Desde entonces,
luna tras día,
viento tras noche,
ligeros o fuertes,
esperamos.
René Char
En el regreso se me ocurre que el barbecho es necesario, dejar reposar un tiempo la tierra, que alcance a dibujar surcos superficiales sobre ella pero no cultivar ni pretender que arraigue nada. Ni siquiera atrapar palabras, sólo las que lleguen al vuelo como estas de hoy -sin mucho ton y menos algún son-.
A la espera y sin embargo entretenida en hacer desaparecer el óxido que, de nuevo y pensaba que ya no, inutiliza las herramientas. La única tarea - y no es poca, a veces pienso-.
O puede que sólo se trate de pereza y lo confunda, yo, tan inclinada al aturdimiento en estos días ¿quién puede saberlo?
Y fueron los Beatles o Siniestro Total –los más coreados- haciendo kilómetros a nuestro lado y la Patagonia lo siguiente como deseo, las niñas enfurruñadas por 10 minutos de menos en la playa, el mar que no termina y las conchas que entorpecen los pies, los tintos blancos o de limón, el deje de las palabras, el libro de Eugenides deleitado y arrugadas sus pastas – cicatrices que sufren los libros viajeros y conmigo todos lo acaban siendo- la sal en el paladar por exceso de pescaito, de nuevo el deje aspirado, reencuentro vital con M y pinta nuestras uñas, urbanizaciones recatadas y piscinas familiares sin desnudos al sol, protectores solares sobre las pecas el más alto, todo es arena pero aqui no rechinan las suelas, y vías verdes con mi Linneo cámara en ristre y sus bichos atardecidos, la de la mochila azul me canta con su mirada risa, y cada noche las cortinas nocturnas al fresco, y un pueblo pintoresco antes de llegar a Córdoba donde encallar el coche, un navegador despistado con tendencia a extraviarnos. Y antes del hedonismo salino fueron las caminatas, más kilómetros y pequeñas ermitas, los páramos que no terminan.
El tiempo de otra manera. Pero ahora azular y planchar todos los caos, que susurraba Vallejo. Esa es la manera que toca. Ya me pongo.