martes, 1 de julio de 2014

De cuando Junio y los nunca


In memoriam

(Para Mundi y Susi. Perplejo mi amor sólo de ida.)


De niños comíamos todo lo que se nos ponía por delante, mis hermanos y yo. Mundi comía la cal de las paredes tras desmenuzarla con las uñas, Susi robaba la leche condensada que mi madre guardaba para el pequeño y yo tenía la costumbre de escarbar entre las macetas, saboreando  la tierra mojada. A todos nos traicionaba el cerco alrededor de nuestras bocas, se nos podía ver jugar de un lado a otro, corretear con el delator siempre a cuestas. Las veces que mi madre se cruzaba con nosotros se limitaba a limpiarnos con el delantal, preguntándose si el hambre de nuestros mayores no estaría encerrada en aquella casa, contagiosa como todas las miserias. No va a ser cuestión de matar al mensajero, murmuraba, mientras nos restregaba con su saliva, sin regañarnos.

Un mes de febrero nos mudamos a un piso. En él la luz entraba sin ganas y la tierra de los geranios sabía a rancio. Mis hermanos se creyeron mayores y ayudaban a mi padre a colgar estanterías o montar muebles. Creo que olvidaron los sabores.



Poco después comencé a pelear con todos y a comerme las uñas a escondidas, pero nuestros muertos nunca regresaron a esta casa pequeña y sin hambre. Juraría que ya nadie parece tener fe en la existencia de la pobreza. Ni siquiera ellos. 





3 comentarios:

Darío dijo...

Supongo que al final, de tan hambrientos, nos ponemos a comernos a nosotros mismos... UN abrazo.

El peletero dijo...

La pobreza tiene mala prensa, querida Marga, la tiene por razones obvias que no vienen al caso, pero usted nos habla de otras cosas, de cosas buenas que casi solamente podemos conocer cuando somos pobres y niños, porque, dígame, ¿qué hay más pobre que un niño?, un niño, además, que tiene la capacidad de heredar el hambre de sus mayores, el hambre de generaciones y generaciones porque los recuerdos también se heredan. O se heredaban, ahora ya no, ahora los niños no tienen recuerdos, tienen implantes televisivos o informáticos en su memoria, pero recuerdos no, sus padres no han sabido dárselos.

Besos pobres, en el buen sentido de la expresión.

Marga dijo...

Dario, algo así debe ser...

Abrazo!

Peletero, ahora nada parece existir, sobre todo lo incómodo o negativo o real, tenemos enormes alfombras donde esconderlo. Y si se trata de niños mucho más, sobreprotegerlos de la autenticidad es la única misión que parece recibir consenso.

Pues eso, sólo era un cuento para recordar a los míos.

Besos nunca miserables.