No sabría decirte, no sé si es este tiempo o que todo
sucede en este tiempo. Ya, ya sé, no te rías de mí, de mis chorlitas conclusiones,
sabes que poseo una cabeza a pájaros y hay días en los que podría asegurar
que noto como uno nuevo anida en ella, se hace hueco y pluma. Lo sé porque de repente pica el pelo y al rascarme cosquillean los dedos. - ¿Un
carbonero o un vencejo? -Qué más dará, todos son pájaros, ¿no?, te digo. Sólo por
hacerte de rabiar y enfurruñar tus maneras.
Sea como sea no encontramos ni una mariposa, ni una sola
libélula muerta, todas revoloteando locas, y los caminos se ensanchan por el agua y las
torrenteras que llegan al primaverar. El deshielo, me dices, las ansías por
brotar, te digo. Estamos de acuerdo, ya. Y los tobillos me duelen por
mantener el equilibrio al pisar las piedras, mi legendaria torpeza se crece si
los pasos son irregulares, y las jaras por fin son visibles este año y nos
acompañan al investigar los atajos. Dan ganas de esconderse y que nos busquen. A
ver si son capaces, que intenten seguirnos cuando el despiste lleva instalado
con nosotros ya unos días y no parece que sea posible darle esquinazo: ahora
abandonamos un móvil, al momento ya son dos, éste último en el arroyo rescatado al
borde de la asfixia, pobre; ahora, otra vez, chubasqueros de menos y llueve, mansamente,
pero llueve o el frío y en mangas cortas, como cantaban los Elegantes. No te quejes -intento quitar importancia a este vagar por la vida
como si estuviéramos drogados y resultará que no, que sólo se trata de nuestra
naturaleza a la par- al menos esta vez no nos hemos dejado extraviar por las
señales y el coche parece más sincronizado que nosotros. Alguien, algo, debía mantener la cabeza en su sitio. O al
menos un cárter o una bujía, yo qué sé, me dices. Y sí.
Y antes de atardecer, en el pequeño prado donde los pies
descalzos se tuestan al sol, tú
persiguiendo bichos cámara al hombro y yo leyendo a La Bovary y sus pendoneos.
Al levantar la vista una vaca muge al descubrirte entre los matorrales y yo me
veo de repente rodeada de ellas. Y no sé
si es sofisticación, la mía como tú aseguras, o simple pitorreo ecológico, pero
esta armonía vacuna hace que me atragante con la risa, porque es una risa vernos
tan vaca y tan campo, todo aquí en su origen y los dos envarados y fuera de
lugar, con esa falta de confianza que sólo puede provocar el descubrir que se es
ajeno al protocolo y a las costumbres de los lugareños. En inferioridad de
condiciones.
Quiero irme otra vez, a pesar de vacas y otros seres amenazantes. O sus habitat por desvelar. Se me ocurre contaros.