sábado, 16 de agosto de 2025

A veces, un detalle

Leo a Umbral, Diario de un escritor burgués, a leer en tándem con Mortal y rosa según los entendidos, y ya he hablado de mi querencia por ese libro. Leer a Umbral es verano, es una prosa fértil y libre. Umbral escribe como quien conversa contigo, pero con el tono y el estilo de esos extraños conversadores, ¡hay tan pocos!, que piensan y pausan antes de hablar, sin perder de vista la luminosidad de su pensamiento y la palabra suelta y vivaz. Bendito Umbral, salvador de días calurosos y solitarios. Es un placer deambular por sus espacios y sus ideas. No es necesario estar de acuerdo con ellas, no siempre lo estoy, pero qué placer que el juicio quede anulado por la facilidad de la lectura y la admiración de cómo conseguirlo.

Mañana llega J y otro año, creo que ¿el quinto? En el que no ordenaré mi biblioteca, con algún orden, el que sea, el necesario para que pueda encontrar algún libro cuando lo recuerdo o pienso en él. Hay un capítulo en la serie de Lo que hacemos en la sombra -una serie sobre vampiros que muestran ser tan desastres y frágiles como nosotros, los mortales- en el que Laszlo, el vampiro filósofo, reflexivo, pero también lascivo del grupo, lleva varias semanas ensimismado y sin hablar, preocupando al resto, algo inusual en él. Tras algunos capítulos se descubre que anda, tras siglos y de nuevo, enfrascado en la tarea de encontrar una ordenación adecuada y perfecta para su biblioteca. De ahí su silencio caviloso. La carcajada que solté cuando se descubre es sólo similar a la desesperación conmigo misma por mi incapacidad. Y por mi pereza, porqué no confesarlo. En fin, otro año buscando el libro que finalmente aparecerá cuando busque otro y ya no sirva de mucho.

En estos días, no he cumplido ninguna de las tareas que me había propuesto. Debería mostrarme implacable conmigo misma, pero para qué. Lo de la paz mental, también para otro verano. Hoy R me comenta, en una de nuestras mañanas surrealistas -una más, después de tantos y tantos años y siempre tan divertidas y nuestras, ¿Cómo explicarlo? - que en el fondo deberíamos sentirnos agradecidas por haber nacido en la horquilla de tiempo histórico que nos tocó. Y asiento, visto lo visto y lo que nos acecha. Con ella siempre hay algo de luz, pero desde la realidad, la valentía de mirar de frente y no engañarnos. Quién podría, la existencia marca a quien, y a quién no se le permite, por lo que sea. Como siempre, debería estar satisfecha conmigo misma, no por mí, sino por saber elegir quién está ahí, conmigo. Pedazo de don me dio el hada madrina. Cuentos o no cuentos, otro verano que se confirma.

Pararme aquí y celebrar este verano.  El orden no es siempre el esperado y qué más dará.

Y mañana llegarás, la casa y mi pensamiento desordenado. Lo justo para cambiar el mundo, aunque sea a ratos.  Aunque sólo sea el momento en el que te vea entrar, agotado, por la puerta. Y todo de nuevo, otra vez.



sábado, 9 de agosto de 2025

Un número finito de veranos

Ya lo he mencionado, me cuesta encontrar acomodo en el verano. Acabo por tener la sensación de formar parte de una nebulosa a medias perdida entre el calor extremo de Madrid y un algo está por llegar que no llego a definir. Marchar y regresar, encontrarnos con diferentes y queridos amigos, peces plateados que brillan y se van, indolentes sin mirar hacia atrás, pero volverán y aquí estaremos como decíamos ayer,  vacaciones y viajar a Alemania, ¡por fin!,  volver al trabajo en apenas un respiro, luego tú te pierdes en cualquier lugar ignoto y difícil de recordar en Sudamérica, uno de mis viajes rápido con M, este otro con R, quedarme en casa disfrutando de una codiciada soledad, modo avión y no escuchar, leer y no saber -de nadie, o sólo a ratos, desatendida, desatenta casi de todo con la única excepción de ti, claro, siempre de ti- con nuestros audios de ida y vuelta, los míos prosaicos, he ido y he vuelto al trabajo, describo la mediocridad de mi día, como siempre, si no fuera por mi extraña fantasía y esa querencia a hacer el ganso, los tuyos aventureros, una de canoa, otra de cordilleras y aves tan bellas que reconozco tu estremecimiento y entusiasmo al describirlas. Imaginar tu sonrisa dichosa, la adivino en tu voz, aunque por medio haya miles de kilómetros y eso ya en sí es un milagro. Plenitud y estar donde toca estar.  No hay mayor libertad que esa en ti, he aprendido a reconocerla y me acaricia como si fuera mía.

