martes, 19 de julio de 2011

Trotes y caminos

Dicen los estudios que en vacaciones es cuando más se lee. Puede ser pero no es mi caso, en vacaciones mi número de lecturas decae en proporción al aumento del consumo de bebidas en terrazas al fresco, de conversaciones y pieles tangibles, de paseos, miradas sobre calles y gentes desconocidas, de la curiosidad que provoca el levantar de un aire que remueve el pelo en otra dirección a la acostumbrada, de chapuzones y carreteras que hacen serpentear los pensamientos y pierden las prisas por llegar a ningún sitio.









Y en el primer viaje me acompañará Vargas Llosa y su Celta, suficiente porque mi idea es perderme en el paisaje y en J, en ellos y con ellos, sin distracciones excesivas que me hagan desear una página más ni olvidarme de que la tierra gana al papel, los pasos al argumento y la carne y el hueso al personaje. Las palabras aliadas de mis sentidos para alcanzar el tacto y el oído, no tanto la mirada. Y en el siguiente viaje, más reposado y rural, habrá que valorar las ganas de qué libros y qué tipo, ya sin la limitación del peso en el equipaje.


Pero sea como sea será en papel. Sigo sin encontrarle, de momento, las ventajas al libro electrónico, más allá de su capacidad para contener cientos de títulos que en vacaciones, precisamente, me sobran y que me llevarían a la dispersión de lecturas, caóticas y sin aprovechamiento como todo aquello aderezado por un vistazo y a borbotones. No es cierto que luego se vuelva a lo leído de forma superficial, la excusa que nos damos, porque al hacerlo nos llegará la sensación de repetido y un cierto hastío con ella. No me gustaría reeducar a mi pensamiento en el salto de mata, no en la literatura que ocasiones ya hay muchas en otros menesteres . Y entre sus inconvenientes casi todos: el depender de un cachivache más, de sus cargas y descargas inoportunas, la fragilidad de un soporte que no admite caídas ni la imprevisión del terreno y mi torpeza, que es incompatible con riscos y arena, con bolsos desbaratados. Y por supuesto la que menos me convence: la quimera de poseer el último modelo y la renovación continua, razón de ser del consumismo, y del que difícilmente se puede escapar si el soporte es fijado por el programa y el mercado. Y esa escalada y engaño sucederá, no tengo la menor duda.


Soy consciente de que tarde o temprano me tocará claudicar pero aún hay tiempo y de momento me llevaré mi clásico, dúctil y demodé libro. Con toda su carga de amabilidad hacia mis andanzas y garabatos.








Y me despido hasta más ver con un descubrimiento (aunque ellos existan desde los años 70) musical y veraniego: “Asleep at the Wheel”. Llevo dos semanas dejándome llevar por su ritmo y buen rollo. Un grupo de Austin- la ciudad de los raros o eso dicen sus lugareños-, que definen su música como Texas-swing… una combinación curiosa pero que en cualquier caso no deja parar los pies...






Panóptica , exposición retrospectiva de la obra de MAX (Francesc Capdevila), dibujante de cómic e ilustrador. En el MuVim de Valencia hasta septiembre.

lunes, 4 de julio de 2011

De intermedios

Juan Muñoz aseguraba que sólo hay dos cosas que no pueden representarse, una es el presente y otra la muerte. La única forma de llegar a ellas es por su ausencia.

Cruel limitación, o no tanto, sólo acertado hueco.






Juan Muñoz llenaba los espacios con sus esculturas y los relatos que éstas sugerían al espectador. Pocas veces he disfrutado tanto al ver una exposición como con aquella que el Reina Sofía montó hace dos años con gran parte de su obra. Este viernes veía un documental sobre el escultor, en la 2, esa cadena que tiene los días contados en cuanto la derecha suba al Olimpo. Basta comprobarlo en las cadenas autonómicas donde gobiernan, la idea de cultura para ellos siempre ha sido algo muy extraño, reniegan de la creatividad que para eso ya estuvo dios y asusta el genio que no tenga carácter divino. La cultura, la que yo considero enriquecedora, debe tener como partida la posibilidad de poner todo patas arriba, y eso no trae cuenta al inmovilismo.


En fin, que me voy por los cerros, para no variar…


Hablaba de Muñoz, una carrera truncada por una muerte inesperada, aunque todas lo sean en cierta manera, súbita cuando contaba 48 años. Edad en la que un artista puede dar la vuelta a todo su mundo creativo, la madurez consigue provocar esas cosas, lo hemos visto otras veces. Es una lástima, no dejaba de pensar.


Me gustó escucharle, hablar con orgullo del oficio de escultor, un oficio ancestral y libre para él. Esa misma libertad de criterio que mostraban sus palabras. Fue un tipo bastante franco y atrevido en sus opiniones artísticas, lo que no gustó demasiado en este país dada la inclinación patria al tenderete cultural.

Su mundo escultórico se apoyaba, y mucho, en su otro yo narrativo- de ahí la innovación de su obra, su significación- por eso me dio la sensación de que sus palabras volaban, rozando más de una vez mi percepción y sorpresa, la misma que sentía ante algunas de sus esculturas. Recuerdo que algunas de ellas producían una inquietud difusa, cierta incomodidad ya fuera por extrañeza o por lo contrario, identificación. Y otras te hacían sonreír abiertamente, humor desinhibido y explorador, como quien levanta una tapa y encuentra lo inesperado pero al mismo tiempo reconocible en la finalidad que el autor quiso expresar. En alguna ocasión él mismo se definió como ilusionista y podría no estar muy desencaminado, al jugar con el espacio, la perspectiva y los personajes insertados en sus coordenadas, transmitía magia, algo que se le escapaba a la mirada más costumbrista pero que se divertía con ella haciéndole partícipe de su truco, intuitivamente, y mostrando un visión distinta.




Otra mirada, una perspectiva que no se nos hubiera ocurrido de no ser por el artista. Pienso que esa, y no otra, debería ser la función del arte, en cualquiera de sus manifestaciones, mostrar una camino diferente pero posible y no ajeno a ojos del que mira. Sin posibilidad de reconocimiento no existe para mí obra, sin identificación difícilmente puedo sentirme conmovida, removida o sorprendida en toda su plenitud.

Sin olvidar, claro está, el enigma que acecha en cada expresión que no sea la propia. En la confluencia de todos eso elementos de forma equilibrada se encuentra, debe encontrarse, la magia al mirar. Y al encontrar.