lunes, 11 de diciembre de 2023

Y así nos va

Vivo estos días con El Vizconde Demediado, pero en transversal, puntualiza mi señor, tan quisquilloso él con los significados. Una operación de hernias inguinales e Italo Calvino, o su imaginación, se pasea por casa a pequeños pasos, un andar hierático y casi triunfal, diría, si no fuera por su mueca de cuidado y dolor. Aunque yo siempre fui más fan del Barón Rampante. Menos moral y ácrata. Dónde va a parar, en aquella mi adolescencia convulsa necesitada de un sentido sin maniqueísmos obvios, de un sentido mucho más virulento y oscuro.

Como consecuencia, estos días todo se nos va en películas y palomitas. A las 19 h en el salón, acordamos cada mañana. Ser capaces de citarnos, y esquivarnos, en un espacio de apenas 80 m no deja de ser un logro. Y en parte, explica una convivencia feliz. Aunque no será la única razón, qué bobada.

Una serie documental How Art Made the World, en la BBC, de 6 capítulos. Hace años que la vimos y ahora la revisitamos con placer. Relacionando Cultura, Biología, Arqueología y, por encima de todo, Historia del Arte, se propone mostrarnos como el Arte fue creado por los humanos para, al mismo tiempo, ser el Arte quien nos convertiría en humanos. Un rizo que puede llegar a explicarse. Si queréis llegar a entender de dónde nuestra aspiración a un cuerpo imposible, cómo nos imaginamos o nos vemos desde un plano físico, este documental puede ofrecer algunas claves. Y muestra de qué manera los cánones de belleza representan a una sociedad. Que los egipcios mantuvieran ese canon durante más de 3.000 años, ¡3.000 años!, puede resultar inconcebible a la sociedad actual y es sorprendente caer en esa cuenta. Y este es solo el principio. Lo contemplamos encandilados, igual que hace años, y al terminar nos atropellamos para comentarlo. El Arte nos conmueve y sacude desde una percepción personal, creo, y empuja a contárselo al otro y encontrar un lugar común en cada interpretación.

Para I, que estará de vuelta de los fríos impensables, e imposibles, de Chicago en unos días, le tengo reservado el libro más bello que leí este año. La celebración de sus 55. Y otro año por delante, amigo.

             Y todo es

de nuevo

             natural

Desde que me suscribí a la editorial Alba, malditas suscripciones, más de una vez la tentación de ese o aquel libro. Pero a este no me voy a resistir, una antología de poetas estadounidenses. De Emily Dickinson a Sylvia Plath – esta última no me entusiasma, pero en fin-. Y desconocer a la mayor parte de poetas que figuran. Mi regalo de Reyes, de mí para mí. Esperare unos días aún para hacer el pedido. Y llevar así más de un mes. Qué absurda soy a veces, madre mía.

Estos días, a pesar de mi trajín de polilla laboriosa, puntualiza el Vizconde, consigo terminar La tía Julia y el escribidor de Vargas Llosa. Estos meses leo poco, pero leo bien. Lo uno por lo otro, me cuento para no desesperarme. Y me río tanto con este libro. Aunque bien pensado, es el libro de un señoro, de la arrogancia juvenil del que abandonó una relación, triunfal y sin mirar atrás, pasando por encima del daño ocasionado con gracieta e indiferencia. Casi insultante, pienso. Leí el reverso de esta historia gracias a I, su regalo de cumpleaños, la versión de Julia, no tan colorín ni ingeniosa. Desde luego, nada ligero su sentimiento de abandono y engaño. No será tan literaria, no lo es, pero por ella pasea un ser humano doliente y, a mi entender, con una parte de verdad y desconcierto, que dignifica lo escrito. Leer una historia desde la literatura o desde la vida. Y descubrir que a ambas les separa un abismo. No olvidar, me apunto. Pero lo olvidaré. Forma parte del pacto al leer. Y cuándo no me he dejado vencer por ese pacto.

Disfruto las navidades, pero solo bajo determinadas condiciones: no piso el centro, no quedo con nadie con quien no quedaría en cualquier otro momento, no me acerco, ni por asomo, a un centro comercial y escapo con el Señor de los pájaros, en cuanto nos dejan, a cualquier lugar donde la Navidad no se manifieste. Paso por ellas como en trance, pero no por ello dejo de disfrutarlas. Las convenciones me aburren mucho, pero esta es mi preferida por contradictoria: es tan convencional disfrutarla como odiarla. Y sin el más mínimo ánimo religioso, me gusta perderme en el acto evocador que para mí suponen y hacerlo a mi manera, un acto de voluntad personal. Y familiar, no puedo olvidar a la tribu en todas estas voces que me rondan la cabeza en estas fechas. Ellos son mis márgenes y confortantes. Y siempre estuvieron por encima de cualquiera de mis escepticismos.

Embrollos vitales, la materia de la que estamos hechos cada uno de nosotros.

 Joder, que Shakespeare me quedó eso. En fin.


Inge Morath



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