viernes, 3 de septiembre de 2010

Sendas anónimas

Los del Norte, así llamaban a la familia de Sara. Aparecieron un verano en el pueblo donde yo pasaba las vacaciones. Todo en Sara era rubio y delicado: ella misma, sus hermanas mayores y una madre alemana que solía fumar cigarrillos y llevar zapatillas de deporte. Actitud y calzado poco apropiados para una madre y que no parecían muy útiles para el lanzamiento de zapatilla en el que la mía era tan diestra. También existía un padre, al que yo prestaba poca atención porque me recordaba al mío y no tenía nada de especial, salvo el parecer algo abrumado por el brillo que sin duda reinaba en su casa.


Sara y yo nos gustamos al primer vistazo, con el olfateo instantáneo de dos cachorros y que más tarde, al crecer, hay quien se empeña en explicar otorgándole un carácter mágico a cada encuentro, sin querer admitir que lo natural nada tiene que ver con los prodigios. Se pierde y necesita ser sustituido, nada más. Ese mismo día sellamos con sangre nuestra amistad, inmunes a la impresión del rojo y al tétanos que pudo provocarnos un cúter medio afilado. Y durante todo ese verano cada una intentó ser la otra. Yo disfrutaba de las horas pasadas en aquella casa ordenada, en la que todo se movía con la placidez propia de los susurros al oído y la belleza de unas mujeres que revoloteaban como pelusas, siempre activas. Sara, por el contrario, quería pasar el mayor tiempo posible en la mía donde mis hermanos acampaban con sus novias, amigos y demás animales domesticados - o no tanto- que solían acompañarlos. Parecía encantada con el desbarajuste que, sin esperanza por mi parte, invadía cualquier espacio que habitáramos. Algunas veces no podía evitar sentir rencor hacia ella cuando, riéndose de las rabietas que me provocaban los bárbaros, se ponía de su parte sacudiendo la melena al encuentro de sus risas y mis gritos o lágrimas. Juro que en aquellos momentos la odiaba. Sara ansiaba ser bruta tanto como yo me desesperaba por poseer un gesto dulce como el suyo. No importó, yo seguí siendo la misma salvaje y Sara, por mucho que se aliara con ellos, nunca perdió la suavidad de sus rodillas. También en aquellos tiempos existían días confusos, no lo dudes.

Me contaron que al final de ese verano volvían de la playa, la familia repartida en dos coches. El primero se estrelló y murieron todos los ocupantes. Sara viajaba en el coche que iba detrás.

No volví a verla. Hace muchos años que pienso en Sara.



Un Norte corrector, que depure el desaliño de mi sintaxis, el desorden de los verbos, de mis ociosos adjetivos, los sustantivos errantes, la concordancia que se me escapa.
Conjuga y templa la intención con mis palabras, difícil tarea. Le muestro mis uñas sucias de tinta y él las mordisquea cálidamente mientras yo cierro los ojos.

11 comentarios:

TORO SALVAJE dijo...

A Sara se le rompió la vida.
Que pena.

Besos.

Antígona dijo...

También yo recuerdo ese deseo, tan intenso en algunos años de la infancia, de querer ser otra, de buscar la propia identidad –el propio Norte rector, a la par, tal vez, corrector- en las identidades de otros, bien fueran esos otros las niñas de mi realidad inmediata, bien fueran las niñas o niños de las novelas que leía, de las películas que veía. No sé si es que lo otro, lo ajeno, lo que se nos escapa, ejerce sobre nosotros un poderoso poder de atracción porque se magnifica y hermosea en la distancia, o sencillamente porque es lo que no poseemos, y lo poseído, lo cercano, lo propio, no deja de ser percibido como lo trivial, lo plano, lo carente de emoción alguna por demasiado conocido y trillado.

Volverse adulto pasa demasiadas veces por la pertinaz y reconcentrada afirmación de lo propio, siempre tendente, en aras de esa misma afirmación, al desprecio o ninguneo de lo otro. Como si la necesidad de justificar las propias opciones, de darles alguna suerte de fundamento, no pudiera convivir con la asunción de la existencia de un sinfín de posibilidades, de opciones y modos de ser, tan válidos y legítimos como los nuestros que inevitablemente perdemos, a los que no tenemos más remedio que renunciar. Como si la desazón provocada por tal renuncia pudiera desaparecer por medio del rechazo voluntario, prejuicioso, de todo aquello a lo que renunciamos.

Renegar de esta actitud implica un difícil equilibrio entre la conformidad con uno mismo y la permanencia del deseo de ser otro. Difícil porque, me temo, por su causa se impone también la condición del desnortado. Y, sin embargo, siempre he pensado que es necesario aprender a habitar en ella.

