viernes, 15 de noviembre de 2013

De Unas y Otras

Podría hablar de muchas cosas, hay tantos hilos de los que tirar estos días, pero de cada uno de ellos cuelga un pequeño hatillo de mierda, balanceándose, lo juro, los he visto, al igual que, pongamos por caso y sin ir más lejos, la basura de la ciudad que habito, con alcaldesas desvaídas que expresarían, de poder hacerlo y no -su incapacidad, balbuceos ideológicos y guturales- el significado de las privatizaciones de servicios imprescindibles para los ciudadanos, de eso ya ha llovido, oiga, y ahora ya no toca, pero el significado ahí está. Pero no, no tengo muchas ganas de tirar de ellos y prefiero dejar los flecos quieticos y dedicarme a otros menesteres.




 Así que hoy, digamos que Otra, álter ego de esta que da a las teclas con mayor o casi siempre menor acierto, que ustedes desconocen y que la mayor parte de las veces pisa el suelo que pisa sin necesidad de letras rebuscadas pero procurando, eso sí, utilizar el idioma que le tocó en suerte -refiriéndose a esa suerte que es el destino incierto y no elegido- tratando de cuidarlo y mimarlo aunque no sea del todo importante -no imprescindible en cualquier caso, para la vida o la muerte, miren sino los mudos- eso, su idioma. Y como decía, esa Otra que no soy yo aunque a veces nos confundamos de piel, les contaría que tiene una gata, Una, la única que queda tras la muerte de L. -la anterior que si maullaba a cada rato- y que ahora camina como alma rota por la casa, arrastrando su duelo y extrañando sin fin a L, la gata que sí maullaba, maullando a su vez, ella, la gata que nunca lo hacía pero que ahora como Lázaro ha decidido no andar pero sí maullar, y nada de antropomorfismos que la gata, Una, la que antes no pero ahora sí maúlla, se basta y se sobra para tener personalidad animal y para qué la nuestra, la de esos seres incapaces de ovillarse sin bigotes brújula o pupilas retráctiles como sus uñas, qué desperdicio de diseño, el nuestro, dice Otra. No sabe si dios, le sigue costando verlo, pero desde luego qué poco empeño en nosotros. Y Otra, con intención de seguir con la rueda de la vida y convencida de que los animales son otros y no Una, anda estos días con un libro que le divierte y satisface a partes iguales, uno de un biólogo algo loco que intenta demostrar, quién le manda, que la evolución –esa idea utilizada por los liberalotes para defender su “maricón el último” aunque ellos lo llamen teoría política que para eso los colegios privados, pero la misma evolución de la que luego reniegan cuando les da por rezar, qué cosas, se dice- como decía, que la evolución no está basado en el hombre es un lobo para el hombre -qué más quisieras tú, monada, que ser lobo. Para aclararos –si, hoy está concéntrica en exceso, tiene sus días- y en una pincelada: que la empatía funcionó a nuestro favor y que no somos tan hijosdeputa como nos pintan, no se confundan. Y como Otra anda necesitada de eso, de mensajes que le hagan olvidar los hatillos de mierda, ¿recuerdan?, pero que lo hagan bien, con su método científico y sus grietas y sus si pero no hasta ser demostrados. Esas cosas que no gustan, Otra no lo asegura pero lo imagina viendo el percal sociológico, que donde se pongan mitad y cuarto de talismanes no hay pensamiento que valga.



La Edad de la empatía se llama el libro y lo tenéis en bolsillo y Tusquets de Frans de Waal, y aunque a veces le discuta, hábitos de Otra, y no todo le parezca verosímil o no le dé la gana de que le parezca, de verdad que merece la pena. Aunque sólo sea por mirarnos con un poco menos de rencor y animadversión que siempre es una opción gratificante. Y que este señor tiene otro libro que se llama El mono que todos llevamos dentro y que será el próximo y que aunque sólo sea por ese título este señor biólogo ya le caía bien, porque Otra es así, mucho de repentes viscerales tontos, sin más.
La mona que lleva dentro, será.

Las imágenes corresponden a obras de Bansky.