novela histórica, pero reducir sus novelas a este género resultaría tan absurdo como definir a Zweig de la misma forma. Obviemos la simpleza de las etiquetas, por favor. A Mantel, leer sus libros acodada sobre una mesa y levantar la mirada a intervalos para tomar aire, así de cruel puede llegar a ser la naturaleza humana.

Dos dedos diferentes, ya dije, pero igual de necesarios.

En octubre, nacerá una cachorra más en la tribu, de nombre Iris. Las ecografías actuales donde se aprecian rasgos tan definidos dan un poco de miedo, parecido asombro al sentido en mi infancia cuando miraba por un microscopio y sin entender del todo qué. Mientras sus rasgos ganan en precisión, voy escribiendo una bienvenida en mi cabeza sin levantar la voz. Y sumando, seguimos. En junio da más placer sumar, siempre ha sido un mes contradictorio en la historia familiar, le dio por los sobresaltos una época y así nos llevó el mes, de almas en puño.

Oigo a Jorge comentar -hablando solo, le gusta hablar en voz alta para nadie, aunque no sea el único en esta casa, hasta a los gatos les gusta maullar sin esperar respuesta y un poco mirando hacia el tendido vacío- que “a esa chica - se refiere a alguien al que están entrevistando- le falta un fondo de armario cultural”. Otra de sus expresiones resorte, capaz de provocar mi risa y sorpresa al mismo tiempo y sin esfuerzo. Siempre pillándome desprevenida. Mira que tener un fondo de armario no es algo que me haya causado nunca el más mínimo interés, tan absurdo e innecesario me parecía el tiempo invertido en pensarlo. Pero él, capaz de conseguir dar la vuelta a un concepto y revestirlo de sentido. Y ahora tendré que hacerme yo también con uno, vaya por dios.

El mundo se agita. Un cajón desordenado en el que nadie pareciera recordar dónde iba el qué, aunque me deje perpleja esta amnesia cada vez más colectiva.  A ratos me asusta la predisposición de ruina que nos empuja y no sé qué pensar. Y, como el resto, hago como si no fuera conmigo. Pero no es así y ser consciente de ello me asusta aún más, la impotencia.

Ni me entero del comienzo de este verano y tres días después cumpliré 57 años en Tokio. Suena cosmopolita, lo sé, y me entra la risa si lo pienso, siendo, como soy, cada día más consciente de lo patanes de nosotros mismos que somos y de las ganas de no parecerlo que tenemos. Pero, palabrita, fue así, cumplí años en una ciudad que me voló la cabeza nada más llegar y aún me maravillo. Si tuviera que contar estos días no sería capaz, no de momento. Y ya de vuelta en Madrid, ¿producto del desfase horario? que impresión ver cuanta carne expuesta o que zafiedad la de nuestra educación. La grosería salta ante mi vista de forma tan patente que me cuesta llegar a creer que volveré a habituarme a ella.

Antes de nuestro viaje firmaremos un pacto: Jorge, hacedor del conteo silábico más ajustado a este lado del Mississippi, forastero, compondrá haikús diarios*. Yo, grabaré paisajes sonoros con la intención de recordar no sólo en imágenes. Una vez de vuelta, Jorge habrá ganado en creatividad y constancia. Cuándo no.

Y ahora, me espera un verano nada deseable. Mi mundo laboral cada día más tóxico y cínico. A veces me cuesta no llevar a casa la amargura que me provoca. Lo intento, sobre todo por Jorge, no lo merece, pero no es fácil. Ese sentimiento de culpa, la torpeza de no poder diferenciar de fuera hacia dentro, aunque siempre a sabiendas de que mi mundo no sea, ni por asomo, tan feo y ruin. Y eso, a lo mejor solo lo empeora. Adormecer la sensibilidad nunca se me dio bien.

Y sigue pasando el tiempo y ya van 19 y 15 años transcurridos este mes de junio, queridos míos. Falla el corazón, pero aún más la memoria, cuenta Chirbes en sus diarios. Y ni por esas lo olvido.  Ni os olvido. Qué improbable sería.

Lo mismo no debería hacerme mucho caso, ni siquiera cuando escribo, de este lado mi corazón y memoria, un poco flacos.



Imagen de Shomei Tomatsu

* Aquí, tan lejos

con ella de la mano

me siento en casa.


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