El mundo era tan reciente, que muchas
cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el
dedo”.
En 1982 el mundo – mi mundo- comenzaba a ser un enemigo
difuso o la intuición de lo que más tarde sería un frenesí de vidas y
actuaciones erráticas por mi parte. Hacía mucho tiempo que había descubierto la
lectura como refugio de todo, como neurosis defensiva quizás, como el mayor
reporte de placer al que no podía resistirme y del que nunca huiría. Pero aún
los autores no eran nadie ni ocupaban espacio destacado en mis estanterías.
Esa mañana mi hermana me regaló en la Casa del Libro -Espasa
Calpe y punto, sin mayores poses publicitarias en aquel entonces- un par de
libros de un señor de aspecto serio que acababa de ganar un Nobel y que aparecía
por todos los carteles del establecimiento. Esa misma mañana, mi hermana y él me
hicieron descubrir el dedo que señalaba a la belleza y al arte uniéndolos a mi más
preciado vicio. Y el mundo –mi mundo- además de ser reciente pudo llenarse de
fábulas y vocablos como selvas, pájaros liras imitando sus voces. Un idioma que no era el mío, tan parecido y no, severo, rugoso, desgastado, el de acá y allá, allá indómito y feroz, revelación.
Hace unos días sus palabras dejaron de lado a la cándida
Erendira y se fueron con su abuela desalmada. Más celestinas que putas, como
ella.
Y que la tierra y todos los hielos le sean propicios, señor García Márquez.
5 comentarios:
Como dije en el blog:
MACONDO
El día
que llegué
a Macondo
nací otra vez.
Toro, creo que eso mismo sentimos muchos al leer aquel libro. Más si lo unimos a la edad que entonces teníamos y al deslumbramiento de las primeras lecturas "adultas". Al menos en mi caso.
Muuu bien dicho, Torito, un beso!
Poco que decir a lo que has dicho, Marga
Y que la tierra y todos los hielos le sean propicios, señor García Márquez.
Un beso grande, Marga.
“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”.
Muchos años después sigo recordando aquella noche calurosa en que bajé tembloroso las escaleras que conducían a la zona de recogida de equipajes del aeropuerto de Medellín. Ella estaba allí, me estaba esperando.
Carmela, otro que te va, corazón.
Peletero, algunos comienzos son épicos y por eso cada cual los adapta como gusta.
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