Y parece que la revancha del otoño ha llegado, dio su
pistoletazo de salida antes de que me diera tiempo, siquiera, a poner
calcetines y alargar los bajos de los pantalones, todo hilvanado. Pienso que a
veces no me entero de mucho, de nada, que los días parecen continuar un poco a
tontas y locas, como yo misma, siguiendo el curso de su propia marcha apartando
sin amabilidad la mía y para qué. Otros son días como huesos de ciruela dando
vueltas en la boca, hueso del que no te desprendes porque de vez en cuando, en
una de esas vueltas, crees percibir el eco de su dulzor y sí saber para qué. En cualquier caso diría que el ahora es la revancha de unos meses que
sin llegar a gustarme sucedieron, que había que pasar como la varicela de la
infancia en la que quisieras o no te contagiaban adrede y sin embargo.
George Meliés en
Caixa Forum. Salas repletas de artefactos por donde mirar y saltar de una
pantalla a otra con películas del cine antes del cine. Esa magia tan complicada
de compartir desde el ahora donde
los ojos andan sobresaturados de estímulos y efectos, hasta el hartazgo. Y sin
embargo los nuestros, parece que también los de los otros que están allí,
brillan y no se cansan de probar. El juego y la vida estrábicos por un par de horas, tan divertida
la visión doble. Y al terminar bajamos las escaleras de dos en dos los escalones.
Catalá Roca y sus fotografías en el Círculo. En blanco y
negro la cotidianidad de nuestras ciudades, sobre todo Madrid y Barcelona, en
la década de los cincuenta- sesenta. Catalá consigue hacer llegar el gesto
torvo de aquel tiempo, la marcialidad
del miedo y la ignorancia. La miseria. Pero también el envés en otras imágenes
que pasean por la sala con la carga de vida del que habita su momento. Pero
ahora, contemplados desde este siglo y por mí, tiempos incapacitados para
sentir nostalgia. O eso me parecen.
Y un libro: Mi vida querida de Alice Munro. En mitad de
sus cuentos me entero de la noticia del Nobel. No es que sea adepta a los
premios, menos a este, capaz de ser concedido a un escritor petardo de la talla
de Benavente, o tantos otros risibles. Pero esta vez aplaudo, no conozco mejor
cuentista y soy voraz lectora de cuentos (cuentos o relatos, no confundir con la moda literaria del microrrelato, tan in estos últimos años; disfrutar a veces con ellos -incluso escribir más de uno, mea culpa- no
significa que se les pueda otorgar más
valor literario que el anecdótico, similar a las burbujas de una bebida
refrescante al ser comparado con el poso de un
buen vino. Tiempo y proceso ni por asomo).
Terminada la edad de todas las osadías -¿sí?- no así la de
los prodigios, me digo. La lluvia que nunca deja, dejará, de caer. Eso nos
salva.
Apuntalando los días. Y eso hago, esto escribo.