domingo, 9 de febrero de 2025

Que sea un solitario


 

Existe un pavoneo existencial en el hecho de saberse elegida por aquellos que nunca necesitaron del mundo para estar. Oh, dioses, eso sí que es un pensamiento goloso hacia una misma.

Así, Vida. Y aunque no pierdo la cuenta, no existe un pasado en el que no estés. O en el que no sea una sorpresa que no estuvieras. Este tiempo oriental es el nuestro. (Gracias, señor Mann, por situarnos.)

Y bailemos con la torpeza, pero el acierto, que nos caracteriza: ¿más té?


sábado, 11 de enero de 2025

Salir ilesa y ganando

Hace un tiempo, no mucho, que sin conectar el navegador llego a mi nuevo trabajo. Quién lo diría, aunque en realidad siempre ha sido así, cada salto al vacío que di, o que pareciera -los del primer mundo siempre haciendo un mundo de sus mundos- resultó un acierto o un cambio a la medida del momento. Sin arrepentirme. Todo es un intento de y se me olvida creérmelo.

Comenzamos el año ya por la tarde y en casa -tras la celebración familiar, otra vez, aunque haga apenas unas horas, siempre pocas, muy pocas para Jorge, de Nuevo Año en homenaje y costumbre de la señora Ángela que cumplía años este día, 1 de enero, décadas muerta, pero que más dará si ni el corazón ni el cerebro parecen darse por enterados- dimes y diretes, cangrejos y humus, niños, carreras y risas- escuchando los grandes éxitos de los Bee Gees en Radio3 y tarareando cada uno desde su espacio, la porción de terreno propio que permite la convivencia de un amor sin desgaste, las canciones que bailan. Termino, también, el libro de Lydia Davis, Esa gente que no conocemos de editorial Eterna Cadencia Editora, que solo por el nombre dan ganas de tomar vinos con ellos, los editores, y lo termino con más de una sonrisa de asombro y acierto, boom, ese extraño tándem que me provoca una felicidad inmediata, casi febril, y otro baile, este el de la lectura afilada y exacta a mi emoción de casar el pensamiento. Ese rayo de luz que atraviesa la ventana, pongamos por caso, y acierta exactamente en la oreja de uno de los gatos en el momento justo en el que lo miro.

También vemos películas de los años 50. Quisiera vestir como Doris Day en sus comedias, esos abrigos, sus gorros, todo color y confort. Cada día al levantarme de este año. Me lo propongo y no será, pero podría ser en otra vida que no fuera esta, la mía.

Y al final, todo es casi siempre un malentendido. Lo subrayo en verde en el libro que regalo a I, el final de “De la vida mía”, un collage vital de Miquel Barceló publicado por Galaxia Gutenberg. Su vida y obra, ¿no serán acaso lo mismo? Un malentendido, la vida, a veces cruel, a veces indulgente. Ajustado, casi siempre, porque es su naturaleza. Libro elegido del año, dice I, ya desde Chicago. El frío extremo, abrígate, le advierto. Y lo tengo pendiente, otro libro, que leer y en montón.

Vivir con un señor que cuenta las sílabas de los poemas apoyando los dedos sobre su corazón y martilleando llevando la cuenta en voz alta: dedo, sílaba, latido. Y que muera por la belleza de los endecasílabos, mientras peleamos por la necesidad del verso libre, sí o no. Y cuando contemplo ese gesto en él, todo es caricia en este mundo caótico.

¿Qué más pedir este nuevo año?

Seguir intentándolo. Siempre. Ya lo dije. Pero bien. Sin soberbia, sin creerse del todo nada.

“Claramente, en ciertas situaciones resulta más difícil de aceptar que una se siente insignificante o poco importante. Es más difícil aceptar que una se siente insignificante en comparación con los integrantes de la propia familia que en comparación con el universo y la eternidad.

No es fácil sentirse insignificante y, al mismo tiempo, sentirse poderosa y bien. Hay que recorrer un largo camino y volver al punto de partida. Durante los primeros años de la vida a veces uno se siente insignificante y mal. Después uno aprende a sentirse más importante y bien. Y después uno aprende a sentirse más insignificante de nuevo, pero bien.”

Lydia Davis.


