“Y al final del paseo reconozco tres señales de que el día ha
sido bueno, si he atrapado un momento de
belleza, si he reído con alegría al menos una vez y si he podido decir: bueno,
creo que tengo un borrador, mañana lo paso a limpio.”
Marcos Ordoñez, Una cierta edad.
Y esa es la clave de los últimos tiempos, borradores, todo
el tiempo en escribir borradores que irán pasando de un día a otro, de un papel
al ordenador y de vuelta a otro papel, anotaciones en mis cuadernos que luego
dejaré enmudecer porque no tendré tiempo de continuarlas y cuando las lea,
retome, otro día, el hilo -la retahíla que diría mi madre, tú niña eres de
retahílas- se habrán roto o desmadejado,
creando un tapiz diferente, inacabado, con puntadas desiguales, y ahora qué,
cómo continuarlo si ya no sé lo que quería decir, o sí, pero no lo escucho
igual, una versión diferente esta vez, un matiz, aquel adjetivo, un párrafo que
parece correr arrollando el pensamiento quieto. No paremos, sigamos, pero a
veces son ganas de amarrarlo todo, de definir. Cómo si fuera posible.
Y no era de esto de lo que quería hablar. Quería contar que el
libro de Marcos Ordoñez, la reseña del propio autor, me lleva a Un ser de lejanías
de Francisco Umbral. Que al leerlo me deshago en metáforas, en ese buen escribir
que ya nadie practica, o sí, es posible, pero que yo no consigo encontrar hoy en día,
en la falta de servidumbres que crea el manejo del lenguaje y un pensamiento
que dirigía sus pasos, sus letras, a uno menos acomodaticio y complaciente. Que
me estalla esa libertad, ese vuelo entre los ojos y todo es un disfrute de palabras,
esa y no otra, no son intercambiables -¿o qué creías?- de elegancia descatalogada y saber
estar porque es la que encaja en el ritmo al leer y la belleza -ah, la belleza-
de lo contado. Porque no basta con querer contar, hay que saber hacerlo y
hacerlo con amor al lenguaje -sí, con amor a él- y destreza y eso es algo que a
veces se nos olvida en estas idas y venidas actuales de inmediatez y palabras
claves. Cómo si existieran, si pudieran existir. Qué necedad.
Y de como al querer comprar su libro, el de Marcos Ordoñez,
acabé además con el de Herido leve de
Eloy Tizón en la saca. Porque habla de ese amor a la lectura, a la buena
lectura, y lo hace con el fuego y la fiebre que considero necesarios para llegar
a degustarlos. Y eso que él, como cuentista para mí-y ya lo siento- ni fu ni fa.
“Leer como un caníbal o un poseso, como un soldado la víspera
de la batalla, atravesando el salvajismo de la prosa hasta llegar al cuerpo, tu
cuerpo, a mi cuerpo, a todos los cuerpos
del mundo.”
Pero ese será otro
borrador que tal vez acabe siendo repecho. O tal vez no. Y el de Ordoñez, junto a mi inclinacion hacia los dietarios donde dejar huellas y arrebatos diarios.
Imagen de Teju Cole
3 comentarios:
Ya nadie practica, sí... hay que volver al pasado para encontrar ese buen escribir.
Ahora las palabras se escupen.
Besos.
Me lo apunto.... y siga usted leyendo para, al menos así, poder verla por aquí jajajaja
Un besazo
Toro, se escupen y no se esculpen, sí, jeje.
Besoss y gracias por estar, bichote!
Carmela, sí, ufff, aunque leo mucho menos de lo que me gustaría, claro, como todos, jajaja.
Besos y ná de quejas
Voy a veros
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