viernes, 25 de marzo de 2011

Robinson también llegó

Elegir que todo es barbecho y renegar de los páramos: escribir sobre una hoja en blanco. Porción de tierra sobre la que pisar.

Y sin embargo no se elige, la escritura te lleva, una tarea que venía de serie con el resto del equipamiento al nacer, como la capacidad de no llorar ante extraños o apretar los dientes al llegar el dolor, como el miedo o las ganas.

El vicio de reescribir lo vivido, lo visto con esa mirada ya sabes cuál, miro pero reinvento. Será que no me conformo con lo que ofrece el mundo, que por sí mismo no basta -y es que no basta- y habrá que engalanarlo o dejarlo perdido de suciedad, torcer su mediocridad, romper la andadura recta o enderezar los pasos rotos, pero mudarlo, siempre cambiarlo cabeza abajo en mi interior. Dar cuenta de lo que sucede por el tamiz desbocado de un pensamiento que reescribe todo el tiempo. Vivir y contar tan entrelazados y a veces no saber cuál es cuál. ¿Reinventar es mentir?

Robinson perdido en una isla de palabras y Viernes sin llegar para pasar las páginas del diccionario ordenadamente -¿dónde se habrá metido este chico?- y ganas dan de renegar de los naufragios, de sus islotes brillantes y verdes, de chapuzones y escualos, quedarse por fin en las raspas y disimular la quemadura del sol, tendida en cualquier acera sin mar ensimismado, rompiendo las suelas con el empedrado y un abrigo verde por todo cobijo. Sin más.




Pero no serviría de nada, tarde o temprano volvería a mentir, a vosotros, a mí, al mundo. Imprescindibles mentiras.


lunes, 14 de marzo de 2011

Sopa de gansos

De pequeña veía las películas de los Hermanos Marx, me gustaba el trajín que causaban sus desaguisados caóticos. Mi preferido era Harpo, la bocina, la extravagancia de sus ropas y su voz a través de un arpa. Y eso a pesar de que mi padre se disfrazara de Groucho cada Navidad. Mi padre tenía habilidades de cómico pero sólo en fechas señaladas, como si no pudiera permitirse las risas y las gansadas el resto del año en el que sólo era un tipo serio, como serios eran todos los señores de aquel entonces, o al menos ese es mi recuerdo, el poso de su presencia. En cuanto cogía un corcho y lo quemaba me llamaba S: ven, corre, papá va a hacer de Groucho, y los dos nos quedábamos como pasmarotes delante de él, anhelantes, mirándole dibujarse las cejas en el cuarto de baño y aumentar el volumen de su bigote. También le gustaba imitar a Cantinflas pero su actuación estrella siempre fue Groucho, con ella conseguía las mejores risas. En aquellas ocasiones me sentía orgullosa de él, de su desparpajo al andar y mover la cola de la camisa que imitaba el chaqué y creo que yo crecía un par de centímetros cuando se dirigía a mí levantando las cejas y gesticulaba con la ceniza del puro cayendo sobre mi cabeza. Nunca estuvo tan guapo.






Tenía seis años más de los que yo tengo ahora cuando murió. Se me hace extraño pensar en ello. Se me hacen extrañas muchas de las cosas que pienso últimamente.









Acabo de terminar ¡Harpo habla! y todos esos recuerdos han regresado. También él describe una familia un tanto alocada, cuanto menos poco seria aunque a la mía le tocara vivir otros tiempos y no pudiera explayarse. Eso me parece, contención pero no del todo, no las ganas. Cada cual es hijo de su tiempo y es posible que todos sean más o menos semejantes, al menos en lo más elemental: sobrevivir a ese tiempo de la mejor manera posible, de la única forma que uno sabe. Los locos años 20 retratados por un magnífico excéntrico como lo fue Harpo. Son unas memorias bienintencionadas, nada que ver con el sarcasmo de Groucho - aunque yo en cuanto crecí me inclinara mucho más hacia ese hermano, me gusta la mala leche concentrada e inteligente, qué le voy a hacer- pero las de Harpo están bien narradas, hablan de cariño y amistad, de su gente, no pierden el pulso de un tipo que debió ser en el buen sentido de la palabra bueno, que cantara el poeta. Y son regocijantes en muchas de sus páginas. Echo de menos comentarios y vivencias del Hollywood de aquellos tiempos pero no habla de eso, apenas de sus películas, como ya he dicho son las vivencias con su gente las que marcan sus historias. E imagino que está bien así, la memoria personal no debe ser quién eres por tu labor o tus logros sino quién eres para quiénes. Mucho más complejo de contar y de interpretar una vez que los recuerdos lo emborronan todo.



Si algo te enfurece dilo enseguida. Tal vez los demás tengamos también ganas de pelea. Una de las normas de convivencia que Harpo imponía a su familia. Solté una risotada y luego pensé en las múltiples peleas que he vivido a lo largo de mi vida, primero como espectadora y en cuanto levanté dos palmos del suelo como peleona digna de una familia que tenía a bien no callarse nada, aunque eso hiriera. Nunca me he preguntado si fue correcto o no, si nos hizo en exceso daño, el psicoanálisis nunca fue lo mío y ahondar en pasados me parece una pérdida de tiempo sino es por nostalgia o placer. El caso es que me reí y pensé que mi educación no había ido tan desencaminada después de todo.


Groucho estaría de acuerdo conmigo.