Sé que hay quien nació para ser algo, o eso piensa, pensarlo ya debe ser mucho, todo un esfuerzo. Yo no, yo, en su lugar, no nací para ser algunas cosas. Si me detengo a pensarlo he perdido mucho más tiempo en concretar para lo que no nací. Los no nací marcan, tiras de uno, como sin darte cuenta, y surgen otros salpicando tu camino de ellos.
Los no nací tienen naturaleza de hongos, eso quería decir. No es necesario cultivarlos, cuidarlos o delimitar su terreno. Basta una lluvia, algo de sol, descuido y explotan bajo la tierra atravesándola. Todo por hacerse ver e imponer su presencia.
Entre mis no nací, los no nací para los actos solemnes, las ceremonias, el vestir para que miren y no mirarme yo. Todos los no nací que acompañan a cualquier acto que hace de la seriedad y la trascendencia un peldaño imprescindible, prescindible para mí. La torpeza de aquellos que se pierden en protocolos, no por desconocimiento sino por indiferencia y desgana.
El simio que enseña las fauces al extraño o le ve pasar sin que le importe demasiado su presencia mientras no agreda. Y para qué el esfuerzo de compartir árbol con todos ellos. Los otros, foráneos a la tribu elegida.
Pero se casa S. y lloro nada más verla aparecer, tan bella y trasparente, irradiante de sonrisa nerviosa. Y amor.
S. que sí nació hace unos años. Y ahí estuve yo a las pocas horas, tomando en mis brazos su cuerpo vida, asistiendo embobada al estreno.
Tan ajeno a mi selva te pareciera. Pero no.