Llevo un tiempo que me cuesta -mucho pero mucho, mucho- sacudir la cabeza y no escupir
a los días, esos que van de lunes a viernes y que parecen buscar desatender a la vida y
poner patas arriba el hueco, refugio de mis otras vidas. Esos días que consiguen hacerme
creer que todo puede llegar a ser un quehacer constante y cansado, un empezar y
tirar para volver a empezar, un poco burro noria, un tanto inútil y un para qué
o un hasta cuándo podremos aguantar. Y te miro y digo que esta semana no, por
favor -no otra vez- que necesito un día grieta, uno donde olvidar que los otros se suceden sin
saber cómo o el miedo o la frustración. El resentimiento quizás de lo que fue y dónde estamos.
Escápame a la verbena, amor libertador y Bakunin.
Y disfrutamos de las Historias naturales un proyecto de Miguel
Ángel Blanco que exponen en estos días en El Prado. El autor busca crear un
diálogo entre arte y naturaleza, aprovechando los fondos iniciales del Real
Gabinete de Historia Natural diseñado en 1785, tiempos de los llamados
gabinetes de maravillas que están en el origen de los museos modernos. Sólo el
nombre es evocador y consigue hacerme perder en muestras y restos. Descubro que
antes de Darwin los fósiles se llamaban petrificaciones. Se creía que eran
formaciones que imitaban azarosamente la morfología real de los animales y
vegetales. Luego ya se vio que de ese azar nada y me maravilla pensar en la
ingenuidad y la imaginación que llevó a inventar una explicación menos probable
que la que luego sería. Tan pintoresca.
Nos perdemos en las salas. Literalmente. Es nuestra costumbre y sin ella no
sería este el museo, ni nosotros seríamos en él. No es festivo ni sábado y los cuadros y las salas más deseadas por los
visitantes están vacías o casi. Puedes detenerte, comentar, señalar, contemplar
con la boca abierta o la baba a un paso, acercar y alejar tu mirada presbicia
sin inoportunas interrupciones. Es imprescindible dejar de trabajar, nos decimos en
un momento de lucidez, -lucidez y anhelo
que se repite muy a menudo en nosotros y nuestras aspiraciones ajenas a la
ambición, esa otra que no es la nuestra. La que sí: la de abanicar historias o
cuadros o campos y bichos. La de un tiempo propio-. Y luego
seguirá el día contrarreloj -¿sinrreloj no sería mejor decir?- bocadillos y
cañas a gritos en el Brillante, recorrer Gran Vía buscando un libroregalo que no
podrá ser, que luego más tarde será, y chocolate en Valor quemándome el paladar
de placer y sabor, la luz de la tarde ensanchando los ventanales y nuestras botas calle arriba y calle abajo luego. Y gastar dinero
que no tengo en otro libro por impulso y por conocer a un autor nuevo -por favor
que sea sorpresa y no error es la oración del compulsivo lector y pobre- y ahora menos luz pero igual el placer y las botas.
Y vagones y torniquetes y besos altos que suben y más altos aún al bajar mientras nos deslizan. El verdadero sentido de las escaleras mecánicas, su uso aún no confesado por los ingenieros enamorados que las diseñaron.
Y ojalá algunos días fueran metáforas de algo, lo que fuera y más acertado.
Por prevenir vuelcos de la vida -o los dados y tiro porque me toca y al
calabozo- a los que ya deberías estar tan habituada. Y a veces pareciera pero no.