Este verano solitario se hace un poco más cuesta arriba, el dolor y el calor no se llevan bien y una operación en la boca, quién podría romperse el frenillo inferior, complica la concentración cuando se pasa el efecto de las benditas drogas. Aun así, busco la manera de entretenerme hasta el próximo analgésico y todo vale. Desde hablar con Gata y Gato, envidiando su despreocupación mundana o buscar mis programas preferidos de Los Ultrasónicos de Radio 3 y bailar con ritmo lento, no estoy para esfuerzos, buscando mi centro zen - ya lo tarareó Battiato- el verdadero, el que me haga sentir una madreselva creciendo y no un puñetero ser humano doliente y maldiciendo por unas terminaciones nerviosas con tendencia a la queja. No lo encuentro, pero insisto. A veces alcanzo el estado de helecho malogrado. Me sirve.

Y una pelea familiar, yo contra ellos, como no, yo contra el mundo en su enésima versión de una rebeldía inútil, me recuerda que todo cada día se vuelve más descarnado y tengo la impresión de que estamos perdiendo como grupo la naturaleza de un yo humano, compasivo y conmovido. Me da miedo este general de estar olvidando los hábitos sociales -se llaman hábitos porque se aprenden y practican y si no andas con cuidado, se pueden olvidar- en aras de una conexión digital, cómoda y poca invasiva, pero tan artificial e impostada que confunde un emoticono con el homólogo real y maloliente de una emoción o un análisis. O seré yo, en esta versión de señora sin ganas de complacencias y con poca intención de plegarme a la necedad general. He leído que ese sentir superficial es consecuencia de eso que llaman epidemia de la soledad y que tiene que ver con el covid y su encierro, pero también es verdad que leo demasiado y nunca tengo claro si no se tratará de disparates flor de un día, con más contenido equivoco que real.

En nuestro viaje a Alemania me acompaña Los Effinger de Gabriele Tergit en  editorial Asteroide. No sé si maravilla, no lo es, le faltaría magia, ese pulso que traspasa el pensamiento de un escritor a su lector, pero retrata un tiempo, y lo hace con corrección, que quisimos olvidado. Una vida en descenso porque la historia lo fue y ese lapsus que sucedió, un asombro que acabó en muerte para unos e infamia para los supervivientes. Paradójico si contemplamos la actualidad, pero no es mi intención en esta entrada. Menudo jardín, quién es la guapa que desbroza.

Encontrarme en una sala del Museo Germano de Nuremberg, súbita al dar la vuelta, de cuadros en la pared dispuestos de arriba abajo, gabinete de curiosidades sin orden ni concierto, o quizás sí, qué sé yo de ordenación de colecciones y mucho menos de arte alemán más allá de mi disfrute, pero de repente aquel desorden que recuerdo alborotado de cuadros en El Prado, hace ya tanto, y un estremecimiento inmediato de reconocimiento y júbilo. Tengo una foto que lo atestigua y una expresión, algo pueril, del reencuentro con ese otro orden, una forma de disponer las obras que nada tiene que ver con la actual. No valoro esa intención, hablo de un reconocimiento que, como un chispazo de euforia, regresó desde tan lejos y me sacudió por sorpresa.

Nuestro viaje ha sido un encuentro tranquilo con la belleza, sin la prisa ni la necesidad de hacer todo o mucho. Bastó el propósito inicial, casi como un juramento de sangre, así de exigente e insensato es nuestro tiempo, y luego todo transcurrió con un sencillo aislarse. Salvo de nosotros mismos y sin el esfuerzo de mantener a raya al mundo. Resultó tan fácil que me parece imposible no caer en ello cada día.

