Vivo estos días con El Vizconde Demediado, pero en transversal, puntualiza mi señor, tan quisquilloso él con los significados. Una operación de hernias inguinales e Italo Calvino, o su imaginación, se pasea por casa a pequeños pasos, un andar hierático y casi triunfal, diría, si no fuera por su mueca de cuidado y dolor. Aunque yo siempre fui más fan del Barón Rampante. Menos moral y ácrata. Dónde va a parar, en aquella mi adolescencia convulsa necesitada de un sentido sin maniqueísmos obvios, de un sentido mucho más virulento y oscuro.
Como consecuencia, estos días todo se nos va en películas y
palomitas. A las 19 h en el salón, acordamos cada mañana. Ser capaces de citarnos, y esquivarnos, en un espacio de apenas 80 m no deja de ser un logro. Y en parte, explica una
convivencia feliz. Aunque no será la única razón, qué bobada.
Una serie documental How Art Made the World, en la BBC, de 6
capítulos. Hace años que la vimos y ahora la revisitamos con placer. Relacionando Cultura,
Biología, Arqueología y, por encima de todo, Historia del Arte, se propone
mostrarnos como el Arte fue creado por los humanos para, al mismo tiempo, ser
el Arte quien nos convertiría en humanos. Un rizo que puede llegar a explicarse.
Si queréis llegar a entender de dónde nuestra aspiración a un cuerpo imposible,
cómo nos imaginamos o nos vemos desde un plano físico, este documental puede
ofrecer algunas claves. Y muestra de qué manera los cánones de belleza
representan a una sociedad. Que los egipcios mantuvieran ese canon durante más
de 3.000 años, ¡3.000 años!, puede resultar inconcebible a la sociedad actual y
es sorprendente caer en esa cuenta. Y este es solo el principio. Lo contemplamos encandilados, igual que hace años, y al terminar
nos atropellamos para comentarlo. El Arte nos conmueve y sacude desde una
percepción personal, creo, y empuja a contárselo al otro y encontrar un lugar
común en cada interpretación.
Para I, que estará de vuelta de los fríos impensables, e imposibles, de Chicago en unos días, le tengo reservado el libro más bello que leí este año. La celebración de sus 55. Y otro año por delante, amigo.
Y todo es
de nuevo
natural
Desde que me suscribí a la editorial Alba, malditas
suscripciones, más de una vez la tentación de ese
o aquel libro. Pero a este no me voy a resistir, una antología de poetas estadounidenses.
De Emily Dickinson a Sylvia Plath – esta última no me entusiasma, pero en fin-.
Y desconocer a la mayor parte de poetas que figuran. Mi regalo de Reyes, de mí
para mí. Esperare unos días aún para hacer el pedido. Y llevar así más de un
mes. Qué absurda soy a veces, madre mía.
Estos días, a pesar de mi trajín de polilla laboriosa, puntualiza
el Vizconde, consigo terminar La tía Julia y el escribidor de Vargas
Llosa. Estos meses leo poco, pero leo bien. Lo uno por lo otro, me cuento para
no desesperarme. Y me río tanto con este libro. Aunque bien pensado, es el
libro de un señoro, de la arrogancia juvenil del que abandonó una
relación, triunfal y sin mirar atrás, pasando por encima del daño ocasionado
con gracieta e indiferencia. Casi insultante, pienso. Leí el reverso de esta
historia gracias a I, su regalo de cumpleaños, la versión de Julia, no tan
colorín ni ingeniosa. Desde luego, nada ligero su sentimiento de abandono y
engaño. No será tan literaria, no lo es, pero por ella pasea un ser humano
doliente y, a mi entender, con una parte de verdad y desconcierto, que
dignifica lo escrito. Leer una historia desde la literatura o desde la vida. Y
descubrir que a ambas les separa un abismo. No olvidar, me apunto. Pero lo olvidaré.
Forma parte del pacto al leer. Y cuándo no me he dejado vencer por ese pacto.
Disfruto las navidades, pero solo bajo determinadas
condiciones: no piso el centro, no quedo con nadie con quien no quedaría en
cualquier otro momento, no me acerco, ni por asomo, a un centro comercial y
escapo con el Señor de los pájaros, en cuanto nos dejan, a cualquier lugar donde
la Navidad no se manifieste. Paso por ellas como en trance, pero no por ello
dejo de disfrutarlas. Las convenciones me aburren mucho, pero esta es mi
preferida por contradictoria: es tan convencional disfrutarla como odiarla. Y
sin el más mínimo ánimo religioso, me gusta perderme en el acto evocador que
para mí suponen y hacerlo a mi manera, un acto de voluntad personal. Y
familiar, no puedo olvidar a la tribu en todas estas voces que me rondan la
cabeza en estas fechas. Ellos son mis márgenes y confortantes. Y siempre
estuvieron por encima de cualquiera de mis escepticismos.
Embrollos vitales, la materia de la que estamos hechos cada
uno de nosotros.
Joder, que
Shakespeare me quedó eso. En fin.
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