sábado, 31 de diciembre de 2022

Y era lo que era

 Y nunca saber cómo comienza, o termina, todo. Una semana que marca el fin, y el comienzo -sí, ya lo dije, soy consciente- ajustados los días como puntadas de hilo, saltando olas, desafiando rutinas. Y ahí, al otro lado, apartado el mundo, laboral y diario, pero ahora no, no tocaba, por mucho que estos últimos meses hayan marcado el ritmo y yo, sumergida en él, dejara de ser yo, sin escribir, leyendo lo justo para tomar aire bajo la escafandra, minada y agotada, tan frágil, o quizás no tanto, pero harta de retos y pulsos, de demostrar y qué más dará si ni por asomo venceré y aunque si fuera, sólo deseo el tiempo, mi tiempo, escribir, pasear, divagar. La vida que te toca, eso es, pero cómo saber cada vez. O cómo afrontarla sin desesperar.

Pero termina el año y hago recuento de los últimos meses.  Tres conciertos, maravillosos (Maika Makovski, Lizz Wrigth y Marlango), dejan swing en las venas, y dos obras de teatro (Sacristán, qué maravilla, qué señor y actor, en Mujer de rojo sobre fondo gris, y Alberto San Juan recitando la conferencia de Poeta en Nueva York), llevo palabras sumadas. Y libros, tantos libros, y los que vendrán, llegarán. Y él, siempre él -quién no se debe a aquellos a quienes ama es que se ha perdido, indigentes de sí mismos- y la tribu, que si regalos, que si esfuerzos, mezquindades y amor a la par y no se dan cuenta de que acabará venciendo el amor, siempre fue igual. Y los muertitos, allí en su estante y mis conversaciones con ellos, y las nostalgias de señora mayor, que voy siendo, a veces los suspiros y otras los recuerdos y en ocasiones sólo resta la lentitud, mirarte, mirar, pausa y pensar.

Felices deseos a todos, feliz inicio y continuidad, si fuera posible. Y de no ser así, tesón y fuerza para combatir el desánimo y la contumaz mediocridad.

 


Una vez más y como siempre,

como se ve aquí arriba,

no hay preguntas más apremiantes

que las preguntas ingenuas.

Wislawa Szymborska

Imagen de Nobusyoshi Araki

 

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