Estos días, un documental sobre la exposición de Vermeer del 2024 y sentirme conmovida, de nuevo la palabra, por un señor de 71 años al contemplar un descubrimiento del que sabe será su último cuadro del pintor. Y su llanto. Ese llanto es el que quiero al cumplir su edad. Y me queda menos de lo que me gustaría creer y pensar. En realidad, ese llanto es el que querría para esta especie por muchas razones. Porque significaría que nada sería más necesario que la sensibilidad y la posibilidad de sentir un estremecimiento con el resto de nuestras necesidades cubiertas. Que la humanidad, en todo su conjunto, podría dedicarse a contemplar y apreciar la belleza, sin más. La que cada cual entendiera. Pero eso conllevaría tanto. Un salto al vació imposible de concebir.

Cuenta en sus versos Aurora Luque, mi última poeta desvelada (los poetas se desvelan, no se descubren) y en su obra Un número finito de veranos.

La vida no acostumbra a ejercer de paraíso/ pero brinda sus horas de abrazo y jardín/ y los secretos de cables laberínticos.

Pues así. Felices y acertados cables tengan ustedes este verano.



Imagen de Ruth Orkin





sábado, 21 de junio de 2025

Requiem

Hay veces que las piezas extrañas que conforman la vida parecieran encajar. Parecen, un espejismo, claro, no aseguro que lo hagan ni confiaría demasiado en ello. Allí, donde los demás ven señales yo suelo ver intenciones, pero este sería otro tema, querido mío. Hoy, el tema serás tú y cómo disfrutarías de este hecho. Tu vanidad, luminosa o dañina, dependiendo del momento, pavonearía una sonrisa seductora y una mirada a la altura. Encantador de serpientes.  Y hasta las serpientes, solo ellas, serían suficiente y un buen pago de los dioses, aún de los más recelosos, por volver a tener esa sonrisa canalla delante. Por una vez y por caminar hacia atrás con el tiempo y contigo

Este año se cumplen 50 años de la publicación de Mortal y Rosa, el libro de Francisco Umbral que, insaciable, lloraba y leía, sigo sin saber en qué medida, hace ahora 20 años, el mismo año en el que tu adiós se hizo perpetuo.  Umbral no te caía muy bien, pero así fueron las cosas aquel año, tú me abandonaste y yo decidí llorar y sentirme acosada por la pena, penita, pena, lacerante, y ya no volver a hacerte demasiado caso en tus gustos y opiniones. Mi ánima, alma y ánimo desconectados del sentido de vivir y, como los niños perdidos que acompañaban a Peter Pan, desvalidos y sin coordenadas. Estos 50 y 20 años parecieran cifras con algún significado, pero no lo tienen, y tampoco están cerradas, el tiempo seguirá pasando y en él, yo seguiré releyendo el libro y tú, seguirás sin llegar y aprobando que te aventaje en edad.

Nunca los abrazos sabrían a tanto como aquel año -hace 20, ya lo dijimos. Aunque luego volvería a pasar, pero otro tema, de nuevo, y otra muerte. - O el tacto como gesto imprescindible, sencillo de sentir. Y hambre de sencillez teníamos los tuyos aquellos días, algo que aligerara la carga del aturdimiento y el dolor-. Suficiente para tomar aire y seguir caminando.

Cuentan que Henry James, en la hora de su muerte, dijo: aquí está, al fin, esa distinguida cosa. Eso dicen y no podremos saber nunca si fue cierto o James moriría como todos los que he conocido: lamentos casi apagados y un silencio que siempre es recibido, al menos en un primer momento, con alivio y un suspiro contenido, como si las respiraciones ansiaran mantener aún su hilo de conexión. El último hilo reconocible y vital entre ellos, los que se van, y nosotros, justo antes del desasosiego y la conmoción.

No hay que perder de vista a los muertos, tienen vida propia, esto lo aprendí algo después. Y aquí estoy, para recordártelo y advertirte que lo sé. Y que no me basta, pero me conformo. De qué otra manera si no.



Navegante, una semana antes de morir. Y en esa belleza, juventud, paralizado, quedarás por siempre. Qué extraño pensamiento para la náufraga que soy.