 


 

 

miércoles, 23 de octubre de 2024

Ciénagas y paseos

Todo comenzó con una lectura increíble, el comienzo de un nuevo curso perfecto. O eso me pareció. La Montaña Mágica de Thomas Mann y unos pocos locos entusiastas con un guía que dirigía un texto endiablado por sus simbolismos, la erudición del autor, las referencias históricas y literarias y una historia donde decidí quedarme a vivir durante un paréntesis al que robaba cualquier tiempo que pudiera robar. En fin, un texto clásico complejo y que se prestaba a ser desvelado con paciencia y amor por la literatura. Durante un mes y medio, a razón de 20 o 40 páginas diarias viví, pensé y estuve pendiente de una trama y unos personajes que dinamitaban mi mundo y conseguirían hacerme olvidar la realidad, esa que dejaba aparcada cada día antes de entrar en la Ciénaga: de lunes a viernes, de 9 a 18h. He de reconocer que en ocasiones, a la más mínima, volvía a la historia en forma de artículos y búsquedas en internet, pero lo negaré ante cualquier juzgado de lo laboral. J me recriminaba mi fijación, que ya estaba bien, que volviera al mundo real, pero el muy tramposo disfrutaba con mi lectura de párrafos en voz alta, con los descubrimientos diarios y los vaivenes de Castorp, ay, Hans Castorp, y el resto de personajes paralizados en aquella montaña mágica, pocos años antes del desencadenamiento de la GM. Settembrini se convirtió en mi alter ego, odié a Naphta, me reí con Behrens y Joachim y sus devenires me hicieron llorar. Hubo capítulos endiablados, páginas a las que debía dedicar horas y empeño, tanto esfuerzo, otras que volaban por la belleza, como hojas en el calendario de Castorp, y que engullía una y otra vez sin dar crédito a cómo estremecían mi sensibilidad.

Luego terminó la lectura y quedé expuesta, de nuevo, a la realidad.

Pero nació Iris, morena y pequeña. Con sus orejas pegadas, como marca una genética bien adiestrada, y los Pastor aparecieron en escena a la segunda. De nuevo un parto sencillo, ninguna complicación, ten cuidado y no empujes, y otra de los nuestros en este mundo, sin un punto de sutura. Paulina se asusta la primera vez que los ve, no reconoce a sus padres y huye de ellos, llora. El primer desconcierto de su vida y no saber cómo gestionarlo. Nadie sabría, niña mía. Pero poco a poco se acostumbra y ahora sólo lo muestra en una sed primaria de madre siempre a su alcance, por favor. El resto, transcurre con normalidad, la nueva vida se va abriendo paso y todos con ella. La oxitocina es contagiosa y parecemos un rebaño loco, la biología, ese imperativo que preferimos obviar por soberbia y estupidez.

Y luego la realidad, esa que dejaba aparcada cada día al entrar en la Ciénaga, solo que esta vez ya no pude, no me lo permitieron y todo salta por los aires. Bumm, dinamitada la mierda, y ya se sabe, quien recibe la mierda de otro, se mancha de mierda, quiera o no quiera. Cómo hablar de la caspa de este país, de empresarios ignorantes que apenas saben escribir, corrís, corris, (corréis, corréis quería decir en realidad aquel señor) fue su primera bronca por teléfono y aún recuerdo las risas al contárselo a Iñaki. El empresario soez, engañado a su vez por unos directores de personal que, sinvergüenzas, han decido robar al sujeto, y todos ellos estafando a la Comunidad que concede los concursos administrativos. En fin, la rueda, este país y sus dilemas sin resolver. Y una tullida imbécil con sentido de la dignidad y amor propio de por medio. Nada podía salir bien, diría cualquier gánster de medio pelo.

Y durante una semana anduve y lloré, lloraba y andaba, a todas horas, mi pensamiento como una pelota de ping pong ablandando el cerebro. Pero ahora ya no, sabiendo que hay ciénagas que no merecen la pena y que ya veremos, y que ya se verá. Y que no siempre van a ganar los mismos, la misma mierda, ese mundo de púas.  Esa rara enfermedad que es el mundo.

Y qué coño, siempre quedará la poesía.  Aunque sea en la extrañeza y con abrigo (en los míos).

Pues Colors