Vimos a Rafael Álvarez, El Brujo, de nuevo, procuro no perderme ninguno de sus espectáculos a su paso por Madrid. Juglar, la palabra en él toma su forma, en la mejor tradición oral, no resulta difícil imaginarse a uno mismo sentado en cualquier plaza atemporal, disfrutando de la palabra, del simbolismo que encuentra en ellas, de sus vivencias salpicando cualquier texto. Buscando las vueltas a todo lo escrito por otros autores, ya sea Cervantes, Quevedo, San Juan… y que luego nos devuelve entre sus manos, tan desnudas como el escenario que le acoge, delirante, disparatado pero siempre lúcido y sorprendente. Demostrando la vigencia de cada palabra hace siglos escrita, porque nada ha cambiado tanto como para que no podamos reconocernos en ellas. Aunque ahora lo que se estile sea descubrirse intemporal, obviando que antes que tú ya lo dijo alguien sin necesidad de tanta alharaca -ni bits, ni web, ni intertextos. Ni la madre que los trajo al mundo. Siquiera.-
Leyendas antiguas, sueños dormidos en la memoria de los pueblos, la voz del romance que espera, como Lázaro, alguien que le diga "Levántate y anda"… sus palabras.
Se me ocurre que podría nombrarle monologuista si ese término teatral no estuviera a estas alturas tan prostituido, como tantos otros. Hay quien confunde en estos momentos el monólogo con el ingenio chisposo de la mediocridad compartida, la risa de “¡ahí va, mira, eso a mí también me pasa!” y tan campante la risa y tan mema. ¿Cómico de antaño? Tal vez, cuando eso significara vocalizar cuanto menos para ser entendido por el público. Otra técnica dramática tan vapuleada como se puede comprobar en la mayor parte de las películas que se estrenan made in Spain. Pero ese es otro tema y otro ámbito, tan alejado del que nos ocupa.
Como os iba diciendo… un lujo, lección magistral de teatro. La emoción sobre palabras y el tiempo. Poco más es necesario porque sigue sin convencerme aquello de que una imagen valga más que mil palabras, no, no lo creo, no la mayor parte de las veces. Dependerá de la intencionalidad del que mira o escucha, hasta donde busque llegar –escarbar- . Y por supuesto de la falta de inanidad del que se exprese, si lo hace con propiedad, saber y acierto.
Demasiadas condiciones, ya, me temo.