O la usura de estos tiempos. También viene a ser lo mismo.
Recuerdo que Camus, hablando de la Francia de la ocupación nazi, aseguraba «... ahora en Francia la vida es un infierno para el espíritu... Es imposible la vida, huele a cobardía en todos los rincones». Y no, dios me libre de comparar situaciones, momentos históricos, no soy tan tremendista y desprecio a los agoreros catastrofistas que tanto rédito obtienen del miedo. Pero sí que algo de esa cobardía se olfatea en el aire, las crísis y la supervivencia van unidas, y tras de ella me dice la nariz que suele llegar el egoísmo, la codicia, el sálvese quien pueda, maricón el último…
Y me viene a la memoria también Darwin, la utilización de sus ideas, que lleva a la contradicción de que aquellos que reniegan de su enseñanza en las escuelas con la intención de sumergirnos en la Edad Media del pensamiento, suelen ser los mismos que proclaman el darwinismo social, esa cosa tan fea donde sólo el más fuerte sobrevive en el marco de una lucha de clases soterrada. Y los pobres, los de verdad, esos ignorantes sucios que paren por docenas, sin consideración alguna para el resto de nosotros. Son pobres porque se lo merecen, porque no hacen nada por sí mismos, por no luchar en contra de su situación, si total, querer es poder y si no prosperan es porque no ponen el empeño debido.
Y sin embargo no me asustan esas ideas, la exageración, el radicalismo, suele regularse por sí mismo o eso prefiero pensar. Pero me asustan sus consecuencias, la estela de pensamiento mediocre que dejan a su paso, cuando esas ideas calan en las clases medias sin apenas darnos cuenta, los seres bienpensantes que nunca expresan ideas extremas -no sería correcto ser tan explícito y más de uno les miraría mal- pero que adoptan como suyo el mensaje populachero y simplista. Pancistas, diría mi padre, el peor defecto del ser humano, me enseñaba. Otra época, nada que ver con ésta, pobre hombre, pasmado se quedaría.
Y así llega la justificación para poner en entredicho el pago de impuestos y evitar el reparto de la riqueza o para la xenofobia, para mirar hacia otro lado cuando de nuestros congéneres y sus desdichas se trata, para convertirnos en animalitos que lamen sus heridas y temores, incapaces de mirar la realidad ajena, sin la más mínima empatía, refugiados en consignas amorales e individualistas. Y todo ello sin mover un pelo, con la naturalidad que provoca el sentirse amparado por un ambiente de cuerda floja y tantos otro que piensan igual. Aunque pensar no es la palabra, pensar exige un esfuerzo de trascender la simplicidad y no es éste el caso.
Tal vez solo sea la incapacidad del ser humano para convertirse en algo más que en un animalito asustado y voraz.
A veces lo pienso, en días como hoy, sí, con el alma en los zancajos.