Por cierto, no sé por qué asumí al principio que las frases en lila eran citas de otros. Ahora tengo mis dudas. ¿Me las resuelves? :)

Y segundo por cierto: compruebo con regocijo que tienes linkado “El mundo today”, que acabo de descubrir hace unos días gracias a un amigo. ¡Todo un hallazgo para desayunarse con una sonrisa!

Besos confusos!

NoSurrender dijo...

Creo que los otros que quería ser yo en mi infancia vivían en los libros, quizás en la televisión. Gracias a Dios, nunca he tenido esa temprana experiencia de la pérdida, y los amigos que dejé en el camino no fueron por circunstancias así de terribles.

Lo que sí recuerdo es la fascinación que me causaban los niños extranjeros, tan ajenos a esa España franquista casposa y católica en que vivíamos. Yo, de pequeño, quería ser alemán, o belga, o francés.

Besos.

Magnolio dijo...

Creo que primero buscamos en las amigas, luego en los amantes, eso que nuestro espejo nos niega.

Hasta que un día les ves sin florituras y con suerte... les sigues queriendo.

Acabo de llegar y no sabes como añoro lo que significa el Sur.

Besos.

Licantropunk dijo...

Pues vaya final. ¿Recuerdo o invención?
Saludos.

xnem dijo...

No se preocupe por el corrector, es un placer verle sacar brillo y belleza a las palabras comunes.

Pobre Sara.

Marga dijo...

Toro, pues sí, no imagino como supera eso un crío...
Besos!

Antígona, eso es... el difícil dilema de los otros y el yo, y cómo nos movemos en él. Lo arrastramos, de una forma u otra, durante toda la vida, no? Querer ser otro es algo muy común en la infancia aunque generalmente no lo deseamos del todo, queremos serlo por alguna cualidad o característica que "envidiamos" en él pero sin perder de vista nuestro yo: me refiero a que nunca ansiamos el paquete completo, solo una parte porque en la niñez no hay nada fuera de la percepción de nosotros mismos y no nos cabe en la cabeza la pérdida completa de aquello que somos o nos pensamos.
Y sí, luego el largo proceso hasta llegar a conjugar el mundo de los otros y el nuestro con un mínimo de equilibrio, uffff. Aprender a habitar ahí es la tarea, que me temo nos lleva una vida, ays. No deja de ser entretenido, me parece, a mí me sigue fascinando por mucho que a veces me tire de los pelos, jeje.
Pero sí, todo, todo tan confuso... quienes son ellos? quien soy yo? dónde el límite de cualquier valoración personal para con ellos y conmigo misma?
Joer! jajaja.
Y sí, las letras malvas son mías y por decirlo de alguna forma son desvaríos algo más crípticos, poéticos? por no perder de vista ese lenguaje que durante años me entusiasmó. En cualquier caso mucho más personales en relación a mi auténtico Norte (que como ya dijimos está bastante desnortado, jeje). Ejercicios de estilo y mis pajas mentales... queda más claro? seguro que no, jajaja.

Yo hago lo mismo, iniciar el día con el Mundo Today, sobre todo los lunes, para reírme con su noticiero surrealista. Al menos sabes que no es real aunque a veces pudiera parecerlo, jeje.

Que eso, besos idem!

Nosurrender, a mí me sucedía igual!! fuera quien fuera quien deseara ser, siempre se trataba de alguien extranjero... y me temo que a veces me sigue sucediendo... ays. No sé si será un tic o será falta de confianza con respecto a éste país, jeje. O que no he madurado lo bastante, cachis!
Besos en las fronteras de la realidad.

Marga dijo...

Magnolio, como a nosotros mismos, a veces nos vemos como nos ven los otros y con suerte nos seguimos queriendo, jajaja.
Qué complicado es eso del querer, ays. Recuerdo aquella peli, o era una canción?, las cositas del queré, jeje.
Ya me estás contando, descastá! que yo sí que te he añorado...


Licantropunk, como decía el escritor... no me tomes en serio aunque lo que leas te parezca terrible. En éste caso ese final está tomado de la realidad pero podría ser de otra forma, ya sabes, soy una cuentista, jeje.


Pirata, gracias por sus palabras...
Y sí pobre Sara, por eso hace años que la pienso.

DaliaNegra dijo...

Tal vez Sara en algun lugar del mundo,también piensa en tí.
Hermosa historia,lagartija,aunque contenga una tragedia.
Un beso***

xnem dijo...

Tengo un sifón guardado por algún rincón. ¿Ya son fósiles los sifones?, ¿por la capital aún se utilizan?

Marga dijo...

Dalia, tal vez, quién sabe? La vida es tan pero tan rara... jeje
Besos, preciosa!

Xnem, pues siguen existiendo, en alguna que otra tabernilla de éstas cubiertas del polvo del tiempo... y siempre me hace ilusión encontrármelos al pedir un vermucito! jajaja